Historia

Mariana Pineda: In memoriam

septiembre 1, 2024


«…¡Cobarde!
¡Aunque en mi corazón clavaran vidrios
no hablaría!…»

FGL

Un día como hoy, hace 220 años, nació Mariana Pineda, en su memoria.

Mariana Pineda

Mariana de Pineda Muñoz nació en Granada el 1 de septiembre de 1804.
El 18 de marzo de 1831 la policía al mando del alcalde del crimen Pedrosa irrumpió en el domicilio, de Mariana Pineda, el número 6 de la casa 77 de la calle del Águila en Granada, tras una encontrar una «bandera», señal indudable del alzamiento que se forjaba» fue aprehendida, acusándola legalmente como autora del horroroso delito»
Actualmente parece claro que las autoridades absolutistas, dada su condición de mujer, no la consideraban uno de los dirigentes de la conjura liberal que creían que estaba en marcha en Granada —de hecho en ninguno en los pronunciamientos liberales del final del reinado de Fernando VII hubo mujeres directamente implicadas—, sino que la detuvieron para que denunciara a sus cómplices verdaderas cabezas de la conspiración en la que ella sería nada más que una comparsa.
El jefe de la policía de Granada, estaba habilitado para indultarla incluso después del juicio si aceptaba declarar sobre sus cómplices, cosa a la que ella se negó hasta el final.
El fiscal le imputó el delito de rebelión contra el orden y el monarca, que según el reciente decreto de Fernando VII de 1 de octubre del año anterior estaba castigado con la pena de muerte.
A pesar de la contundente defensa de su abogado, fue condenada a muerte. El día de su ejecución parece ser había preparada una operación destinada a liberarla durante el trayecto que conducía del convento de las Arrecogidas Santa María Egipcíaca, donde había permanecido internada, hasta el Campo del Triunfo donde estaba montado el garrote vil, pero por motivos que se desconocen, no fue posible. Por lo que nada impidió que fuera ejecutada el 26 de mayo de 1831. Tenía 26 años.

El Ayuntamiento de Granada colocó una placa que se puede leer en la puerta en su residencia de la calle del Águila, colocada con motivo del bicentenario de su nacimiento el 1 de septiembre de 2004.
«Mariana demostró, mucho antes que nuestros vecinos franceses, que las mujeres españolas fueron pioneras en la defensa de las ideas progresistas. Estamos hablando de una mujer que nació en 1804 y que fue ajusticiada el 26 de mayo de 1831, jovencísima, por defender su libertad de pensamiento. Ella pudo eludir la muerte, pero prefirió ser leal».

Algunas de las frases tras su detención:

«El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo.» (Al conocer su sentencia de muerte)

«Jamás consentiré ir al patíbulo con las medias caídas.»

«Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance final. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente» (Respuesta al comisionado Ramón Pedrosa y Andrade, cuando éste le sugirió delatar a sus cómplices a cambio de la libertad.)

Federico García Lorca escribió una de sus más conocidas obras de teatro en la que se desarrolla el drama de Mariana Pineda.

«Mariana Pineda»

«… Casa de Mariana. Paredes blancas. Al fondo, balconcillos pintados de oscuro. Sobre una mesa, un frutero de cristal lleno de membrillos. Todo el techo estará lleno de la misma fruta, colgada. Encima de la cómoda, grandes ramos de rosas de seda. Tarde de otoño. Al levantarse el telón, aparece doña Angustias, madre adoptiva de Mariana, sentada, leyendo. Viste de oscuro. Tiene un aire frío, pero es maternal al mismo tiempo. Isabel la Clavela viste de maja. Tiene treinta y siete años…»

Escena I

Clavela: (Entrando.)
¿Y la niña?

Angustias: (Dejando la lectura.)
Borda y borda lentamente.
Yo la he visto por el ojo de la llave.
Parecía el hilo rojo, entre sus dedos,
una herida de cuchillo sobre el aire.

Clavela:
¡Tengo un miedo!

Angustias:
¡No me digas!

Clavela: (Intrigada.)
¿Se sabrá?

Angustias:
Desde luego, por Granada no se sabe.

Clavela:
¿Por qué borda esa bandera?

Angustias:
Ella me dice
que la obligan sus amigos liberales.
(Con intención)
Don Pedro, sobre todos; y por ellos
se expone…
(con gesto doloroso)
a lo que no quiero acordarme.

Clavela:
Si pensara como antigua, le diría…
embrujada.

Angustias: (Rápida.)
Enamorada.

