«… Aullar como perros los hace la lluvia:
se cubren cambiando de uno a otro lado,
zarandeados con frecuencia los míseros profanos…»
Dante
Mi recuerdo al poeta florentino, en el aniversario de su muerte.
«Infierno»
Canto IV
Quebró el hondo sueño en la cabeza
un feroz tono, tanto que abrí los ojos
como quien por fuerza está despierto.
Reposada la mirada entorno recorrí,
erguido, levantado, y atento mirando
por reconocer el lugar donde me hallaba.
Verdad es que al borde me encontré
del valle, abismo doloroso,
que acoge el tronar de llantos infinitos.
Oscuro, profundo y nebuloso,
tanto, que aun fijando la vista al fondo
no discernía cosa alguna.
Descendamos ahora al ciego mundo,
comenzó palidísimo el Poeta;
yo iré primero, y tú segundo.
Y yo que advertí el color de su rostro
le dije: ¿Cómo iré si tú te espantas,
que sueles ser tú quien mi dudar conforta?
Y él a mí: La angustia de la gente
de allá abajo, tiñe mi rostro
de piedad, que de temor tú piensas.
Vamos que nos apremia la larga vía:
allí empezó a moverse y me hizo entrar
en el primer círculo que al abismo ciñe.
Aquí, según lo que escuchar podía
no había llanto, mas suspiros tantos
que el aire eterno estremecer hacían;
provenía de un dolor sin tormento
que la multitud tenía, que era de muchos e inmensa,
de infantes, hembras y varones.
El buen Maestro a mi: ¿Y no preguntas
qué espíritus son los que estás viendo?
Quiero que sepas, antes que más andes,
que estos no pecaron, y que si mérito tuvieron
no bastó, pues les faltó el bautismo,
que es parte de la fe en la que crees;
y si antes del Cristianismo vivieron
no adoraron a Dios como debieron
y entre estos tales estoy yo mismo.
Por tal defecto y no por otro mal
perdidos somos, y heridos sólo en esto:
que vivamos sin esperanza y con deseo.
Gran dolor entró en mi corazón al oírlo
pues gente de mucho valor
he conocido, que flotaban en aquel limbo.
Dime Maestro mío, dime señor,
comencé yo, por querer estar cierto
de aquella fe que vence todo error:
¿De aquí alguno acaso ha salido, por su mérito
o por el de otro, que llegara a ser bendito?
Y él que entendió mi habla encubierta,
respondió: Era yo nuevo en este estado,
cuando vi venir un Poderoso
de signo de victoria coronado.
Sacó de aquí la sombra del primer padre,
de Abel su hijo, y aquella de Noé,
la de Moisés, legislador y obediente;
Abraham patriarca, y David rey,
Israel y el padre, y sus nacidos,
y con Raquel por quien tanto hizo,
y a otros muchos; y beatos los hizo:
y quiero que sepas que antes de ellos
no hubo espíritus humanos que salvados fueran.
No dejábamos de andar mientra hablaba
pero íbamos siempre por entre la selva,
la selva, digo, de apiñados espíritus.
No estaba lejos nuestra senda todavía
de aquí a la cima, cuando vi un fuego
que al hemisferio de tinieblas vencía.
Lejos estábamos todavía un poco,
pero no tanto, que en parte yo no viera
cuán honorable gente ocupaba aquel lugar.
¡Oh tú que honras ciencia y arte!
¿Quiénes son estos cuyo honor es tan grande
que así de las demás gentes se parte?
Y él a mí: la honrada nombradía,
que de ellos resuena allá en tu vida,
gracia logra en el Cielo que así los adelanta.
Entonces oí una voz que decía:
¡Honrad al altísimo poeta,
retorna su sombra, que partida era!
Luego que la voz callada se detuvo.
Viniendo vi a nosotros cuatro sombras,
el rostro tenían ni triste ni alegre.
El buen Maestro comenzó a decir:
mira aquel de espada en mano,
que precede a los otros tres, como señor.
Ese tal es Homero, poeta soberano,
el otro que viene es Horacio satírico,
Ovidio el tercero, y el último Lucano.
Como a cada uno conmigo corresponde
el nombre que exclamó la voz unísona,
con él me honran, y hacen bien.
Así vi reunirse la bella escuela
de aquel señor del altísimo canto
que como águila sobre los otros vuela.
Después de entretenerse un poco juntos,
volviéronse a mí con saludable ceño;
y mi Maestro sonrióse un tanto:
y aún más honor me confirieron
al incluirme con ellos en su escuadra,
y entonces fui el sexto en tan gran consejo.
Y así anduvimos hasta la luz,
hablando cosas que callar es bello,
como bello era el hablar allá donde yo estaba.
Llegamos al pie de un noble castillo,
siete veces cercado de altos muros,
defendido en torno por un bello riachuelo.
