Poesia

Ovidio: Las Tristes

marzo 20, 2024


Yo también florecí, pero aquella flor era caduca…
Ovidio

Recordando al poeta romano que nació un día como hoy de hace más de dos mil años.

«Las Tristes»

Tristia

I.1

Irás sin mí —y no te envidio—, pequeño libro, a Roma
pues no le es permitido ir a tu miserable señor.
Ve, aunque desarreglado, como debe el libro del exiliado
y viste el hábito, desdichado, de este momento.
Que no te cubran los mirtilos con su purpúreo maquillaje
—que ese color no va con las tristezas—
ni escriban tu título con rojo ni bañen las hojas de cedro,
no lleves blancos cuernos en tu negra frente.
Que adornen esos detalles a los libros dichosos,
a ti te toca ser un recuerdo de mi fortuna.
Que no sean pulidos tus márgenes a piedra volcánica
para que te vean desalineado, con el pelo enmarañado.
No te avergüences de las manchas, quien las vea
pensará que son marcas de mis lágrimas.
Anda, libro, saluda con mis versos esos lugares queridos
para que los toque yo con el pie que me está permitido.
Si alguno ahí, como acostumbra el pueblo, no me ha olvidado,
si hubiera quien cuestione, quizá, cómo estoy
dile que estoy vivo, pero niega que estoy bien,
y que incluso esto, que viva, se lo debo a un dios.
Así, tú callado, debes ser leído por quien te pregunte más;
cuídate de no tocar temas innecesarios
que inmediatamente el lector avezado recordará mis crímenes
y andaré como enemigo público en boca de todos.
Procura no defenderme, aunque te hieran las acusaciones;
una mala causa no será mejor por su defensa.
Encontrarás alguno que suspire por mi ausencia
que lea estos poemas con las mejillas húmedas
y callado, en soledad, para que no le escuche algún malvado,
desee que, calmado el César, mi pena se vuelva menor.
Yo también imploro que no sea miserable aquel
que pida que los dioses se apiaden de este desdichado;
que se cumpla lo que desee y, alejada la ira del príncipe,
me permita morir en mi casa, en mi patria.
Aunque cumplas mis órdenes, libro, quizá seas condenado
y considerado indigno de la fama de mi ingenio.
Es oficio del juez examinar las cosas y las circunstancias de éstas,
tan pronto entiendan tus circunstancias estarás bien.
Los poemas nacen de un alma despejada,
pero mis días han sido nublados por súbitos males,
los versos piden al escritor tranquilidad y alejarse del mundo;
a mí me arrojan el mar, los vientos y el fiero invierno.
Todo miedo estorba a la poesía; yo, sin esperanza ya,
estoy pensando en la espada que pronto será clavada en mi cuello.
Pero un juez justo admirará esto que escribo
y leerá con benevolencia mis textos como sea que estén.
Trae al propio Homero y ponle mis desgracias:
verás que todo su ingenio se desvanecerá entre tantos males.
Finalmente, libro, recuerda ir despreocupado de la fama,
y no sientas vergüenza por no gustar tras ser leído
que la fortuna no se nos muestra favorable
para que te ocupes de pensar en la fama.
Mientras era afortunado me llamaba el deseo de gloria,
me emocionaba la búsqueda de un nombre;
sea suficiente ahora si no odio a la poesía y esta pasión
que tanto me dañó, pues mi exilio es fruto del ingenio.
Pero tú ve en mi lugar, tú que puedes, y contempla Roma
¡ojalá los dioses me concedieran ser mi libro!
No vayas a pensar que por llegar desde lejos a la gran ciudad
puedes ser desconocido por el pueblo,
aunque no lleves nombre te reconocerán por tu color único;
querrás disimular, pero es claro que eres mío.
Entra con cautela para que mis poemas no te dañen,
ya no son favorecidos como alguna vez lo fueron.
Si hubiera alguno que piense que, por ser mío,
no debes ser leído y te aparte de sus brazos
«mira mi título» dile «no soy un maestro del amor,
ya pagó aquella obra los castigos que merecía.