Clavela: (Rápida.)
¿Sí?

Angustias: (Vaga)
¡Quién sabe!
(Lírica)
Se le ha puesto la sonrisa casi blanca,
como vieja flor abierta en un encaje.
Ella debe dejar esas intrigas.
¿Qué le importan las cosas de la calle?
Y si borda, que borde unos vestidos
para su niña, cuando sea grande.
Que si el Rey no es buen Rey, que no lo sea;
las mujeres no deben preocuparse.

Clavela:
Esta noche pasada no durmió.

Angustias:
¡Si no vive! ¿Recuerdas?… Ayer tarde…
(Suena una campanilla alegremente)
Son las hijas del Oidor. Guarda silencio.
(Sale Clavela, rápida. Angustias se dirige a puerta de la derecha y llama.)
Marianita, sal que vienen a buscarte.

Escena II

Entran dando carcajadas las hijas del Oidor de la Chancillería. Visten enormes faldas de volantes y vienen con mantillas peinadas a la moda de la época, y un clavel en cada sien. Lucía es rubia tostada, y Amparo, morenísima, de ojos profundos y movimientos rápidos.

Angustias: (Dirigiéndose a besarlas, con los brazos abiertos.)
¡Las dos bellas del Campillo
por esta casa!

Amparo: (Besa a doña Angustias y dice a Clavela.)
¡Clavela!
¿Qué tal tu esposo el clavel?

Clavela: (Marchándose, disgustada, como temiendo más bromas.)
¡Marchito!

Lucia: (Llamando al orden.)
¡Amparo!
(Besa a Angustias.)

Amparo: (Riéndose.)
¡Paciencia!
¡Pero clavel que no huele,
se corta de la maceta!

Lucia:
Doña Angustias ¿qué os parece?

Angustias: (Sonriendo.)
¡Siempre tan graciosa!

Amparo:
Mientras
que mi hermana lee y relee
novelas y más novelas,
o borda en el cañamazo
rosas, pájaros y letras,
yo canto y bailo el jaleo
de jerez, con castañuelas;
el vito, el ole, el sorongo,
y ojalá siempre tuviera
ganas de cantar, señora.

Angustias: (Riendo.)
¡Qué chiquilla!
(Amparo coge un membrillo y lo muerde.)

Lucia: (Enfadada.)
¡Estáte quieta!

Amparo: (Habla con lo agrio de la fruta entre los dientes.)
¡Buen membrillo!
(Le da un calofrío por lo fuerte del ácido, y guiña.)

Angustias: (Con las manos en la cara.)
¡Yo no puedo
mirar!

Lucia: (Un poco sofocada.)
¿No te da vergüenza?

Amparo:
Pero ¿no sale Mariana?
Voy a llamar en su puerta.
(Va corriendo y llama.)
¡Mariana, sal pronto, hijita!

Lucia:
¡Perdonad, señora!

Angustias: (Suave.)
¡Déjala!

Escena III

La puerta se abre, y aparece Mariana, vestida de malva claro, con un peinado de bucles, peineta y una gran rosa roja detrás de la oreja. No tiene más que una sortija de diamantes en su mano siniestra. Aparece preocupada, y da muestras, conforme avanza el diálogo, de vivísima inquietud. Al entrar Mariana en escena, las dos Muchachas corren a su encuentro.

Amparo: (Besándola.)
¿Cómo has tardado?

Mariana: (Cariñosa.)
¡Niñas!

Lucía: (Besándola.)
¡Marianita!

Amparo:
¡A mí otro beso!

Lucía:
¡Y otro a mí!

Mariana:
¡Preciosas!
(A doña Angustias.)
¿Trajeron una carta?

Angustias:
¡No!
(Queda pensativa.)

Amparo: (Acariciándola.)
Tú, siempre
joven y guapa.

Mariana: (Sonriendo con amargura.)
¡Ya pasé los treinta!

Amparo:
¡Pues parece que tienes quince!
(Se sientan en un amplio sofá, una a cada lado. Doña Angustias recoge su libro y arregla una cómoda.)

Mariana: (Siempre con un dejo de melancolía.)
¡Amparo!
¡Viudita y con dos niños!

Lucía:
¿Cómo siguen?

Mariana:
Han llegado ahora mismo del colegio,
y estarán en el patio.

Angustias:
Voy a ver.
No quiero que se mojen en la fuente.
¡Hasta luego, hijas mías!

Lucía: (Fina siempre.)
¡Hasta luego!
(Se va doña Angustias.)

Escena IV

Mariana:
¿Tu hermano Fernando, cómo sigue?

