Poesia

Yevgeny Yevtushenko: El soliloquio del zorro azul

julio 18, 2016


«En Moscú, en la blanca y amurallada ciudad,
un ladrón calle abajo arranca con un pan de centeno.
No tiene miedo de ser linchado.
No hay tiempo para panes…»

YY

Mi recuerdo al poeta ruso en el aniversario de su nacimiento.

«El soliloquio del zorro azul»

Soy un zorro azul que vive en una granja gris.
Condenado a la muerte por mi color,
detrás de estas rejas de alambres a prueba de mordiscos
no me siento nada de contento con mi color azul.

Oh Dios, ¡yo quiero cambiarme de piel! Quemarme
como un demente hasta descuerarme a mí mismo,
pero mi exuberante y tieso pelo azul se filtra por mi piel.

¡Cómo aúllo! , ¡desesperadamente lanzo alaridos!
igual que las peludas trompetas del Juicio Final
implorando a las estrellas deseando ser libre para siempre
o al menos sacarme esta piel de una vez por todas.

Alguien que paseaba por aquí oyó mi aullido
y lo metió en un máquina grabadora. ¡Qué estúpido!
¡Él no sabe ni siquiera aullar pero seguro
comenzaría a aprender si lo agarran y lo encierran aquí!

Me caí al suelo, moribundo.
Y quien sabe por qué no me morí.
Me vino una depresión como si tuviera mi propio Dachau (*)
pero ya lo tenía muy claro: jamás escaparía.

Una vez, después de comerme un pescado podrido,
me di cuenta que la jaula estaba entreabierta
y me lancé hacia el abismo
con la imprudencia de un ingenuo cachorro.
Una cascada de perlas lunares pasaron por mis ojos.
¡La luna era un círculo! Y ahí me di cuenta
que el cielo no estaba dividido en segmentos cuadrados
como yo me lo imaginada viviendo dentro de una jaula.

Pedazos de hielo flotantes de Alaska había por todas partes
de los que logré esquivar aún estando enfermo
pero sabiéndome libre algo cambió dentro de mis pulmones
por todas las estrellas que me había tragado.

Hice travesuras, ladré cosas hacia los árboles
que no tenían ningún sentido. Fui yo mismo.
Y hasta la misma brillante nieve tenía miedo
de que yo tuviera un color tan azulado.

Mi madre y mi padre no se amaban
pero se casaron de todas maneras.
Cómo me gustaría encontrar una hembra
con la que pudiera rodar y volar por la nieve.

Ahora me siento cansado. Hay demasiada nieve por todas partes.
No puedo levantar mis pesadas patas.
No he conseguido amigos ni tampoco hembras.
Un niño cautivo es muy débil para ser libre.

El que nació en una jaula sentirá nostalgia por su jaula.
Horrorizado me di cuenta de cuánto la amaba
y el espacio donde me escondían detrás de una reja,
ese lugar que era una industria de pieles, mi tierra natal.

Entonces regresé exhausto y golpeado.
Un poco después la jaula fue sellada
y mi sentimiento de culpa se transformó en rencor
pero el amor me protegió mágicamente contra el odio.

Es cierto, las cosas han cambiado en la granja de pieles.
Acostumbraban a asfixiarnos en sacos.
Ahora nos matan de una manera más moderna,
nos electrocutan. Todo es maravillosamente ordenado aquí. (**)

Contemplo a la cuidadora que es una muchacha esquimal.
Su mano se posa amigablemente sobre mí.
Sus dedos rascan la parte detrás de mi cuello.
Pero una tristeza parecida a la de Judas hay en sus ojos angélicos.

Ella me cuida de mis enfermedades
y por nada me dejará morir de hambre,
pero yo sé que cuando llegue la hora, implacablemente
ella me traicionará cumpliendo su trabajo.

Con un poco de humedad en sus ojos
ella sacará el collar de mi cuello cantando bajito:
“¡Hay que ser humano con los empleados! En la Oficina
de Ejecuciones del Instituto de la Granja de Pieles.