Lo atravesamos, como por firme tierra:
Por siete puertas entré con estos sabios;
y llegamos a un prado de verdura fresca.
Había allí gentes de mirada reposada y grave,
de grande autoridad en sus semblantes:
hablaban poco y con voz suave.
Nos retiramos entonces a un costado
a un lugar abierto luminoso y alto,
de donde a todos se podía ver.
Desde allí, sobre el verde prado,
me fueron mostrados los espíritus magnos
que verlos regocijó a mi alma.
Vi a Electra con muchos compañeros,
entre los cuales advertí a Héctor y a Eneas,
César en armas, de ojos rapaces.
Vi a Camila y a la Pentesilea
al otro lado, y vi al rey Latino,
junto a su hija Lavinia sentado.
Vi a aquel Bruto que arrojó fuera a Tarquino,
Lucrecia, Julia, Marcia y Cornelia,
y a parte solitario vi a Saladino.
Y alzando un poco más las cejas
vi al Maestro de aquellos que saben,
sentado en medio de la filosófica familia.
Todos lo admiran, todos le honran,
allí vi a Sócrates y a Platón,
que más cerca suyo que los otros están.
Demócrito que el mundo del acaso pone,
Diógenes, Anaxágoras y Tales,
Empédocles, Heráclito y Zenón,
Y vi al buen apreciador de cualidades
digo a Dioscórides: y vi a Orfeo,
Tulio y Lino y Séneca moral:
Euclides geómetra y Tolomeo,
Hipócrates, Avicena y Galeno,
Averroes, que el gran comentario hizo.
Mas aquí tratar de todos no puedo;
que a tanto me obliga el largo tema,
que a relatar los hechos no basten las palabras.
La compañía de seis se amengua,
el sabio Conductor por otra senda me lleva,
lejos del aura tranquila hacia la que tiembla;
y voy a una parte donde nada brilla.
Dante Alighieri
De: «La divina comedia» – «Infierno» – Canto IV – Siglo XIV
Traducción de Luis Martínez de Merlo
Original en italiano:
«Inferno»
Canto IV
Ruppemi l’alto sonno ne la testa
un greve truono, sì ch’io mi riscossi
come persona ch’è per forza desta;
e l’occhio riposato intorno mossi,
dritto levato, e fiso riguardai
per conoscer lo loco dov’io fossi.
Vero è che ’n su la proda mi trovai
de la valle d’abisso dolorosa
che ’ntrono accoglie d’infiniti guai.
Oscura e profonda era e nebulosa
tanto che, per ficcar lo viso a fondo,
io non vi discernea alcuna cosa.
«Or discendiam qua giù nel cieco mondo»,
cominciò il poeta tutto smorto.
«Io sarò primo, e tu sarai secondo».
E io, che del color mi fui accorto,
dissi: «Come verrò, se tu paventi
che suoli al mio dubbiare esser conforto?».
Ed elli a me: «L’angoscia de le genti
che son qua giù, nel viso mi dipigne
quella pietà che tu per tema senti.
Andiam, ché la via lunga ne sospigne».
Così si mise e così mi fé intrare
nel primo cerchio che l’abisso cigne.
Quivi, secondo che per ascoltare,
non avea pianto mai che di sospiri
che l’aura etterna facevan tremare;
ciò avvenia di duol sanza martìri,
ch’avean le turbe, ch’eran molte e grandi,
d’infanti e di femmine e di viri.
Lo buon maestro a me: «Tu non dimandi
che spiriti son questi che tu vedi?
Or vo’ che sappi, innanzi che più andi,
ch’ei non peccaro; e s’elli hanno mercedi,
non basta, perché non ebber battesmo,
ch’è porta de la fede che tu credi;
e s’e’ furon dinanzi al cristianesmo,
non adorar debitamente a Dio:
e di questi cotai son io medesmo.
Per tai difetti, non per altro rio,
semo perduti, e sol di tanto offesi
che sanza speme vivemo in disio».
Gran duol mi prese al cor quando lo ’ntesi,
però che gente di molto valore
conobbi che ’n quel limbo eran sospesi.
«Dimmi, maestro mio, dimmi, segnore»,
comincia’ io per volere esser certo
di quella fede che vince ogne errore:
«uscicci mai alcuno, o per suo merto
o per altrui, che poi fosse beato?».
E quei che ’ntese il mio parlar coverto,
rispuose: «Io era nuovo in questo stato,
quando ci vidi venire un possente,
con segno di vittoria coronato.
Trasseci l’ombra del primo parente,
d’Abèl suo figlio e quella di Noè,
di Moïsè legista e ubidente;
Abraàm patrïarca e Davìd re,
Israèl con lo padre e co’ suoi nati
e con Rachele, per cui tanto fé,
e altri molti, e feceli beati.
E vo’ che sappi che, dinanzi ad essi,
spiriti umani non eran salvati».