Lucía:
Dijo
que vendría a buscarnos, para saludarte.
(Ríe)
Se estaba poniendo su levita azul.
Todo lo que tienes le parece bien.
Quiere que vistamos como tú te vistes.
Ayer…

Amparo: (Que tiene siempre que hablar, la interrumpe.)
Ayer mismo nos dijo que tú
(Lucía queda seria.)
tenías en los ojos… ¿Qué dijo?

Lucía: (Enfadada.)
¿Me dejas
hablar?
(Hace intención de hacerlo.)

Amparo: (Rápida)
¡Ya me acuerdo! Dijo que en tus ojos
había un constante desfile de pájaros.
(Le coge la cabeza por la barbilla y le mira los ojos.)
Un temblor divino, como de agua clara,
sorprendida siempre bajo el arrayán,
o temblor de luna sobre una pecera
donde un pez de plata finge rojo sueño.

Lucía: (Sacudiendo a Mariana)
¡Mira! Lo segundo son inventos de ella.
(Ríe.)

Amparo:
¡Lucía, eso dijo!

Mariana:
¡Qué bien me causáis
con vuestra alegría de niñas pequeñas!
La misma alegría que debe sentir
el gran girasol, al amanecer,
cuando sobre el tallo de la noche vea
abrirse el dorado girasol del cielo.
(Les coge las manos.)
La misma alegría que la viejecilla
siente cuando el sol se duerme en sus manos
y ella lo acaricia creyendo que nunca
noche y el frío cercarán su casa.

Lucía:
¡Te encuentro muy triste!

Amparo:
¿Qué tienes?
(Entra Clavela.)

Mariana: (Levantándose rápidamente)
¡Clavela!
¿Llegó? ¡Di!

Clavela: (triste)
¡Señora, no ha venido nadie!
(Cruza la escena y se va.)

Lucía:
Si esperas visita, nos vamos.

Amparo:
Lo dices,
y salimos.

Mariana: (Nerviosa)
¡Niñas, tendré que enfadarme!

Amparo:
No me has preguntado por mi estancia en Ronda.

Mariana:
Es verdad que fuiste; ¿y has vuelto contenta?

Amparo:
Mucho. Todo el día baila que te baila.
(Mariana está inquieta, y, llena de angustia mira a las puertas y se distrae.)

Lucía: (Seria.)
Vámonos, Amparo.

Mariana: (Inquieta por algo que ocurre fuera de la escena.)
¡Cuéntame! Si vieras
cómo necesito de tu fresca risa,
cómo necesito de tu gracia joven.
Mi alma tiene el mismo color del vestido.
(Mariana sigue de pie.)

Amparo:
Qué cosas tan lindas dices, Marianilla.

Lucía:
¿Quieres que te traiga una novela ?

Amparo:
Tráele
la plaza de toros de la ilustre Ronda.
(Ríen. Se levanta y se dirige a Mariana.)
¡Siéntate!
(Mariana se sienta y la besa.)

Mariana: (Resignada.)
¿Estuviste en los toros?

Lucía:
¡Estuvo!

Amparo:
En la corrida más grande
que se vio en Ronda la vieja.
Cinco toros de azabache,
con divisa verde y negra.
Yo pensaba siempre en ti;
yo pensaba: si estuviera
conmigo mi triste amiga,
mi Marianita Pineda.
Las niñas venían gritando
sobre pintadas calesas
con abanicos redondos
bordados de lentejuelas.
Y los jóvenes de Ronda
sobre jacas pintureras,
los anchos sombreros grises
calados hasta las cejas.
La plaza, con el gentío
(calañés y altas peinetas)
giraba como un zodíaco
de risas blancas y negras.
Y cuando el gran Cayetano
cruzó la pajiza arena
con traje color manzana,
bordado de plata y seda,
destacándose gallardo
entre la gente de brega
frente a los toros zainos
que España cría en su tierra,
parecía que la tarde
se ponía más morena.
¡Si hubieras visto con qué
gracia movía las piernas!
¡Qué gran equilibrio el suyo
con la capa y la muleta!
Ni Pepe-Hillo ni nadie
toreó como él torea.
Cinco toros mató; cinco,
con divisa verde y negra.
En la punta de su estoque
cinco flores dejó abiertas,
y a cada instante rozaba
los hocicos de las fieras,
como una gran mariposa
de oro con alas bermejas.
La plaza, al par que la tarde,
vibraba fuerte, violenta,
y entre el olor de la sangre
iba el olor de la sierra.
Yo pensaba siempre en ti;
yo pensaba: si estuviera
conmigo mi triste amiga,
mi Marianita Pineda.
……………………

Mariana: (Emocionada y levantándose)
¡Yo te querré siempre a ti
tanto como tú me quieras!

