«… Porque semos asina, semos pardos,
del coló de la tierra…»
LC
Luis Chamizo y el castúo
El extremeño ─estremeñu─ (reconocido con esta denominación por organismos internacionales, llamado así por sus propios hablantes cuando han tenido conciencia lingüística
También recibe el nombre de castúo, aunque además de ser un término creado modernamente por el poeta Luis Chamizo en la década de 1920, dicho término puede llevar a confusión, pues también se denomina así a las hablas castellanas meridionales de tránsito con el leonés habladas en el resto de Extremadura y es precisamente para una obra escrita en un habla de esta índole para lo que fue creado el término originalmente aunque más tarde se popularizara para referirse a todas las hablas de Extremadura en general.
La obra de Luis Chamizo cierra el ciclo de la literatura regionalista, y lo hace renovando la visión de Gabriel y Galán en un libro, «El Miajón de los castuos», que consagró para siempre la añoranza de una comunidad rural armoniosa, ajena a cualquier modernidad. La sonoridad de los versos de Chamizo y lo emotivo de algunos de sus poemas, junto a la creación de tópicos como el nombre que otorga a una pretendida identidad extremeña (lo castúo) y sus referencias a una raza extremeña hacen del autor extremeño un modelo completo de literatura regionalista.
Luis Chamizo Trigueros nació en Guareña, Badajoz, el 7 de noviembre de 1894.
De familia artesana ─su padre era un alfarero que prosperó─, como tantos autores regionalistas salió de Extremadura una temporada para estudiar en Sevilla y Madrid, aunque residió en Extremadura la mayor parte de su vida.
Antes de casarse desempeñó diferentes ocupaciones, después se ocupó del cuidado de las tierras matrimoniales hasta el final de la Guerra Civil, en que se trasladó finalmente a Madrid.
Chamizo es el más tardío de los autores regionalistas, y aunque conoce en su juventud el modernismo ─del que asimiló algunos aspectos formales, como cierta versificación─, y las tendencias regeneracionistas y del 98′, la publicación de sus poemas más conocidos coincide con las vanguardias y el grupo del 27′ en el panorama literario español. Sin embargo, está al margen de la renovación lírica que estos movimientos supusieron, y voluntariamente se reduce al ámbito localista y agotado del regionalismo en tono y temas: su posmodernismo, tan frecuente en los poetas de provincia de la época, es apenas un conjunto de rasgos estilísticos deslavazados…
La obra de Chamizo se reduce, en esencia, a tres títulos: «El Miajón de los castúos» publicado en 1921, será su libro definitivo; una obra de teatro, «Las brujas», estrenada en 1930, y una colección de poesías de intención unitaria (pero escritas en diferente época), «Extremadura», publicada en 1942, que son una continuación del tono de El Miajón. En estos títulos desarrolla su particular relectura de los temas y tonos del regionalismo: la visión nostálgica de un pasado armonioso, la felicidad de la vida rural (en una métrica de formas muy libres, en ocasiones cercanas a la silva, en otras, a las coplas de tradición popular)…»
Murió en Madrid, el 24 de diciembre de 1945.
«… Y sus dirá tamién cómo palramos
los hijos d´estas tierras,
porqu´icimos asina: – jierro, jumo
y la jacha y el jigo y la jiguera.»
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LA NACENCIA
I
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s´agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d´un coló de naranjas se tiñeron.
A bocanás el aire nos traía
los ruídos d´alla lejos
y el toque d´oración de las campanas
de l´iglesia del pueblo.
Ibamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé mu malita,
suspirando y gimiendo.
Bandás de gorriatos montesinos
volaban, chirrïando por el cielo,
y volaban pal sol qu´en los canchales
daba relumbres d´espejuelos.
Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.
¡Qué tarde más bonita!
¡Qu´anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!…
– No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güervete de prisa con l´agüela,
la comadre o el méico -.
Y bajó de la burra poco a poco,
s´arrellenó en el suelo,
juntó las manos y miró p´arriba,
pa los bruñíos nubarrones recios.
¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com´un perro,
en metá de la jesa,
una legua del pueblo…
eso no! De la rama
d´arriba d´un guapero,
con sus ojos roendos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos…
¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
pero yo de qué sirvo si me queo!
La burra, que rroía los tomillos
floridos del lindero
carcaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamientos!