Me encantaría ser ingenuo como mi padre
pero nací en cautiverio: yo no soy él.

El que me da de comer, me traicionará
El que me cuida como animal doméstico, me matará.

Yevgeny Yevtushenko – 1967

Poema en inglés:

«Monologue Of A Polar Fox On An Alaskan Fur Farm»

I am a blue fox on a gray farm
Condemned to slaughter by my color
behind this gnawproof wire screen,
I find no comfort in being blue.

Lord, but I want to molt! I burn
to strip myself of myself in my frenzy;
but the luxuriant, bristling blue
seeps through the skin – scintillant traitor.

How I howl – feverishly I howl
like a furry trumpet of the last judgement,
beeseeching the stars either for freedom forever,
or at least forever to be molting.

A passing visitor captured my howl
on a tape recorder. What a fool!
He didn’t howl himself, but he might
begin to, if he were caught in here!

I fall to the floor, dying.
Yet, somehow, I fail to die.
I stare in depression at my own Dachau
and I know: I’ll never escape.

Once, after dining on a rotten fish,
I saw that the door was unhooked;
toward the stary abyss of flight I leaped
with a pup’s perennial recklessness.

Lunar gems cascaded across my eyes.
The moon was a circle! I understood
that the sky is not broken into squares,
as it had been from within the cage.

Alaska’s snowdrits towered all around,
and I desperately capered, diseased,
and freedom did a Twist inside my lungs
with the stars I had swallowed.

I played pranks, I barked nonsense
at the trees. I was my own pure self.
And the iridescent snow was unafraid
that it was also very blue.

My mother and father didn’t love each other;
but they mated. How I’d like
to find a girl fox so that I could
tumble and fly with her in this sumptuous powder!

But then I’m tired. The snow is too much.
I cannot lift my sticking paws.
I have found no friend, no girl friend.
A child of captivity is too weak for freedom.

He who’s concieved in a cage will weep for a cage.
Horrified, I understood how much I love
that cage, where they hide me behind a screen,
and the fur farm, my motherland.

And so I returned, frazzled, and beaten.
No sooner did the cage clang shut,
than my sense of guilt became resentment
and love was alchemized again to hate.

In you, Alaska, I howled in lost dispair.
In prison now, I am howling in dispair.
My America, I am lost,
but who hasn’t gotten lost in you?

True, there are changes on the fur farm.
They used to suffocate us in sacks.
Now they kill us in the modern mode-
electrocution. It’s wonderfully tidy.

I contemplate my Eskimo-girl keeper.
Her hand rustles endearingly over me.
He fingers scratch the back of my neck.
But a Judas sadness floods her angel eyes.

She saves me from all diseases
and won’t let me die from hunger,
but I know when the time, set firm as iron,
arrives, she will betray me, as is her duty.

Brushing a touch of moisture from her eyes,
she will ease a wire down my throat, crooning.
¡Be humane to the employees! on fur farms
institute the office of the electrocutioner!

I would like to be naiive, like my father,
but I was born in captivity: I am not him.
The one who feeds me will betray me.
The one who pets me will kill me.

Yevgeny Yevtushenko – 1967

Yevgueni Aleksándrovich Yevtushenko nació en Siberia, el 18 de julio de 1933.
Es miembro honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras; miembro de Academia Europea de Ciencias y Artes y profesor de las univesidades de Pittsburgh y Santo Domingo.
Sus obras se han traducido en setenta idiomas.
Reside actualmente entre Estados Unidos y Rusia.

También de Yevgueni Yevtushenko en este blog:

«Yevgueni Yevtushenko: Cae la nieve pura»: AQUÍ

«Yevgeny Yevtushenko: Me gustaría»: AQUÍ

«Evgueni Evtushenko: Con dignidad»: AQUÍ

«Yvgueni Yevtushenko: Madre cubana»: AQUÍ

 

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