Lucía: (Se levanta.)
Nos retiramos; si sigues
escuchando a esta torera,
hay corrida para rato.

Amparo:
¡Y dime: ¿estás más contenta?
porque este cuello, ¡oh, qué cuello!,
(La besa en el cuello.)
no se hizo para la pena.

Lucía : (En la ventana)
Hay nubes por Parapanda.
Lloverá, aunque Dios no quiera.

Amparo:
¡Este invierno va a ser de agua!
¡No podré lucir!

Lucía:
¡Coqueta!

Amparo:
¡Adiós, Mariana!

Mariana:
¡Adiós, niñas!
(Se besan.)

Amparo:
¡Que te pongas más contenta!

Mariana:
Tardecillo es. ¿Queréis
que os acompañe Clavela?

Amparo:
¡Gracias! Pronto volveremos.

Lucía:
¡No bajes, no!

Mariana:
¡Hasta la vuelta!
(Salen.)

Escena V

Mariana atraviesa rápidamente la escena y mira la hora en uno de esos grandes relojes dorados, donde sueña toda la poesía exquisita de la hora y el siglo. Se asoma a los cristales y ve la última luz de la tarde.

Mariana:
Si toda la tarde fuera
como un gran pájaro, ¡cuántas
duras flechas lanzaría
para cerrarle las alas!
Hora redonda y oscura
que me pesa en las pestañas.
Dolor de viejo lucero
detenido en mi garganta.
Ya debieran las estrellas
asomarse a mi ventana
y abrirse lentos los pasos
por la calle solitaria.
¡Con qué trabajo tan grande
deja la luz a Granada!
Se enreda entre los cipreses
o se esconde bajo el agua.
¡Y esta noche que no llega!
(Con angustia.)
¡Noche temida y soñada;
que me hieres ya de lejos
con larguísimas espadas!

Fernando: (En la puerta.)
Buenas tardes.

Mariana: (Asustada.)
¿Qué?
(Reponiéndose.)
¡Fernando!

Fernando:
¿Te asusto?

Mariana:
No te esperaba
(Reponiéndose.)
y tu voz me sorprendió.

Fernando:
¿Se han ido ya mis hermanas?

Mariana:
Ahora mismo. Se olvidaron
de que vendrías a buscarlas.
(Fernando viste elegantemente la moda de época, Mira y habla apasionadamente. Tiene dieciocho años. A veces le temblará la voz y se turbará a menudo.)

Fernando:
¿Interrumpo?

Mariana:
Siéntate.
(Se sienta.)

Fernando: (Lírico.)
¡Cómo me gusta tu casa!
Con este olor a membrillos.
(Aspira.)
Y qué preciosa fachada
tienes…, llena de pinturas
de barcos y de guirnaldas.

Mariana: (Interrumpiéndole.)
¿Hay mucha gente en la calle?
(Inquieta.)

Fernando: (Sonríe.)
¿Por qué preguntas ?

Mariana: (Turbada.)
Por nada.

Fernando:
Pues hay mucha gente.

Mariana: (Impaciente.)
¿Dices?

Fernando:
Al pasar por Bibarrambla
he visto dos o tres grupos
de gente envuelta en sus capas,
que aguantando el airecillo
a pie firme comentaban
el suceso.

Mariana: (Ansiosamente.)
¿Qué suceso?

Fernando:
¿Sospechas de qué se trata?

Mariana:
¿Cosas de masonería?

Fernando:
Un capitán que se llama…
(Mariana está como en vilo.)
no recuerdo…, liberal,
prisionero de importancia,
se ha fugado de la cárcel
de la Audiencia.
(Vuelto a Mariana.)
¿Qué te pasa?

Mariana:
Ruego a Dios por él. ¿Se sabe
si le buscan?

Fernando:
Ya marchaban,
antes de venir yo aquí,
un grupo de tropas hacia
el Genil y sus puentes
para ver si lo encontraban,
y es fácil que lo detengan
camino de la Alpujarra.
!Qué triste es esto!

Mariana: (Llena de angustia.)
!Dios mío!

Fernando:
Y las gentes cómo aguantan.
Señores, ya es demasiado.
El preso, como un fantasma,
se escapó; pero Pedrosa
ya buscará su garganta.
Pedrosa conoce el sitio
donde la vena es más ancha,
por donde brota la sangre
más caliente y encarnada.
¡Qué chacal! ¿Tú le conoces?
(La luz se va retirando de la escena.)