Quizá te preguntes si te ordenaré subir
al alto Palatino y a la casa del César.
¡Que me perdonen los lugares augustos y sus dioses!
Desde esa cima llegó el rayo que golpeó mi cabeza.
Recuerdo que hay divinidades gentiles en esas mansiones,
pero temo a los dioses que me exiliaron.
La paloma se aterra con el más mínimo sonido
de las alas, si ha sido herida por tus garras, gavilán.
Tampoco se atreve a dejar el aprisco la cordera
si alguna vez fue arrancada de los dientes de un hambriento lobo.
Si viviera Faetón evitaría el cielo, y no querría tocar
aquellos caballos que deseó estúpidamente.
Confieso que yo temo al relámpago de Júpiter, que ya sufrí,
y pienso, cuando truena, que un fuego hostil me alcanza.
Cada uno de la escuadra argólica que huyó del Cafareo
vuelve las velas siempre para alejarse de las aguas de Eubea,
y a mi barquita, del mismo modo, golpeada por una tormenta
desoladora le horroriza ir a aquel lugar en el que fue dañada.
Así que cuídate, libro, y mira alrededor tímidamente,
confórmate con ser leído por la gente común:
Ícaro, al buscar con alas frágiles alturas ingentes,
sólo consiguió darle su nombre al mar.
Es difícil decir si has de usar remos o el viento,
ese consejo te lo darán la circunstancia y el lugar.
Si pudieras serle llevado cuando esté desocupado,
si las cosas miras calmas, si la ira sus fuerzas quebrase;
si hubiera alguien que a ti, dubitante y temeroso de entrar
te lleve, y lacónico te presente, entra.
Ojalá en buen momento y más dichoso que yo mismo
llegues ahí… y aligeres mis males.
Pues esas heridas nadie, sino quien me las ha hecho
puede quitármelas, como corte de Aquiles.
Sólo cuida no dañarme mientras quieres ayudar
—mi esperanza es menor que el temor de mi alma—,
que la ira que descansaba no se vuelva a enfurecer
y seas tú la causa de otro castigo.
Cuando seas recibido en mi estudio
alcanzarás esos estantes curvos, tu casa,
mirarás ahí puestos en orden a tus hermanos,
a todos ellos los desveló la misma pasión.
El resto mostrará abiertamente sus títulos
con los nombres al descubierto en la portada
pero verás tres ocultándose en un rincón oscuro,
estos, como todos saben, enseñan a amar;
húyeles o, si tuvieras valentía suficiente,
grítales «Edipo» y «Telégono».
Te advierto que, de los tres, si es que te importo,
y aunque te enseñen cómo, a ninguno ames.
Hay también quince volúmenes de las Metamorfosis,
poemas recién arrancados de mis funerales,
a estos te pido que les digas que puede incluirse
entre las transformaciones el rostro de mi fortuna,
pues se ha vuelto de repente distinta a la de antes;
hoy es deplorable pero algún tiempo fue alegre.
Si me lo preguntas, tendría que pedirte muchas cosas,
pero temo que ya te hice retrasar el viaje
y si te llevas contigo todo cuanto se me ocurre
serás un peso muy grande para quien te cargue.
Largo es el camino ¡apresúrate! Yo habitaré
el más lejano lugar del mundo: tierra remota a la tierra mía.

Tristia

I.3

Cuando recuerdo la imagen tristísima de aquella noche
en la que estuve por última vez en Roma;
cuando revivo esa noche en que dejé tantas cosas queridas,
resbalan, incluso ahora, lágrimas de estos ojos.
Pronto se acercaba el momento en el que había ordenado el César
que partiera hacia los confines lejanos de Ausonia,
yo no tenía ni el tiempo ni el corazón para prepararme
mi larga espera había entorpecido el corazón.
No me había ocupado de elegir acompañantes de viaje y esclavos
ni cuidé el vestido ni las provisiones aptas del exiliado,
perdí la conciencia como quien es golpeado por el rayo de Júpiter
y vive, pero nada sabe de su vida.
Cuando mi propio dolor disipó esa nube del alma
y por fin despertaron mis sentidos
a punto de marchar hablé por última vez con mis tristes amigos
que, de tantos que eran, apenas había algunos.
Mientras lloraba, llorando más amargamente, me abrazaba mi amada;
hasta que una lluvia de lágrimas rodaba por sus mejillas inocentes.
Mi hija estaba lejos, por las costas de África,
no había podido enterarse de mi destino.
A donde sea que miraras sonaban llantos y sollozos
y dentro había una especie de funeral ruidoso.
Mujeres y hombres, incluso los esclavos lloraban mi funeral
y en casa cada esquina guarda mis lágrimas,
si se puede utilizar un gran ejemplo en uno pequeño:
era la imagen de Troya cuando fue tomada.
Ya descansaban los sonidos de hombres y perros
y la luna en lo alto dirigía los caballos nocturnos,
yo la miraba y distinguía entre los edificios del Capitolio
los que de nada sirvió tener cerca de mis Lares.
«Númenes que habitan en suelo vecino», dije,
«y templos que jamás volveré a contemplar
y dioses que dejaré a los que venera la alta ciudad de Quirino
déjenme despedirme hoy para siempre,
y aunque tarde tomo el escudo, ya después de la herida,
arranquen el odio de esta huida
díganle al divino hombre qué error me sedujo
que no piense que fue mi culpa
y que, así como ustedes lo saben, también mi verdugo lo sienta
y aplacado ese dios, pueda yo dejar de ser miserable.

