«El machismo nos rodea.»
El machismo nos rodea, nos condiciona y nos sepulta bajo un montón de prejuicios que no van a ningún sitio y que son una prisión sin barrotes para las mujeres.
Sin ir más lejos, recuerdo una vez que llevaba en mi coche a un joven que se había empeñado en conocer «mi casa». Ya se le veía venir de lejos: dotado de una extraordinaria verborrea, de explicaciones para todas las preguntas, de soluciones para todos «mis» problemas… El caso es que me dejé confundir por la noche, la luna llena y una copa que no me tenía que haber tomado y allí estábamos.
En el garaje me soltó la primera perla:
-«¿Y vas a ser capaz de aparcar el coche entre dos columnas? Si quieres te lo aparco yo», dijo solícito. Le fulminé con la mirada, pero en su nebulosa alcohólica debió confundir mis puñales con ojos de pasión y me hizo dos carantoñas. «Tú lo que tienes que hacer es ir buscándotela en los pantalones, majo, a ver si te la encuentras», pensé. Manda narices. Cinco años aparcando mi vehículo sin un sólo rasguño entre las dos columnas de mi plaza y ahora viene éste a poner en duda lo que puedo o no puedo hacer.
Se la perdoné porque vivo en casa Cristo y me sabía mal ponerle en la calle a las cuatro de la madrugada. «Serán los nervios. Vamos a darle otra oportunidad», me dije, y subimos a mi apartamento.
Allí hizo una inspección ocular rutinaria, aprobó en general mi guarida, pero a los cinco minutos, no se pudo contener más y le poseyó la vena Superman que algunos hombres llevan dentro.
-«Aquí lo que tenemos que hacer es cambiar este suelo por tarima». ¿Tenemos? «Vamos a pintar esta pared con unas plantillas, ya verás, va a quedar preciosa». ¿Vamos? «Habría que poner el despacho en esta habitación y tirar este muro, ya verás qué salón queda». ¿A quién le queda? Porque que yo sepa, no te he pedido una consulta de interiorismo ni una clase práctica de conducir. ¿Y qué es eso de «vamos» y «tenemos»? ¿Cuándo te he pedido que te cases conmigo?
Con la libido ya en los talones sopesé mis posibilidades: la primera, mandarle a su casa sin más y pasar el resto de la noche haciendo examen de conciencia a ver por qué siempre elijo al capitán de los patosos. Y, segunda, recordarle a qué veníamos y dejar claro que una cosa es una noche y otra muy distinta un contrato de por vida.
Al final, opté por la segunda y me puse un poco seria:
-«Bueno, si lo sé vamos a un hotel… Yo pensé que veníamos a otra cosa, pero si no te apetece te llamo un taxi y en paz». La amenaza de desplante nunca falla y automáticamente pasó de tomarle medidas a mis paredes para tomárselas a mis caderas.
Cuando se lo conté, mi compañera Julia, que tiene todavía el umbral de tolerancia más bajo que yo, se llevó las manos a la cabeza.
-«¿Y al final te lo llevaste a la cama?».
-«Qué quieres, hija. Cuando se dio cuenta de que no necesito que me salven la vida se quitó los pantalones y, machista o no, te voy a decir una cosa, lo mejor del muchacho no era su capacidad para imaginarse redecorando mi vida…».
*Me ha llegado al correo este relato no se su autor ni de donde está sacado a pesar de haberlo buscado en la red para pedir permiso de publicación, en caso de que ésta aparezca, sin ningún problema le doy sus créditos o lo retiro si es su deseo, es bastante gráfico y me identifico plenamente con ella, aunque mi nivel de tolerancia, debo admitir está mucho más bajo que el de ella, por mi parte ese habría dormido esa noche en su casa.
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Información Bitacoras.com…
Valora en Bitacoras.com: Me ha llegado al correo este relato no se su autor ni de donde está sacado a pesar de haberlo buscado en la red para pedir permiso de publicación, en caso de que esta aparezca, sin ningun problema le doy sus créditos o lo ret…..
El nivel de tolerancia al machismo y la estupidez lo tengo yo a -1000 desde que era una niña de 6 años aprox.
😛
Mejor nos iría si lo tuvierámos claro, y no soy feminista, solo persona y me da igual que me haga de menos un hombre que una mujer, ni en serio ni de broma.
¡Ole!
Y más besos preciosa.
Y ole a lo del nivel de tolerancia.
Y besos