Día de Asturias. Felicidades asturianos
«Gaita en la bruma»
La neblina lo invade todo.
Si el son lejano de la gaita
fue ahogado por ella,
su dejo reaparece, reaparece
con las intermitencias de un lírico Guadiana,
que nos somete, irresistible,
también al propio encantamiento.
Encantados en la neblina
ya se hallan asimismo
la color verde de los prados.
los gayos colorines de las mozas aldeanas,
al áureo sacramento de la sidra,
la olor de las ablanas que crujen en las bocas,
el estallido de los voladores
y la voz de un mozo cantor.
Son los aires de Asturias en sutil quintaesencia
los que hinchen el fuelle de la gaita,
y que al votar van transmutados
en un hilo sonoro, largo, agudo
que en húmedas volutas prólongase, prólongase
y se queda enzarzado en los helechos,
los robledales y las pumaradas.
Como un cohete más, asciende un ijujú;
se sostiene sobre la niebla
igual que un pájaro salvaje
y luego va bajando, va bajando
y se sumerge nuevamente
en su profundo estrato céltico.
La gaita alegra, si no atrista.
Su son es del color
del alma que la escucha.
El Buzaco del Cellero
Una noche sin astros o una tarde de bruma,
hasta el cono truncado que corona un gran dolmen
subiré con mi pena. De la crónica espuma
y el labrado silencio, mar y campo que colmen
para siempre mi alma, teológica suma.
Luctuoso profeta, misterioso druida,
filosofa el buzaco sobre el alto Cellero.
Descubrí una mañana su sagrada guarida
y a partir ya de entonces con su paz me convida
de las piedras arcaicas el retiro señero.
Cuando Amor, tiempo andando, mis umbrales rehuya;
cuando Nidia se suelte de mi brazo y no vuelva,
ha de ser necesario que del mundo yo huya
al encuentro de aquella singular ave, cuya
voz de siglos me llama a través de la selva.
Arropado en mis rimas al igual que en sus plumas
el buzaco, de intensa negrura revestido,
me nutrirán silencios, me orearán espumas
y las noches sin astros y las tardes con brumas
me habrán de ver inmóvil, pensando en lo que he sido.
Plegue al cielo, mujer, dar sol a tu sendero
y que jamás escuches el grito secular
en que un buzaco diga su oráculo severo
desde la bruma sacra del dolmen del Cellero
al silencio del agro y a la espuma del mar.
«Soneto a la sidra»
Sidra, bendita seas, ora en chorros aurinos
de las botellas saltes a vasos cristalinos,
ora a tarreñas rudas de metales cetrinos,
ora a los frescos labios de Nidia purpurinos.
Bendita sea tu espuma, cual mexar de angelinos
de dulce y rumorosa; benditos gorgorinos
que de la voz de Nidia humedecéis los trinos.
Benditas las manzanas y sus jugos divinos.
Bendita sea la sidra, pues que a la gaita dota
de vibraciones celtas y da al cantor la nota.
Bendito el ijujú que a su conjuro brota.
Bendito viaje, neña, al que al astur bebida
tu cuerpo todo sed a mi salud convida;
benditos su trayecto, su entrada y su salida.
De: Los poemas de Llanes.
«La Virgen de Guía vino por el Mar…»
De Irlanda lejana, de la Verde Erin
la Virgen de Guía vino por el mar.
Vino por el mar
como vino el Santo Cristo de Candás.
Desbravando vientos, domando galernas
vino por el mar
hace cuatro siglos, cuatro siglos ya.
Vino como vienen los vientos mareros,
vino por el mar,
vino en la marea del buen marear.
Vino de la mano sabia de la luna,
vino por el mar,
vino como el ocle con yodo y con sal.
Vino por el mar
la Virgen de Guía, vino por el mar.
En el Dolmen de la Boriza
Altar o sepultura, se levanta
vera a la mar y hace sagrado el aire.
La ñétoba enigmática allí canta
y una pastora, a la que nada espanta,
sonríe, de las piedras al socaire.
El rito de los cámbaros asados
aromatiza el dolmen. ¡Sacrificio
entre los recios bloques asperjados
de sidra, a torvos dioses olvidados!
¡Pléguele al porvenir sernos propicio!
El llar humea, ennegrecido el techo
sagrado de la bóveda de llábanas.
De yedra, brezo, rozo, musgo, helecho,
vése aquí la yacija, nuestro lecho
nupcial, el sin colchones y sin sábanas.
Todo el fragor del mar llena el recinto.
