«… Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a
nevar, sino para que empiece a nevar…»
CV
Mi emocionado recuerdo al «poeta del dolor humano» en el aniversario de su nacimiento.
«La violencia de las horas»
Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes
y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos
días, José! Buenos días, María!»
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de me-
ses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de he-
redad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de
oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al
sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la es-
quina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no
se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me
acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi
hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género
triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfea-
ba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dor-
mían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se
fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.
Cesar Vallejo
De: «Poemas humanos» – Perú, 1892 – Paris, 1938
César Abraham Vallejo Mendoza nació en Santiago de Chuco, Perú, el 16 de marzo de 1892.
Está considerado como uno de los más grandes e innovadores de entre los poetas del siglo XX y según el crítico Thomas Merton «el más grande poeta después de Dante«, llamado también el poeta del «dolor humano», revolucionó en la forma y el fondo de sentir y escribir poéticamente.
Murió el 15 de abril de 1938, un Viernes Santo con llovizna en París, no un jueves, como quiso vaticinar en su poema «Piedra negra sobre una piedra blanca».
En su funeral, las palabras de despedida corrieron a cargo de su gran amigo Louis Aragon.
Fue inhumado en el cementerio de Montrouge, posteriormente, el 3 de abril de 1970, su viuda, Georgette, pudo cumplir uno de los sueños más queridos del poeta, trasladando sus restos al cementerio de Montparnasse, donde se puede leer su epitafio: «He nevado tanto para que duermas.»
Otros poemas de Cesar Vallejo en este blog:
«César Vallejo: Y no me digan nada»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: Piedra negra sobre una piedra blanca»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: El poeta a su amada»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: Hoy me gusta la vida mucho menos…»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: El poeta del dolor humano»: AQUÍ
«Recordando a Cesar Vallejo: Heces»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: Los heraldos negros»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: Desnudo en barro»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: Altura y pelos, de Poemas humanos»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: Cuídate, España, de tu propia España»: AQUÍ
«Amor prohibido de Cesar Vallejo»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: España, aparta de mi este cáliz»: AQUÍ
«Cesar Vallejo: Ausente, de Los heraldos negros»: AQUÍ
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