Me dirigí a los dioses con este rezo, y mi esposa con más,
pero las palabras se le cortaban a medio decir.
Ella, en el suelo frente a los Lares, con el cabello suelto
alcanzó los fuegos extintos con su boca trémula
y derramó un mar de palabras a los Penates frente a ella
que de nada valdrían en favor de su llorado esposo.
La noche moría y no daba más tiempo de espera,
la Osa mayor ya había dado la vuelta a su eje.
¿Qué podía hacer? Me detenía el dulce amor a la patria
pero esa última noche era la designada para mi partida.
¡Ay! Cuántas veces dije a algún presuroso “¿por qué la prisa?
Mira el lugar a donde te apresuras, y mira de dónde”
¡ay! cuántas veces fingí tener segura la hora
que era ideal para mi viaje.
Tres veces llegué a la puerta, tres veces me arrepentí
y mi pie, indulgente con mi alma, no quería marchar.
Varias veces, después del «adiós», comenzaba a hablar mucho de nuevo,
y ya casi al partir repartí muchos besos,
di muchas veces las mismas órdenes, engañándome a mí mismo
y volvía los ojos para ver a mis seres amados.
Al final, «¿por qué me apresuro?», dije, «es la Escitia a donde me envían
y debo dejar Roma, cualquier demora es justa.
Mi viva esposa me es negada eternamente en vida
y mi casa, y los dulces miembros de mi fiel casa
y aquellos amigos a quienes yo amé como a hermanos
¡corazones unidos a mí con fidelidad tesea!
los abrazaré mientras pueda, que quizá ya no se pueda más,
debo aprovechar el tiempo que me queda”.
Llegado el momento, interrumpo las palabras
y abrazando todo lo más cercano a mi corazón
hablo y lloro mientras, bien claro en lo alto del cielo,
Lucifer se levantaba, una estrella terrible para mí.
Estaba roto, como si ahí dejara mis miembros,
y parecía que una parte me era arrancada del cuerpo:
así sintió Meto cuando a direcciones contrarias
corrieron los caballos que castigaron su traición.
Entonces rompió el clamor y el llanto de los míos
hirientes manos golpearon los pechos desnudos
y mi esposa aferrada a mis hombros exiliados
mezcló con mis lágrimas estas palabras tristes:
«No pueden llevarte, vámonos juntos de aquí, los dos,
te seguiré y como esposa de exiliado seré exiliada.
Ya está hecho mi camino y el fin del mundo me espera también.
Me subiré a la barca como ligero equipaje.
A ti la ira del César ordena dejar la patria
a mí mi amor, y este amor será mi César».
Lo intentó, como antes había intentado,
apenas se dio por vencida, por mi bien.
Salí, o, más bien, aquello era un funeral sin cadáver.
Iba escuálido, con el cabello sobre mi rostro desalineado.
Me dicen que ella, enloquecida por el dolor, se llenó de oscuridad,
casi muerta, cayó a la mitad de la casa
y cuando despertó, con el cabello sucio por el polvo
funesto y se levantó del suelo frío,
se lamentó, primero por ella, luego por los Penates abandonados,
gritó el nombre de su esposo arrebatado,
lloró tanto como si viera mi cuerpo
y el de su hija sobre piras funerarias.
Dicen que quiso morir para muriendo dejar de sentir,
pero no murió para cuidarme.
Que viva, porque así lo dispusieron los hados,
que viva, para que me sostenga con su ayuda siempre en mi ausencia.