Mariana:
Desde que llegó a Granada.

Fernando: (Sonriendo.)
¡Bravo amigo, Marianita!

Mariana:
Le conocí por desgracia.
Él está amable conmigo
y hasta viene por mi casa,
sin que yo pueda evitarlo.
¿Quién le impediría la entrada?

Fernando:
Ojo, que es un viejo verde.

Mariana:
Es un hombre que me espanta.

Fernando:
¡Qué gran alcalde del crimen!

Mariana:
¡No puedo mirar su cara!

Fernando: (Serio.)
¿Te da mucho miedo ?

Mariana:
¡Mucho!
Ayer tarde yo bajaba
por el Zacatín. Volvía
de la iglesia de Santa Ana,
tranquila; pero de pronto
vi a Pedrosa. Se acercaba,
seguido de dos golillas,
entre un grupo de gitanas.
¡Con un aire y un silencio!…
¡Él notó que yo temblaba!
(La escena está en una dulce penumbra.)

Fernando:
¡Bien supo el rey lo que se hizo
al mandarlo aquí a Granada!

Mariana: (Levantándose.)
Ya es noche. ¡Clavela! ¡Luces!

Fernando:
Ahora los ríos sobre España,
en vez de ser ríos son
largas cadenas de agua.

Mariana:
Por eso hay que mantener
la cabeza levantada.

Clavela: (Entrando con dos candelabros.)
¡Señora, las luces!

Mariana: (Palidísima y en acecho.)
¡Déjalas!

(Llaman fuertemente a la puerta.)

Clavela:
¡Están llamando!
(Coloca las luces.)

Fernando: (Al ver a Mariana descompuesta.)
¡Mariana!
¿Por qué tiemblas de ese modo?

Mariana: (A Clavela, gritando en voz baja.)
¡Abre pronto, por Dios, anda!

(Sale Clavela corriendo. Mariana queda en actitud expectante junto a la puerta, y Fernando, de pie.)

Escena VI

Fernando:
Sentiría en el alma ser molesto…
Marianita, ¿qué tienes?

Mariana: (Angustiada exquisitamente)
Esperando,
los segundos se alargan de manera
irresistible.

Fernando: (Inquieto)
¿Bajo yo?

Mariana:
Un caballo
se aleja por la calle. ¿Tú lo sientes?

Fernando:
Hacia la vega corre.
(Pausa)

Mariana:
Ya ha cerrado
el postigo Clavela.

Fernando:
¿Quién será?

Mariana: (Turbada y reprimiendo una honda angustia)
!Yo no lo sé!
(Aparte)
¡Ni siquiera pensarlo!

Clavela: (Entrando)
Una carta, señora.
(Mariana coge la carta ávidamente.)

Fernando: (Aparte.)
¡Qué será!

Clavela:
Me la entregó un jinete. Iba embozado
hasta los ojos. Tuve mucho miedo.
Soltó las bridas y se fue volando
hacia lo oscuro de la plazoleta.

Fernando:
Desde aquí lo sentimos.

Mariana:
¿Le has hablado?

Clavela:
Ni yo le dije nada, ni él a mí.
Lo mejor es callar en estos casos.
(Fernando cepilla el sombrero con la manga; tiene el semblante inquieto.)

Mariana: (Con la carta.)
¡No la quisiera abrir! ¡Ay, quién pudiera
en esta realidad estar soñando!
¡Señor, no me quitéis lo que más quiero!
(Rasga la carta y lee.)

Fernando: (A Clavela, ansiosamente.)
Estoy confuso. ¡Esto es tan extraño!
Tú sabes lo que tiene. ¿Qué le ocurre?

Clavela:
Ya le he dicho que no lo sé.

Fernando: (Discreto.)
Me callo.
Pero…

Clavela: (Continuando la frase.)
¡Pobre doña Mariana mía!

Mariana: (Agitada.)
¡Acércame, Clavela, el candelabro!
(Clavela se lo acerca corriendo. Fernando cuelga lentamente la capa sobre sus hombros.)

Clavela: (A Mariana.)
¡Dios nos guarde, señora de mi vida!

Fernando: (Azorado e inquieto.)
Con tu permiso…

Mariana: (Queriendo reponerse.)
¿Ya te vas?

Fernando:
Me marcho;
voy al café de la Estrella.