Mientras la cambarada se chamusca,
remonto de la historia el laberinto
y en la imaginación mil cuadros pinto,
de mi yo prehistórico en la busca.
¡Oh zagala del dolmen! ¡Mar! ¡Boriza!
Mi alma, a las remotas eras vuelta,
corrobora su esencia primeriza
hoy, que en vuestra compaña profundiza
el gran misterio de su noche celta.
«Soneto del queso de Cabrales»
¡Salud, queso picón, el más rico del mundo,
orgullo de Cabrales y del país astur;
por el sabor, divino; por el olor, jocundo,
alabado en el Norte y ensalzado en el Sur!
Si en argénteos pañales ha bautizado Francia
su picañón anémico de nombre Roquefort,
yo por cuatro gusanos hijos de tu sustancia
y en una berza envueltos, doy lo francés mejor.
Pueden mucho los jugos de los Picos de Europa;
del romano o del moro, cuando extranjera tropa
llegó ante el Monte Vindio tuvo que recular.
Los hombres de la Peña, de libertad henchidos
por la Peña nutricia, llegan a estar fundidos
con su gran peña libre que nadie podrá hollar.
«La Cueva del Pindal»
Entra conmigo, entra, Palacio, catedral,
museo, con su abierta boca la gruta grita
cara a Levante; al alba, con el sol tiene cita.
El mar báñale el pie. Pindal casi es Fingal.
Gota a gota, en columna fundámonos. Igual
que beso tras de beso la terca estalactita
a fuerza de milenios se unió a la estalagmita,
tú y yo seremos uno por la ley del Pindal.
El elefante dícenos su desaparecer.
El bisonte y la cierva, que hemos de perecer.
El caballo proclama que él dura como el viento.
Y el sol nos llama afuera. Susurran la verdad
las encinas de Tina y en la gaita hay piedad:
un responso cristiano y un pagano lamento.
«Val de Tina»
Hondo remanso de los tiempos,
silencioso Valle de Tina
largo y angosto. Paralelo
a la sombría mar profunda
y a la ladera de Toreo.
Valle de Tina, val de encinas,
Valle de Tina recoleto.
Val de Tronía acantilado,
¡oh Valle de San Emeterio!
Val de Bendía formidable.
Corazón del gran tiempo viejo.
Diástole con el oleaje
y diástole con el silencio.
Cuna tal vez del pericote.
Valle del Faro. Val de estruendos.
Val de galernas. Val asceta.
Val encantado de otros tiempos.
Val del Pindal. Valle rupestre.
Val de elefantes que un día fueron.
¡Bisontes desaparecidos!
Milenaria gruta-museo.
Romásnicos y bizantinos,
val venerable de los templos.
Gran tabernáculo de Xode.
Cristiano sol del medioevo.
Deshabitado estás de vivos
cuanto habitado estás de muertos.
Val de Bedón tu hermano es,
como la Sierra de Toreo
y la de Puertas son hermanas
en Tun o Tor, ídolo nuestro.
Poemas con temas históricos asturianos
«Monte Vindio»
Yo fui hace muchos siglos un astur que en la guerra
contra las cien legiones del invasor romano
defendió ferozmente la cantábrica tierra
y a las águilas hizo caer del monte al llano.
Sobre el César Augusto desde roma venido
porque bajo su pie crujiera mi testuz,
yo escupí mis desprecios, prisionero y herido
y canté mis hazañas clavado en una cruz.
…Al crepúsculo era. Sangraba el sol del Monte
y la selva de cruces cantó el canto postrero
ante el mar que cerraba, rojizo, el horizonte.
Tál, viendo allá a lo lejos en llamas la cabaña
en donde tú esperabas la vuelta del guerrero,
sucumbí en Monte Vindio, Aventino de España.
Poemas en los que habla de personajes de la Mitologicos Asturianos:
«Las Costas de Tor»
Desde Cabo de Mar hasta Tinamayor
extiéndanse las costas escarpadas de Tor.
Sin duda el dios del Norte tiene un solio en sus brumas
y es quien del mar exige tanta ofrenda de espumas
que ascienden a los cielos en la marea llena.
Su majestad gravita, fatal, sobre la arena
de las playas sagradas… Le he comprobado yo
en Torimbia y Toranda, en Troenzo y Toró.
Su sombra amenazante muchas veces la veo
proyectada en el alto litoral de Toreo
y él es el que golpea toda la crestería:
la montaña en Benzua y el cantil en Bendía.
