[…] El poder de la noche, la fuerza de la tormenta,
La asechanza incansable del enemigo.
Allí está, el horror supremo en forma visible…
RB
Mi recuerdo al poeta romántico inglés en el aniversario de su nacimiento.
«Mi duquesa muerta»
Ferrara
En aquella pared, ved el retrato
de mi Duquesa muerta: se diría
que vive; prodigioso lo reputo.
Aquí está como un día Fra Pandolfo
la pintó con sus manos. Para verla
¿sentaros no queréis? De intento dije
«Fra Pandolfo», que nunca vio un extraño
como sois vos, en la figura, el hondo
y apasionado y serio encanto suyo,
sin volverse hacia mí (pues la cortina
que la cubre y por vos he descorrido
nadie la toca sino yo) ganoso
de preguntar, sí osaba, cómo el raro
prodigio vino aquí; ya en otros muchos
vi tal curiosidad. Señor, no sólo
de su esposo el aspecto en las mejillas
de la Duquesa tonos tan alegres
ponía. Fra Pandolfo bromeaba
con frecuencia diciendo: «La mantilla
de mi señora cae demasiado
por la fina muñeca», o bien: «El arte
pierda toda esperanza, que impotente
será para copiar ese desmayo
de suavidad que muere en su garganta.»
Galanterías de tal suerte fueron
bastantes para dar a sus mejillas
esos alegres tonos. Era el suyo
un corazón —no sé cómo decirlo—
un corazón propenso a la alegría
y a todo encanto fácil. Encontraba
gozo en todas las cosas, y sus ojos
en todo se posaban. Todo grato
para ella, señor: mis agasajos
en su pecho; las luces del poniente;
las cerezas que un necio le traía
del huerto, adulador; la mula blanca
sobre la que, de la terraza en torno,
cabalgaba; cualquiera, cualquier cosa,
su rubor o su elogio merecía.
Daba gracias a todos —¡bien, de alguna
manera! —no sé cómo— y mi regalo,
de novecientos años de nobleza
con el don de cualquiera equiparaba.
¿Quién vituperaría tan ligera
frivolidad? Si yo tuviera ingenio
—que no lo tengo—en el hablar, muy claro
le hubiera dicho: «En esto justamente
me disgustáis, y en esto; erráis en esto;
pasáis en esto de la raya» —y ella,
si al verse corregida, no mostraba
su agudeza ni excusas os pedía,
vituperio existiera; y vituperio
no admito yo. Señor, sonreiría
sin duda al verme tolerar; empero
¿quién toleró, de una sonrisa libre?
Siguió aquello. Con una orden, todas
de una vez, acabaron las sonrisas.
Vedla aquí como en vida. —¿Sois gustoso
de levantaros? Descender podemos
junto a nuestros amigos. —Os repito
que la notoria esplendidez del Conde,
vuestro señor, es buena garantía
de que todas mis justas peticiones
de dote atenderá —mas os declaro
que la sola hermosura de su hija
me aficiona.— Señor, bajemos juntos.
Ved el Neptuno aquel, que va rigiendo
un caballo de mar. Una bicoca
no del todo vulgar: obra de Claudio
de Insbruck, en bronce para mí fundida.
Robert Browning
Traducción de Enrique Díaz Canedo
Poema original en inglés:
«My Last Duchess»
Ferrara
That’s my last Duchess painted on the wall,
Looking as if she were alive. I call
That piece a wonder, now; Fra Pandolf’s hands
Worked busily a day, and there she stands.
Will’t please you sit and look at her? I said
“Fra Pandolf” by design, for never read
Strangers like you that pictured countenance,
The depth and passion of its earnest glance,
But to myself they turned (since none puts by
The curtain I have drawn for you, but I)
And seemed as they would ask me, if they durst,
How such a glance came there; so, not the first
Are you to turn and ask thus. Sir, ’twas not
Her husband’s presence only, called that spot
Of joy into the Duchess’ cheek; perhaps
Fra Pandolf chanced to say, “Her mantle laps
Over my lady’s wrist too much,” or “Paint
Must never hope to reproduce the faint
Half-flush that dies along her throat.” Such stuff
Was courtesy, she thought, and cause enough
For calling up that spot of joy. She had
A heart—how shall I say?— too soon made glad,
Too easily impressed; she liked whate’er
She looked on, and her looks went everywhere.
Sir, ’twas all one! My favour at her breast,
The dropping of the daylight in the West,
The bough of cherries some officious fool
Broke in the orchard for her, the white mule
She rode with round the terrace—all and each
Would draw from her alike the approving speech,
Or blush, at least. She thanked men—good! but thanked
Somehow—I know not how—as if she ranked
My gift of a nine-hundred-years-old name
With anybody’s gift. Who’d stoop to blame
This sort of trifling? Even had you skill
In speech—which I have not—to make your will
Quite clear to such an one, and say, “Just this
Or that in you disgusts me; here you miss,
Or there exceed the mark”—and if she let
Herself be lessoned so, nor plainly set
Her wits to yours, forsooth, and made excuse—
E’en then would be some stooping; and I choose
Never to stoop. Oh, sir, she smiled, no doubt,
Whene’er I passed her; but who passed without
Much the same smile? This grew; I gave commands;
Then all smiles stopped together. There she stands
As if alive. Will’t please you rise? We’ll meet
The company below, then. I repeat,
The Count your master’s known munificence
Is ample warrant that no just pretense
Of mine for dowry will be disallowed;
Though his fair daughter’s self, as I avowed
At starting, is my object. Nay, we’ll go
Together down, sir. Notice Neptune, though,
Taming a sea-horse, thought a rarity,
Which Claus of Innsbruck cast in bronze for me!
Robert Browning
Robert Browning nació en Camberwell, Surrey, Reino Unido, el 7 de mayo de 1812.
Poeta y dramaturgo, que debe su fama, sobre todo, a una colección de prosa poética de una innovadora forma poética, el monólogo dramático, género que fue creado por el Ulysses de Tennyson en 1842, y que él llevó a su perfección.
Estuvo casado con la también poeta Elizabeth Barrett, contrajeron matrimonio en 1846 tras de un noviazgo de dos años y que dio lugar a uno de los epistolarios más celebrados de la historia de la literatura; fue celebrado en secreto en Marylebone, a causa de la oposición del autoritario padre de la novia, tras la ceremonia abandonaron Inglaterra rumbo a Italia, instalándose en Florencia, donde vivieron una relación muy feliz hasta el fallecimiento de Elizabeth, en 1861.
Ejerció una importante influencia sobre poetas posteriores como T. S. Eliot, Ezra Pound y otros poetas de habla no inglesa.
Murió en Venecia, el 12 de diciembre de 1889, siendo trasladados sus restos a Inglaterra que reposan en el Rincón del Poeta de la Abadía de Westminster de Londres, en la tumba contigua a la Alfred Tennyson.
También de Robert Browning en este blog:
«Robert Browning: El ángel guardián»: AQUÍ
«Robert Browning: Encuentro nocturno»: AQUÍ
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