Mariana : (Tierna y suplicante.)
Perdona
estas inquietudes…

Fernando: (Digno.)
¿Necesitas algo ?

Mariana: (Conteniéndose)
Gracias… Son asuntos familiares hondos,
y tengo yo misma que solucionarlos.

Fernando:
Yo quisiera verte contenta. Diré
a mis hermanillas que vengan un rato,
y ojalá pudiera prestarte mi ayuda.
Adiós, que descanses.
(Le estrecha la mano.)

Mariana:
Adiós.

Fernando:
Buenas noches,

Clavela:
Salga, que yo le acompaño.
(Se van.)

Mariana: (En el momento de salir Fernando da rienda suelta a su angustia.)
¡Pedro de mi vida! ¿Pero quién irá?
Ya cercan mi casa los días amargos.
Y este corazón, ¿adónde me lleva,
que hasta de mis hijos me estoy olvidando?
¡Tiene que ser pronto y no tengo a nadie!
¡Yo misma me asombro de quererle tanto!
¿Y si le dijese… y él lo comprendiera?
¡Señor, por la llaga de vuestro costado!
(Sollozando.)
Por las clavellinas de su dulce sangre,
enturbia la noche para los soldados.
(En un arranque, viendo el reloj.)
¡Es preciso! ¡Tengo que atreverme a todo!
(Sale corriendo hacia la puerta.)
¡Fernando!

Clavela: (Que entra.)
¡En la calle, señora!

Mariana: (Asomándose rápidamente a la ventana.)
¡Fernando!

Clavela: (Con las manos cruzadas.)
¡Ay, doña Mariana, qué malita está!
Desde que usted puso sus preciosas manos
en esa bandera de los liberales,
aquellos colores de flor de granado
desaparecieron de su cara.

Mariana: (Reponiéndose.)
Abre,
y respeta y ama lo que estoy bordando.

Clavela: (Saliendo.)
Dios dirá; los tiempos cambian con el tiempo.
Dios dirá. ¡Paciencia!
(Sale.)

Mariana:
Tengo, sin embargo,
que estar muy serena, muy serena; aunque
me siento vestida de temblor y llanto.

Escena VII

Aparece en la puerta Fernando , con el alto sombrero de cintas entre sus manos enguantadas. Le precede Clavela.

Fernando: (Entrando, apasionado.)
¿Qué quieres?

Mariana: (Firme.)
Hablar contigo.
(A Clavela.)
Puedes irte.

Clavela: (Marchándose, resignada.)
¡Hasta mañana!
(Se va, turbada, mirando con ternura y tristeza a su señora. Pausa.)

Fernando:
Dime, pronto.

Mariana:
¿Eres mi amigo?

Fernando:
¿Por qué preguntas, Mariana?
(Mariana se sienta en una silla, de perfil al público, y Fernando junto a ella, un poco de frente, componiendo una clásica estampa de la época.)
¡Ya sabes que siempre fui!

Mariana:
¿De corazón?

Fernando:
¡Soy sincero!

Mariana:
¡Ojalá que fuese así!

Fernando:
Hablas con un caballero.
(Poniéndose la mano sobre la blanca pechera.)

Mariana: (Segura.)
¡Lo sé!

Fernando:
¿Qué quieres de mí?

Mariana:
Quizá quiera demasiado
y por eso no me atrevo.

Fernando:
No quieras ver disgustado
este corazón tan nuevo.
Te sirvo con alegría.

Mariana: (Temblorosa.)
Fernando, ¿y si fuera…?

Fernando: (Ansiosamente.)
¿Qué?

Mariana:
Algo peligroso.

Fernando: (Decidido.)
Iría.
Con toda mi buena fe.

Mariana:
¡No puedo pedirte nada!
Pero esto no puede ser.
Como dicen por Granada,
¡soy una loca mujer!

Fernando: (Tierno.)
Marianita.

Mariana:
¡Yo no puedo!

Fernando:
¿Por qué me llamaste? Di

Mariana: (En un arranque trágico.)
Porque tengo mucho miedo,
de morirme sola aquí.

Fernando:
¿De morirte?

Mariana: (Tierna y desesperada.)
Necesito,
para seguir respirando,
que tú me ayudes, mocito.

Fernando: (Lleno de pasión.)
Mis ojos te están mirando,
y no lo debes dudar.

Mariana:
Pero mi vida está fuera,
por el aire, por la mar,
por donde yo no quisiera.

Fernando:
¡Dichosa la sangre mía
si puede calmar tu pena!

