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Semana Santa: En Sevilla ya comienza La Madrugá

abril 22, 2011

Calvario en Avenida 2009.jpg

En la imágen el Cristo del Calvario en la «Madrugá» de 2009 a su paso por la Avenida de la Constitución camino de la Puerta de San Miguel de la Catedral con la Giralda al fondo. (Click para ampliar)

«La Madrugá» en Sevilla

Cae la noche en Sevilla y los sevillanos se preparan para la Noche Hermosa de su Semana Grande, «La Madrugá»; Carlos Colon Perales, en su Pregón de la Semana Santa de Sevilla del año 1996 del Teatro de la Maestranza de Sevilla, decía:

«No hay tiempo. Ni mundo. Sólo sagrada plenitud. «El holocausto arderá sobre el fuego del altar de la noche a la mañana» , porque la víctima ya lo ha aceptado del todo. Y lo abraza. Mientras la emoción se desborda en la calle Feria, y el Gran Poder, abriéndole camino la línea de fuego de su cofradía, agota en Sierpes, saeta tras saeta, las más antigua emoción y la más tradicional sevillanía, el Dulcísimo Nazareno sale de la catedral y, rapidísimo, enfila Placentines para refugiarse en Francos. Su paso es un barco de oro que ilumina la noche con sus cuatro faroles de galeón, alto el mástil de la cruz, atentos como vigías los ángeles ceriferarios que lo escoltan. No parece un condenado obligado a cargar con el patíbulo hasta el lugar de su muerte, sino un Rey llevado en triunfo por una ciudad que se le acaba de rendir. Porque cuando el Silencio lo abraza, el sufrimiento se hace de carey y plata, y nadie puede dudar de su genealogía: «es del linaje de David». ¿Quién como tu, Nazareno, cruzando orgulloso la Madrugada? ¿Qué gesto como el tuyo, Rey David, León de Judá, es capaz de aunar tanta bondad, tanto poder, tan alta majestad? ¿Qué abrazo como el tuyo, que abarca todo el dolor del mundo, lo asciende, lo sublima, lo purifica, lo serena? ¿Qué mirada como la tuya que ve la Pasión desde la Resurrección, ya símbolo sereno de un dolor pasado? ¿Qué nazarenos como los tuyos, cinco cruces en el pecho, gloria de los primitivos nazarenos de Sevilla, dadores del nombre que hoy todos llevan con orgullo? ¿Qué cortejo como el tuyo, músicas antiguas, azahares, simpecado transparente como la pureza de María, palio catedralicio, al cuidado de tu hermano mayor, sobre el pecho, la llave de tu casa?

Como una emoción antigua, escalofrío de fagot, oboe y clarinete, ascético lujo, gloriosa contradicción, corazón barroco y negro de la Semana Santa, cubre el Silencio a Sevilla. Sale de Francos, cruza el Salvador, y entra en Cuna cuando entra la Macarena en la Campana. Que dos mundos, el tintinear de los faroles, las saetillas, el silencio, de una parte; y de otra los cuerpos en pie, todos, al mismo tiempo, como un suelo que creciera prodigiosamente, el escalofrío de la música que se acerca, los ciriales que aparecen, los cirios verdes que se arremolinan, la Macarena. Que dos mundos, tan distintos, tan iguales; que dos glorias de Sevilla nacidas en el mismo barrio; que dos formas de hacer bello el dolor: plata y carey por Cuna, y una cara en la Campana.