Tristia

I.11

Todo cuanto has leído en este librillo
lo escribí durante el tormentoso tiempo de viaje.
Ya sea cuando temblaba por el frío mes de diciembre,
y el Adriático me vio escribir estos versos entre las aguas,
o después de pasar a toda velocidad el Istmo abrazado por dos mares
para tomar otra barca a mi exilio.
Pienso que haber escrito estos versos entre los feroces murmullos
del Ponto sorprendió a las Cícladas egeas.
Yo mismo me sorprendo ahora de que por tantos disturbios
del alma y del mar mi ingenio no muriera.
Ya sea que nombres a esta afición pasión o locura,
por esta ocupación toda preocupación se ha aligerado.
A menudo, las nubosas estrellas Cabrillas me arrojaban,
otras veces el mar me amenazaba a causa del Astro Estérope
y el guardián de la Osa Mayor oscurecía el día
o Austro bebía las Híades para llover más tarde.
A veces entraba el agua a la barca, pero yo formaba
cualquier poema con mano temblorosa.
Aún ahora, tensos por el Aquilón, suenan los cables
y se levanta el agua ahuecada como amontonándose.
El propio timonel levantando las manos hacia las estrellas
pidió ayuda haciendo promesas, olvidándose de su técnica,
a donde sea que miraba, no había más que imagen de muerte
a la cual le temo con la mente perdida, y rezo con ese temor,
pero si llego al puerto, me aterrará el puerto mismo:
es más temible la tierra que el peligroso mar.
Pues al mismo tiempo sufro por las insidias de los hombres y el mar
y la espada y la ola producen miedos similares
temo que la espada espere mi sangre como botín
o que las olas quieran quedarse el honor de mi muerte.
La parte izquierda bárbara, deseosa y acostumbrada a la rapiña
siempre está en guerra, y hay matanzas y sangre
y aunque esté agitado el mar por las tormentas del invierno
mi corazón está más agitado que el propio mar.
Por ello, debes perdonar más estos versos, justo lector,
si son, como son, menos de lo que esperabas.
Estos no los escribí, como antes, en mi jardín,
ni tienes tú, lecho acostumbrado, mi cuerpo.
Estoy arrojado en el abismo inconquistado en tiempo brumoso
y estas páginas van manchadas por el mar azulado.
El invierno monstruoso pelea y se indigna de que me atreva
a escribir mientras él me lanza feroces amenazas.
¡Que el invierno venza al hombre! Pero imploro que al mismo tiempo
que yo termine mis cantos, él termine los suyos.

Ovidio

Año 8  d.C.

Traducción de: David Navarro

*Mientras Virgilio con la Eneida, Livio con Ab urbe condita y Horacio con su Carmen secular escribieron en sus respectivos géneros bajo orden del emperador, nuestro Ovidio escribió acerca de amor y los placeres que éste traía consigo, además de enseñar a los ciudadanos cómo conseguirlos. Para muchos ésta es la razón fundamental de su exilio, su obra, pero en realidad no es posible asegurarlo, pues, aunque sus textos fueron arrancados de las bibliotecas y el propio poeta se arrepiente de escribirlos, no es suficiente para afirmarlo debido a la oscuridad con que Ovidio escribe sobre el tema.

Durante la etapa del exilio, Ovidio escribe dos obras: las Tristes y las Epístolas desde el Ponto o Pónticas, ambas constan de elegías en las que el poeta busca el perdón y pide ayuda a sus seres queridos para poder volver a su Roma. El primer libro de las Tristes, de donde se recogen los siguientes poemas, es escrito en parte en su barca camino al exilio; las imágenes que nos da el poeta de su memoria del viaje y de su última noche en Roma, conforman unas de las páginas más tristes y desoladoras de la poesía universal.

Aunque sus textos buscaron el perdón y explicar las condiciones en las que vivía entre los bárbaros de la zona con el fin de encontrar algo de conmiseración, en el año 18, tras casi diez años de exilio y dos obras, el poeta murió sin poder volver a ver el Palatino. El lugar de exilio fue su última morada y la más triste posible para el poeta que enseñaba a amar a los romanos. En sus Tristes Ovidio escribió que después de morir su fama le sobreviviría y mientras Roma mirara desde sus montes, sería leído. Un consuelo real para un poeta exiliado.

Publio Ovidio Nasón nació en Sulmona el 20 de marzo de 43 a.C.
Sus obras más famosas son: “Arte de amar”, “Amores”, «Tristezas» “Las metamorfosis”, está última epopeya en quince volúmenes que recoge mitología grecorromana.
Su vida transcurrió feliz hasta el año 8 d. en el que se enfrentó con el emperador César Augusto, primer emperador romano, lo que le llevó al exilio en Tomis.
Murió en Tomis, actual Constanza, en el 17 o 18 d.C.
El tiempo le ha dotado una de las inmortalidades más transcendentes que ningún poeta haya alcanzado.

También de Ovidio en este blog:

«Ovidio: Elegía»: AQUÍ

«Ovidio: Amores»: AQUÍ

You Might Also Like

No Comments

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.