Mariana:
No; tu sangre aumentaría
el grosor de mi cadena.
(Se lleva decidida las manos al pecho para sacar la carta. Fernando tiene una actitud expectante y conmovida.)
¡Confío en tu corazón!
(Saca la carta. Duda. )
¡Qué silencio el de Granada!
Fija, detrás del balcón,
hay puesta en mí una mirada.

Fernando: (Extrañado.)
¿Qué estás hablando?

Mariana:
Me mira
(Levantándose.)
la garganta, que es hermosa,
y toda mi piel se estira.
¿Podrás conmigo, Pedrosa?
(En un arranque.)
Toma esta carta, Fernando.
Lee despacio y entendiendo.
¡Sálvame! Que estoy dudando
si podré seguir viviendo.

(Fernando coge la carta y la desdobla. En este momento, el reloj da las ocho lentamente. Las luces topacio y amatista de las velas hacen temblar líricamente la habitación. Mariana pasea la escena y mira angustiada al joven. Este lee el comienzo de la carta y tiene un exquisito, pero contenido, gesto de dolor y desaliento. Pausa, en la que se oye el reloj y se siente la angustia de Marianita.)

Fernando: (Leyendo la carta, con sorpresa, y mirando asombrado y triste a Mariana.)
«Adorada Marianita.»

Mariana:
No interrumpas la lectura.
Un corazón necesita
lo que pide en la escritura.

Fernando : (Leyendo, desalentado, aunque sin afectación.)
«Adorada Marianita: Gracias al traje de capuchino, que tan diestramente hiciste llegar a mi poder, me he fugado de la torre de Santa Catalina, confundido con otros frailes, que salían de asistir a un reo de muerte. Esta noche, disfrazado de contrabandista, tengo absoluta necesidad de salir para Válor y Cadiar, donde espero tener noticias de los amigos. Necesito antes de las nueve el pasaporte que tienes en tu poder y una persona de tu absoluta confianza que espere con un caballo, más arriba de la presa del Genil, para, río adelante, internarme en la sierra. Pedrosa estrechará el cerco como él sabe, y si esta misma noche no parto, estoy irremisiblemente perdido. Me encuentro en la casa del viejo don Luis, que no lo sepa nadie de tu familia, No hagas por verme, pues me consta que estás vigilada. Adiós, Mariana. Todo sea por nuestra divina madre la libertad. Dios me salvará. Adiós, Mariana. Un abrazo y el alma de tu amante. Pedro de Sotomayor.»
(Enamoradísimo.)
¡Mariana!

Mariana: (Rápida, llevándose una mano a los ojos.)
¡Me lo imagino!
Pero silencio, Fernando.

Fernando: (Dramático.)
¡Cómo has cortado el camino
de lo que estaba soñando!
(Mariana protesta mímicamente.)
No es tuya la culpa, no;
ahora tengo que ayudar
a un hombre que empiezo a odiar,
y el que te quiere soy yo.
El que de niño te amara
lleno de amarga pasión.
Mucho antes de que robara
don Pedro tu corazón.
¡Pero quién te deja en esta
triste angustia del momento!
Y torcer mi sentimiento
¡ay qué trabajo me cuesta!

Mariana: (Orgullosa.)
¡Pues iré sola!
(Humilde.)
¡Dios mío,
tiene que ser al instante!

Fernando:
Yo iré en busca de tu amante
por la ribera del río.

Mariana: (Orgullosa y corrigiendo la timidez y tristeza de Fernando al decir «amante».)
Decirte cómo le quiero
no me produce rubor.
Me escuece dentro su amor
y relumbra todo entero.
Él ama la libertad
y yo la quiero más que él.
Lo que dice es mi verdad
agria, que me sabe a miel.
Y no me importa que el día
con la noche se enturbiara,
que con la luz que emanara
su espíritu viviría.
Por este amor verdadero
que muerde mi alma sencilla
me estoy poniendo amarilla
como la flor del romero.

Fernando: (Fuerte.)
Mariana, dejo que vuelen
tus quejas. Mas ¿no has oído
que el corazón tengo herido
y las heridas me duelen?

Mariana: (Popular.)
Pues si mi pecho tuviera
vidrieritas de cristal,
te asomaras y lo vieras
gotas de sangre llorar.

Fernando:
¡Basta! ¡Dame el documento!
(Mariana se va a una cómoda rápidamente.)
¿Y el caballo?

Mariana: (Sacando los papeles.)
En el jardín.
Si vas a marchar, al fin,
no hay que perder un momento.

Fernando: (Rápido y nervioso.)
Ahora mismo.
(Mariana le da los papeles.)