Non lasciavam l’andar perch’ei dicessi,
ma passavam la selva tuttavia,
la selva, dico, di spiriti spessi.
Non era lunga ancor la nostra via
di qua dal sonno, quand’io vidi un foco
ch’emisperio di tenebre vincia.
Di lungi n’eravamo ancora un poco,
ma non sì ch’io non discernessi in parte
ch’orrevol gente possedea quel loco.
«O tu ch’onori scïenzïa e arte,
questi chi son c’ hanno cotanta onranza,
che dal modo de li altri li diparte?».
E quelli a me: «L’onrata nominanza
che di lor suona sù ne la tua vita,
grazïa acquista in ciel che sì li avanza».
Intanto voce fu per me udita:
«Onorate l’altissimo poeta;
l’ombra sua torna, ch’era dipartita».
Poi che la voce fu restata e queta,
vidi quattro grand’ombre a noi venire:
sembianz’avevan né trista né lieta.
Lo buon maestro cominciò a dire:
«Mira colui con quella spada in mano,
che vien dinanzi ai tre sì come sire:
quelli è Omero poeta sovrano;
l’altro è Orazio satiro che vene;
Ovidio è ’l terzo, e l’ultimo Lucano.
Però che ciascun meco si convene
nel nome che sonò la voce sola,
fannomi onore, e di ciò fanno bene».
Così vid’i’ adunar la bella scola
di quel segnor de l’altissimo canto
che sovra li altri com’aquila vola.
Da ch’ebber ragionato insieme alquanto,
volsersi a me con salutevol cenno,
e ’l mio maestro sorrise di tanto;
e più d’onore ancora assai mi fenno,
ch’e’ sì mi fecer de la loro schiera,
sì ch’io fui sesto tra cotanto senno.
Così andammo infino a la lumera,
parlando cose che ’l tacere è bello,
sì com’era ’l parlar colà dov’era.
Venimmo al piè d’un nobile castello,
sette volte cerchiato d’alte mura,
difeso intorno d’un bel fiumicello.
Questo passammo come terra dura;
per sette porte intrai con questi savi:
giugnemmo in prato di fresca verdura.
Genti v’eran con occhi tardi e gravi,
di grande autorità ne’ lor sembianti:
parlavan rado, con voci soavi. 114
Traemmoci così da l’un de’ canti,
in loco aperto, luminoso e alto,
sì che veder si potien tutti quanti.
Colà diritto, sovra ’l verde smalto,
mi fuor mostrati li spiriti magni,
che del vedere in me stesso m’essalto.
I’ vidi Eletra con molti compagni,
tra ’ quai conobbi Ettòr ed Enea,
Cesare armato con li occhi grifagni.
Vidi Cammilla e la Pantasilea;
da l’altra parte vidi ’l re Latino
che con Lavina sua figlia sedea.
Vidi quel Bruto che cacciò Tarquino,
Lucrezia, Iulia, Marzïa e Corniglia;
e solo, in parte, vidi ’l Saladino.
Poi ch’innalzai un poco più le ciglia,
vidi ’l maestro di color che sanno
seder tra filosofica famiglia.
Tutti lo miran, tutti onor li fanno:
quivi vid’ïo Socrate e Platone,
che ’nnanzi a li altri più presso li stanno;
Democrito che ’l mondo a caso pone,
Dïogenès, Anassagora e Tale,
Empedoclès, Eraclito e Zenone;
e vidi il buono accoglitor del quale,
Dïascoride dico; e vidi Orfeo,
Tulïo e Lino e Seneca morale;
Euclide geomètra e Tolomeo,
Ipocràte, Avicenna e Galïeno,
Averoìs che ’l gran comento feo.
Io non posso ritrar di tutti a pieno,
però che sì mi caccia il lungo tema,
che molte volte al fatto il dir vien meno.
La sesta compagnia in due si scema:
per altra via mi mena il savio duca,
fuor de la queta, ne l’aura che trema.
E vegno in parte ove non è che luca.
Dante Alighieri
De: «Divina Commedia» – «Inferno» – Canto quarto – Secolo XIV
Dante Alighieri nació en Florencia, Italia, el 29 de mayo de 1265.
El llamado «Poeta Supremo», autor de «La Divina Comedia», una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval al renacentista, está considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de las cumbres de la literatura universal.
Murió en Rávena, el 14 de septiembre de 1321.
También de Dante Alighieri en este blog:
«Dante Alighieri: Infierno, Canto I»: AQUÍ
«Dante Alighieri: Tutti li miei penser»: AQUÍ
«Recordando a Dante Alighieri: Soneto»: AQUÍ
«Dante Alighieri: El poeta supremo»: AQUÍ
«Dante Alighieri: Sus mejores frases»: AQUÍ
«Dante Alighieri: La Divina Comedia, El Infierno, Canto III»: AQUÍ
*La imagen es una ilustración de Gustave Doré
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