Me juí junt´a mi Juana,
me jinqué de roillas en el suelo,
jice por recordá las oraciones
que m´enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p´hacé memoria de los rezos…
¡Quién podrá socorregla si me voy!
¡Quién va po la comadre si me queo!
Aturdio del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu´otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo!
No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s´aplacaron,
s´asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, rondo, de las sierras
el dolondón de los cencerros…
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!
M´arrimé más pa ella;
l´abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo…
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roändo,
y, prendío d´un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Que bonita y que güena,
quién pudiera sé méico!
Señó, tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu´estamos bien casaos,
Señó, tú qu´eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu´echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres, ni méicos…
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?…
¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!
II
Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro…
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s´oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj´una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.
Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso…
¡Qué saben d´estas cosas
los señores aquellos!
Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!
Luis Chamizo
LA EXPERENCIA
Ven p´acá hija mia
que yo soy ya vieja
y ya dí ese paso que tú das agora
y viví esa vida que llamamos güena,
y estrujé mis ojos pa secame el llanto,
que a juerza de llanto m´entro la experencia.
Mi Juan mesmamente paece un chiquillo,
y tú eres mu nueva,
y sus queréis mucho, y tenéis ajorros,
y estáis mu solitos dambos en la tierra…
¡y este pícaro mundo es tan güeno
con los que así empiezan…!
Con cosinas durces sus va engatusando,
sus tapia los ojos,
sus jace promesas,
y aluego se rie,
dispués que sus ceba
y sus eja solos erramando jielis
por el sumiero de vuestra concencia.
¡Hia de mi arma, si paice mentira
que ya estéis casaos dambos po la Iglesia;
si a mí me paece que sois dos muñecos
entavía, Teresa,
pa dirse con tiento pa gastá los cuartos,
p´atendé a los gorpes de las desigencias,
pa jacé, jormales, el troncón robusto
d´una nueva casta que dé castas nuevas;
unos chirivines que páescan d´azogue,
qu´estrujen, qu´arañen, que muerdan la teta,
que lloren con genio, qu´estrocen, que chillen,
que jagan pucheros al jacegle fiestas…
¡Míala cómo jimpla la recandongona
cuando se le palra de cosinas tiernas!
Ejate de mimos
y delicaësas,
¡si ya estáis casaos
dambos, po la Iglesia!
Ascucha hija mía,
y no t´encapriches con tu comenencia,
que la vida es corta,
mu corta y mu güena
pa los que vivimos de nuestro trebajo
y estamos contentos con nuestra pobreza.
Hay que ver y cómo refalan los días,
y pasan los años,
y s´hace una vieja,
rebuscando siempre lo desconocío,
siempre suspirando por cosinas nuevas.
Primero la noche d´estar dambos solos
con nuestras querencias,
y endispués los hijos, y endispués los nietos,
y endispués el pago de nuestra concencia.
Mi Juan es un santo;
tié sus cosiquillas como tié cualquiera;
pero le tiés ley y tiés mucha labia
y sabrás llevagle por güena verea;
porque miá tú, hija, aquí pa nusotras,
toitos los hombres son como si jueran
unos muñequinos d´esos bailarines
qu´un jilillo jace danzar, en la feria;
nusotras los vemos, mus encaprichamos
y mercamos uno, a tontas y ciegas,
sin que mus endilguen los revendeores
de los chismecitos, qu´enganchan la cuerda.
Y es claro, qu´aluego
¡que si quíes, morena!
qu´icen que no bailan,
que no se menean,
que t´andas espacio pa dir a enterate,
y que ya se jueron los tíos de la feria…
y anda, ponte moños,
¡buscale el risorte
de la bailaera!
Tamién las mujeres semus como semus,
mu dás a los lujos de las vestimentas,
desajeraoras y amigas de chismes
y de requilorios y de cuchufletas.
Tú, hija mia, precura
seguir las leciones que da ña experencia,
que yo te iré iciendo lo qu´has de jacete
pa que vos resulte la vida mu güena.
Amos a ver, mía: esta mesma noche,
asín qu´arrematen los mozos la fiesta,
sus diréis pal cuarto, pus bien…
¡Ay qué contra, y qué mimosina
t´has güerto, Teresa;
¡si ya estáis casaos
dambos, po la Iglesia!
Luis Chamizo
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