Fernando:
¿Y aquí va?..

Mariana: (Desazonada.)
Todo.

Fernando: (Guardándose el documento en la levita.)
¡Bien!

Mariana:
¡Perdón, amigo!
Que el Señor vaya contigo.
Yo espero que así sea.

Fernando: (Natural, digno y suave, poniéndose lentamente la capa.)
Yo espero que así será.
Está la noche cerrada.
No hay luna, y aunque la hubiera,
los chopos de la ribera
dan una sombra apretada.
Adiós.
(Le besa la mano.)
Y seca ese llanto,
pero quédate sabiendo
que nadie te querrá tanto
como yo te estoy queriendo.
Que voy con esta misión
para no verte sufrir,
torciendo el hondo sentir
de mi propio corazón.
(Inicia el mutis.)

Mariana:
Evita guarda o soldado…

Fernando: (Mirándola con ternura.)
Por aquel sitio no hay gente.
Puedo marchar descuidado.
(Amargamente irónico.)
¿Qué quieres más?

Mariana: (Turbada y balbuciente.)
Se prudente.

Fernando: (En la puerta, poniéndose el sombrero.)
Ya tengo el alma cautiva;
desecha todo temor.
Prisionero soy de amor,
y lo seré mientras viva.

Mariana:
Adiós.
(Coge el candelero.)

Fernando:
No salgas, Mariana.
El tiempo corre, y yo quiero
pasar el puente primero
que don Pedro. Hasta mañana.
(Salen.)

Escena VIII

La escena queda solitaria medio segundo. Apenas han salido Mariana y Fernando por una puerta, cuando aparece Doña Angustias por la de enfrente, con un candelabro. El fino y otoñal perfume de los membrillos invade el ambiente.

Angustias:
Niña, ¿dónde estás? ¡Niña!
Pero, señor, ¿qué es esto?
¿Dónde estabas?

Mariana: (Entrando con un candelabro.)
Salía
con Fernando…

Angustias:
¡Qué juego
inventaron los niños!
Regáñales.

Mariana: (Dejando el candelabro.)
¿Qué hicieron?

Angustias:
¡Mariana, la bandera
que bordas en secreto…

Mariana: (Interrumpiendo, dramáticamente.)
¿Qué dices?

Angustias:
… han hallado
en el armario viejo
y se han tendido en ella
fingiéndose los muertos!
Tilín, talán; abuela,
dile al curita nuestro
que traiga banderolas
y flores de romero;
que traigan encarnadas
clavellinas del huerto.
Ya vienen los obispos,
decían uri memento ,
y cerraban los ojos
poniéndose muy serios.
Serán cosas de niños;
está bien. Mas yo vengo
muy mal impresionada,
y me da mucho miedo
la dichosa bandera.

Mariana: (Aterrada.)
¿Pero cómo la vieron?
¡Estaba bien oculta!

Angustias:
Mariana, ¡triste tiempo
para esta antigua casa,
que derrumbarse veo,
sin un hombre, sin nadie,
en medio del silencio!
Y luego, tú…

Mariana: (Desorientada y con aire trágico.)
¡Por Dios!

Angustias:
Mariana, ¿tú qué has hecho?
Cercar estas paredes
de guardianes secretos.

Mariana:
Tengo el corazón loco
y no sé lo que quiero.

Angustias:
¡Olvídalo, Mariana!

Mariana: (Con pasión.)
¡Olvidarlo no puedo!
(Se oyen risas de niños.)

Angustias: (Haciendo señas para que Mariana calle.)
Los niños.

Mariana:
Vamos pronto.
¿Cómo alcanzaron eso?

Angustias:
Así pasan las cosas.
¡Mariana, piensa en ellos!
(Coge un candelabro.)

Mariana:
Sí, sí; tienes razón.
Tienes razón. ¡No pienso!
(Salen.)
TELÓN.

Federico García Lorca

*La primera imagen es una estatua de Mariana Pineda en la plaza de Granada que lleva su nombre, mandada erigir por el municipio en 1841, once años después de su muerte..

*La segunda imagen:»Mariana Pineda en capilla», es un óleo de Juan Antonio Vera Calvo pintado en 1862, decora en el Congreso de los Diputados, la Sala de reunión de la Junta de Portavoces.

 **Entrada publicada el 26 de mayo de 2013. Ha sido actualizada y ampliada el 1 de septiembre de 2023.

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No Comments

  • Reply Bitacoras.com mayo 26, 2013 at 3:26 am

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