Aguarda, en silencio, la cruz arbórea del Calvario. Emprende su camino tras la Macarena, como un abismo de negación que succionara toda la luz que deja tras Ella. Cae cera negra sobre la verde. El Calvario busca la catedral para vivir en plenitud su misterio. Aquí apremian las esperanzas, y el gemido de su cuerpo escueto, demasiado hiriente para ese teatro urbano, necesita bóvedas góticas para hacer de la Madrugada Noche Oscura de las almas. Pasan las cinco de la mañana. Es la hora en la que desesperan las vigilias, en la que cesan las agonías, en la que los centinelas acechan angustiados la primera luz del alba. El Calvario entra en la catedral. Suena la voz del sochantre cantando el salmo Miserere. La Madrugada sólo es un eco lejano, una luz que no llega a encender las vidrieras. Vientos helados se arremolinan en torno al cuerpo muerto del Calvario, sin mover los pabilos de sus hachones. Habla el cuerpo esencial; habla la cabeza caída sobre el pecho; hablan los ojos entrecerrados; habla la boca entreabierta; hablan las huellas de las espinas sobre su frente; habla -sobre todo- la cruz que lo acoge y lo hace suyo. Y van diciendo su lección: «¿Que tiene que ver la desnudez de Cristo con asimiento a cosa alguna? Líbrenos Dios de gloriarnos si no es de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Aprended a estaros vacíos de todas las cosas y veréis como yo soy Dios» Y cruzamos la catedral vacíos de todo menos de Dios, desasidos de todo lo que no sea Cristo crucificado, portando como única gloria esta cruz hecha desde la eternidad para su cuerpo. Que obliga a mucho ser del Calvario, la más alta exigencia, porque en Él se consuma el más tremendo encuentro: un Dios y la cruz de vergüenza y muerte que le esperaba desde que se cerraron las puertas del paraíso. «Anunciamos al Mesías crucificado», escándalo para unos y locura para otros. Mostramos la imagen que hace imposible toda otra imagen, la cruz clavada sobre «un abismo interminable», tan perfecta expresión del todo de Cristo Crucificado, que toda otra cosa la reduce a nada. Por eso recorremos la Madrugada sin importarnos hacerlo entre los extremos de ser ignorados o de ser admirados, siempre extraños a la agitación que se desborda por las calles, como una llamada, como un golpe negro entre esperanzas.

«La gloria del Señor amanece» sobre Sevilla. Al final de Cardenal Spínola, al Gran Poder parece que no van a alcanzarle las fuerzas hasta llegar a su casa, que va a caer allí mismo, que cada zancada es la última; la multitud lo mira como si quisiera auxiliar tanta fortaleza herida. Atraviesa la plaza con la desesperación que hace intolerable la última distancia. Gira para mostrarse al pueblo. Arría bajo la luz reciente e imprecisa, gastadas las velas de los faroles, más ennegrecido después de atravesar la Madrugada. Este es el «Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no el de los filósofos y los sabios» pura «certeza y puro sentimiento». Se oye el llamador en toda la plaza. «¿Me vas a dejar ahora, Señor?». Entra despacio en su basílica. «¿Me vas a dejar ahora? Que no este separado de ti eternamente», para que pueda sentir siempre, como siento esta mañana, esta «reconciliación total y dulce» al ver en ti reflejado, como en el mejor espejo, la «grandeza del alma humana». «Señor ¿me vas a dejar ahora?.

El palio de la Madre de la Presentación, jardín cerrado de la más delicada belleza sevillana, esta parado en San Pablo, atenuado el brillo de su candelería por al primera luz, definitivamente serena bajo los árboles grandes en los que cantan pájaros invisibles. Acaba de recorrer Sevilla con el rápido paso con el que María debió ir por las calles de Jerusalén tras su Hijo. Es esta hermosísima Madre nuestra la que reúne el rebaño disperso por el pavor sagrado que su Hijo crucificado inspira, la que entibia las almas sobrecogidas tras ver a esa cruz que ha devorado el cuerpo. Necesitamos toda su dulzura, toda su ilimitada disponibilidad y mansedumbre, para no desertar, como los apóstoles, por vergüenza y desaliento, ante la dura cruz de nuestro Calvario.

Es de día, y ya hay luz suficiente para ver los pasos del Silencio en la iglesia vacía y triste por el olor a azahar que se muere despacio. La Presentación esta en el trascoro, han terminado las preces, el hermano mayor invita a los hermanos a descubrirse y un clavel va matando, cirio a cirio, la luz de su candelería. Se cierran las puertas de la basílica tras el Mayor Dolor y Traspaso. Cruzan el centro nazarenos negros manchados de cera negra, tiniebla o blanca. Se acabó la Madrugada.»

Carlos Colon Perales, abril de 1996

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  • Reply Bitacoras.com abril 22, 2011 at 1:23 am

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