Los bufones marinos le rinden homenaje
de sus frémitos hondos en un coro salvaje.
¿No lo oyes, doncella la del blondo cabello
que en la noche medrosa te abrazas a mi cuello?
Son San Tiuste y Vidiago, son San Martín y Pría:
el dios del trueno truena encima de Tronía.
Desde Tinamayor
hasta Cabo de Mar,
el martillo de Tor
golpea sin cesar.
«La Hueste»
Bajadas Las Conchas,
fui a dar con la Hueste
una noche en calma,
viniendo de verte.
Con niebla y con luna,
fantasmagorías
sobre mi camino
la Hueste tejía.
Amados difuntos
que lo saben todo,
me hablaban, me hablaban
del futuro ignoto.
De ti y de mí hablaron,
de nuestros amores,
las hondas y sabias
desdentadas voces.
Y no tuve miedo.
No sentí pavura
de mirar la Hueste,
de oír desventuras.
Sólo sentí un ansia
de renuncia, loca.
De unirme a la Hueste
y a su eterna ronda.
«Diálogo con la Xana Mega»
– Dígasme, la xana Mega de la fuente de Laspral
que serena sus cristales en la sombra de un nogal,
la zagalilla que busco, si aquí abrevó su ganado…
– Por mi fontana, zagal, con sus bestias ha pasado.
Mas tú, si te ves sediento, de mi clara linfa bebe:
sobre el limo de la margen, esta huella de un pie breve
te dice que la zagala también templó aquí su sed.
Ven, del sabor de sus labios te endonaré la merced.
– Xana Mega, xana Mega, ¿la sed que abrasa mi labio
no será porque del suyo guarda perenne el resabio?
Yo en tus linfas serenadas de buen grado bebería,
mas temo el encantamiento traicionero de la umbría:
en tus aguas, xana Mega, están acendrando el mal
tres culebras cantarinas con la sombra de un nogal.
– Si llevas ya en tus entrañas el más sutil bebedizo,
¿por qué has temor a ponzoña, por qué guardarte de hechizo?
– ¡Ay, yo no sé, xana Mega, qué me habrá dado su boca!
Mi sangre loca circula y el ánima vuela, loca.
La estoy contemplando en todo. El cielo de este país,
del alma inasible de Ella refleja el enigma gris.
¡La oigo en todos los trinos! ¡La huelo en todas las rosas!
¡La toco en todo lo suave! ¡La siento en todas las cosas!
¡Por eso la amo en el Todo! Yo vivo para adorar
su presencia en esta tierra y este cielo y esta mar.
– ¿En su ser privilegiado cífrase Naturaleza?
¿En ella el Todo termina y el Todo también empieza?
Luengos siglos llevo oyendo esa infinita canción
que salta de boca en boca pero jamás cambia el son…
– Nidia es Natura lo mismo que Natura es también Nidia
y es la Vida y es la Muerte, la ternura y la perfidia,
el bálsamo y el veneno y el dolor y el regocijo…
Pan es Amor y el Amor es Pan o sino su hijo.
– ¡Ay, quien a mí convidara con ese alado tormento!
¡Quién desfallecer me hiciera del dulce envenenamiento!
¡Quién me diera en esta umbría caer rendida, zagal,
cabe el cristal serenado de la fuente de Laspral
donde cantan tres culebras a la sombra de un nogal!
Celso Amieva
Celso Amieva, seudónimo de José María Álvarez Posadas, nació en Puente de San Miguel, Cantabria, el 19 de marzo de 1911.
De padres asturianos, asturiano siempre se consideró.
Encuadrado en la Generación del 36, fue maestro, en su pueblo natal; más tarde se convirtió en profesor, ejerciendo en La Franca, en Sotres, en Barro, en Panes y en Colombres, localidades de Asturias. Durante la Guerra Civil Española, militó en el bando republicano por lo que al finalizar la contienda tuvo que exiliarse, primero a México, después a Francia y más tarde a Rusia donde el Soviet Supremo le premió con la «Orden de la Amistad de los Pueblos».
Empezó a escribir poesía muy joven, con catorce años de edad, ya había publicado poemas en «El Eco de los Valles» y en los seminarios El Pueblo y El Oriente de Asturias, todas de temas asturianos. La guerra interrumpió su desarrollo como poeta, el exilio le hizo verter en su poesía la nostalgia que tenía de su tierra.
Sus poemas asturianos fueron compendiados en el volumen «Poemas de Llanes» que constituyen una auténtica demostración de amor a su tierra.
Murió en Moscú, en 1988.
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