Poesia

Carolina Coronado: A España

diciembre 12, 2020


«Vamos a vindicar de Extremadura
la capital oscura
y a levantar en palmas, extremeños:
que, por Dios es vergüenza,
que otra ciudad nos venga
siendo de igual poder nosotros dueños…»

CC

Recordando a la poeta extremeña en el 2º centenario de su nacimiento.

«A España»

¿Qué hace la negra esclava, canta o llora?
Tú, Europa, gran señora,
que a tu servicio espléndido la tienes,
responde, ¿llora, canta,
o dormida a tu planta
apoya ora en tus pies sus tristes sienes?

Yo que en su misma entraña me he nutrido
y en su pecho he bebido
su ardiente leche, con amor la adoro,
y por saber me afano
si al pie de su tirano
reposa, canta o se deshace en lloro.

Venga el pueblo que a madre tan querida
debe también la vida,
las nuevas a escuchar, que de su suerte
por caridad nos diga
la señora enemiga
de quien vive amarrada al yugo fuerte.

Oigan los hijos de la negra esclava
lo que orgullosa acaba
de transmitir su dueña a las naciones,
para que mofa sea
del mundo que la vea
sufriendo eternamente humillaciones.

Dice, que por nodriza solamente
al Norte y al Oriente
conducen a la madre, cuyo seno
a mucha boca hambrienta
sin cesar alimenta
con la abundancia que lo tiene lleno.

Y nos dice también que latigazos
la dan con duros brazos
los hijos de Bretaña y del Pirene,
después de haber sacado
al seno regalado
el jugo que los nutre y los sostiene.

Y se atreve a decir la fiera dueña
que en rendirla se empeña,
dejándola cansada, enferma y pobre,
para que no en la vida
emprendiendo la huida
su independencia y libertad recobre…

¿No tenemos un Cid? ¿No hay un Pelayo
que nos presten un rayo
de indignación, con que a librarla acuda
ese pueblo indolente,
esa cobarde gente,
egoísta, ambiciosa, sorda, muda?

¿Dónde está la bandera, caballeros,
que dos pueblos enteros
con su anchuroso pabellón cubría?
¿dónde los castellanos
en cuyas fuertes manos
la enseña nacional se sostenía?

Ya no hay bandera; el pabellón lucido
en trozos dividido
como harapos levanta nuestra gente
sin escudo y sin nombre,
sirviendo cada hombre
de caudillo y de tropa juntamente.

Cual árabes errantes, cada uno
sin domicilio alguno
vagan los desdichados en la tierra,
huyendo del vecino
que hallan en su camino
por no poder marchar juntos sin guerra.

Quién levanta su tienda de campaña
en un rincón de España
y por su rey a su persona elige,
y quién sobre la arena
traza, escribe y ordena
las leyes con que él sólo se dirige.

Y quién burlando al Dios de sus abuelos
nombra para los cielos
otro señor que nos gobierne el alma,
juzgando la criatura
que siendo el Dios su hechura
más fácilmente alcanzará la palma.

Patria, leyes y Dios, siervo y monarca
el español abarca
refundiendo sus varias existencias
en el cerebro loco
para quien juzga poco,
de esa inmensa reunión, cinco potencias.

¡Soberbia, necia vanidad mezquina
que a padecer destina
la soledad, el duelo, el abandono
a esa España afligida
que siempre desvalida
se ve juguete de extranjero encono!

Ha menester alzarse una cruzada,
ha menester la espada
blandir al aire la española tropa,
los reinos espantando
para salvar luchando
a ésa que gime esclava de la Europa.

Mas ¿dónde habéis de ir, tercios perdidos,
de nadie dirigidos,
marchando sin compás por senda oscura
con rumbo diferente,
a dónde, pobre gente,
a dónde habéis de ir a la ventura?

¿Resucitó Cortés, vive aún Pizarro,
o de encarnado barro
queréis poner vestido de amarillo
un busto en vuestro centro
por que al primer encuentro
vengan rodando huestes y caudillo?

Nunca se lanza el águila a la esfera
sin medir su carrera;
nunca el toro acosado en la llanura
rompe en empuje fiero
sin pararse primero
a reforzar su aliento y su bravura.

Unid el pabellón roto en pedazos,
enlazad vuestros brazos,
a un mismo campo el español acuda,
y al brindar la pelea
que un mismo nombre sea
el que invoquéis a un tiempo en vuestra ayuda.

Así de negra esclava que es ahora
será España señora,
por vosotros del yugo rescatada,
y al abrigo del trono
con soberano tono
de los pueblos servida y respetada.

Así ¡ay! de infeliz que hoy se presenta
será España opulenta,
por vosotros no más enriquecida,
bella y engalanada,
de laurel coronada,
respirando salud, contento y vida.

¡Veréis como ya entonces no la insultan
los que su diente ocultan
entre sus pechos, con hambrienta boca,
después de haber sacado,
su jugo regalado,
llamándola salvaje, necia y loca!

Veréis ¡oh! como entonces las banderas
de aquellas extranjeras
que la trataron con tan dura saña,
inclinando su frente,
con voz muy reverente
la dicen al pasar —«Salud, España»

Carolina Coronado

Victoria Carolina Coronado nació Almendralejo, Badajoz, el 12 de diciembre de 1820.
Siendo muy pequeña se trasladó junto a su familia a Badajoz donde fue educada de forma liberal, estudiando idiomas, música y canto.
Dotada de una gran y exquisita sensibilidad, de forma precoz mostró unas dotes excepcionales para la poesía intimista, a la que se dedicó de lleno, y en la que plasmó, y con la que abanderó los ideales liberales y románticos de la época que defendían aún tímidamente, la dignidad y la instrucción de las mujeres.
Cuando contaba sólo diez años de edad, escribió un «Epitafio a la muerte de una alondra».
Además de su poesía, cultivó la novela y algunas obras de teatro que alcanzaron escaso éxito.
Fue admirada por los miembros de la corte, por los intelectuales y políticos de Madrid, que asistían a las tertulias organizaba en su casa, La Quinta de la Reina, de la Calle Lagasca, que compartía con su marido, diplomático, y primer secretario de la Embajada de Estados Unidos en Madrid, y con el que se había casado en Gibraltar en 1854.
En 1855 la retrató Federico de Madrazo y Kuntz, obra que en la actualidad alberga el Museo del Prado de Madrid.
Como le ocurriría a la gran mayoría de los poetas románticos, su salud estuvo resentida desde que era muy joven, afectada por una catalepsia, padeció numerosas crisis de la enfermedad, con muertes aparentes, dándose la circunstancia de dar origen a la publicación de su necrológica y poemas en su memoria en algunas de estas, siendo publicadas por la prensa.
Posteriormente se trasladaron a Lisboa, estableciendo su residencia en La Quinta de la Mitra de la capital lusa.
Su marido murió en 1891; a partir de entonces se recluyó en su casa, escribiendo y paseando por los jardines que la rodeaban, sin apenas contacto exterior y sumida en una profunda melancolía.
Tuvo tres hijos, de los que sólo sobrevivió su hija pequeña.
Murió en Lisboa, el 15 de enero de 1911, sus restos y los de su marido fueron trasladados por su yerno, Pedro María al Cementerio de Badajoz.

También de Carolina Coronado en este blog:

«Carolina Coronado: A España»: AQUÍ

«Carolina Coronado: La flor del agua»: AQUÍ

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