«… Se querían.
Sabedlo.»
Vicente Aleixandre
Gracias Rosana por este bello e intenso libro y por los momentos compartidos alrededor de él.
«Hay noches de vigilia…»
HAY NOCHES DE VIGILIA
que me quedo contigo guarecida en tu pecho
ovillada en tu vientre
como una sal inútil.
Y es así como vuelvo a ser tu cuerpo,
el ancla umbilical que necesitas
para sentirte limpia,
rebalsada de ti,
lejos de aquella España enardecida
de la camisa nueva que empezó a anochecernos
(y sigue anocheciéndonos),
de las niñas que aguardan penitencia
en la desolación de un patio de colegio
donde ya no volvió a reír la primavera.
Y es así como encuentro la tibieza
de una madre que sangra en otra herida,
que prende en otro cuerpo de mujer.
Detrás del cabecero
oímos criaturas
escarbar el cemento,
la arenisca.
(Es la torpe agitación de los insectos comedores de pájaros).
Laborioso crepitar de las hormigas
que transportan piedritas y venenos
bajo el encofrado latir de la conciencia.
Rosana Acquaroni
De: «La casa grande»
Bartleby Editores, 2018
ISBN: 978-84-947671-7-3
*Reseña escrita por Santos Domínguez Ramos en su blog Encuentros de Lecturas de: La casa grande: AQUÍ
Presentación de Miguel Veyrat en Sevilla de La Casa grande:
ESE GRITO COMO BALA DE PLATA DE ROSANA ACQUARONI
Este libro cuya cubierta muestra el rostro sorprendido de una niña es un libro hermoso. Es grande como la casa de su título y tan hermoso como la ternura que podría transmitir la intensidad de la mirada infantil que lo anuncia, si no se tornase pronto en lamento por el dolor áspero y contenido que vibra en todas y cada una de las páginas escritas en su interior, a menudo desbordándolas, como a su propia autora desbordó al crecer aquello cuyos ojos presentían y expresaban, desde la fotografía tomada por su propio padre:
─Madre, qué grande es el mundo, parece decir la niña Rosana a Manuela Muñoz, cuyo nombre preside hoy el libro de su hija.
Como grande, azaroso, traicionero y peligroso resultó ser el mundo contenido en esa ‘Casa grande’ que es el mundo de los adultos y que se ocultaba entre sus grietas para regresar enseñando las uñas en el eco guardado en las paredes. Entona pues la mujer Rosana, al escucharlo ahora nítidamente, el mismo lamento sincopado en poemas duros, apenas rotos por una ternura cuya espina dorsal no abandona a su lector en ningún momento, haciéndolo crecer con ella, obligado a leerla y sentirla hasta el último verso.
─MADRE
he venido hasta aquí a restañar tus ataduras
a contener el frío alojado en tu boca.
Soy la hija que te aguardó despierta cada noche
y que ahora regresa
para lavar tu lengua
de la herida silente.
Así lo susurra y también lo grita cuarenta años después de aquella foto, esta poeta ya cuajada en una obra apretada de certeros significantes sobre aquel mundo que permanecía estancado en su conciencia. Aquella que tuve yo personalmente un día la fortuna de descubrir cuando reseñaba su libro anterior, “Discordia de los dóciles”, publicado hace ya siete años. De aquel libro nace éste de hoy, que es su sexta entrega poética y contiene la respuesta de su autora a ese oscuro rebaño, objeto de certera maldición y jettatura que agrupa a aquellos ‘dóciles’ hipócritas que callan y pastan del dolor de los demás. Me perdonaréis que repita ahora algunas de las palabras que escribí entonces, pues evocan el trasfondo que vibra sin interrupción en todos los versos de Rosana Acquaroni.
“Es muy posible que desde el aura de su tumba en Montauban, Manuel Azaña escuche los perdidos ecos de aquellas que resultarían inútiles palabras en su discurso de 18 de julio de 1938: “Paz, piedad, perdón”, confundidas con los del milenario verso de Virgilio cuando clamaba que “para los vencidos la única salvación reside en no esperar salvación alguna”. Y así fue y así lo ha contado nuestra vida cotidiana desde la furiosa venganza de los conquistadores de este país de Caín en los muros de los cementerios bajo la luna, junto a las zanjas de vaguadas y caminos, hasta nuestros días.
Algunos historiadores decentes y algunos poetas verdaderos han respondido a la reconstrucción de su memoria, pero no he podido leer yo hasta hoy, descrito en una tan clara y honda queja, el silencio de todos los rebaños merinos que usurpan el nombre de españoles.”
Rosana poetizó en aquellas páginas nuestro desastre colectivo con la misma potente desolación que ahora narra el de su familia, exhalado aquí desde la más estricta intimidad porque resulta haber estado oculto en ese fondo, un fondo que aflora día a día y que cada vez clama más alto en las voces de las mujeres poetas las consecuencias de las heridas aún no restañadas en la memoria de los que se sienten, y con razón, vencidos de modo inexorable en su condición humana. Y en su género también.
Pero en estas páginas de hoy, que golpean “como un lento naufragio que dejara en la boca/ restos de mar flotando a la deriva”, descrito en certero verso, encontraremos pecios como lágrimas que desbordan la historia y la memoria de la madre Manuela Muñoz en poemas de un intenso lirismo, fruto de su genio creador que consigue hacer más penetrante todavía la denuncia personal; que saca a la luz de modo ejemplar lo que de otra forma hubiera permanecido ignorado por ‘aquellas dóciles buenas gentes’, como sucede con cientos de miles de tragedias paralelas. Rosana también ha liberado así su mente y su cerebro —lo que llamamos vulgarmente el corazón—, de ese fardo demasiado pesado que todos arrastramos y que regresó de modo prístino y seco como un tiro, escuchado desde las mismas guardas de “La casa grande”:
LLEVO ALOJADA EN EL CORAZÓN
una bala de plata.
La misma que mi madre
no supo disparar.
Así es ese mundo grande, grito hondo e inolvidable que Rosana nos entrega arrastrado desde sus ojos grandiabiertos de niña. Y su emocionada entonación resonará en nuestro interior como propia, pues la poesía no es sino aquello que modula la incontenible catarata que retenemos por pudor o miedo en la garganta, para luego lanzarla al aire y convertirla en música, convertirla en palabra, convertirla en verso. Por ello a cada uno de nosotros sus lectores de hoy, convendrá seguir a esta mujer que en su marcha lenta e inexorable se dirige hacia un lugar seguro en la historia de la poesía española contemporánea.
De la gran poesía. Esa que ahora mismo están escribiendo, mal que pese a algún malandrín, las mujeres españolas. Las mismas que ya han aprendido a disparar la bala de plata pues han tomado partido. Partido, como pedía en un poema famoso nuestro Gabriel Celaya, partido hasta mancharse: cuando se dicen las verdades, las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Miguel Veyrat
Sevilla, 26.10.18
Rosana Acquaroni Muñoz nació en Madrid, el 18 de febrero de 1964.
Es licenciada en Filosofía Hispánica, y trabaja como profesora de castellano para inmigrantes en la Universidad Complutense de Madrid.
Obtuvo un accésit al Premio Adonais en 1987, por su «Del Mar bajo los puentes».
Obtuvo el Premio de Poesía Cáceres Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1994 por «Cartografía sin mundo» en 1995.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas, el francés y el árabe entre ellos.
También de Rosana Acquaroni en este blog:
«Rosana Acquaroni: En el fondo el olvido»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: Padre»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: He llegado al inicio…»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: Una mano»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: Hay ventanas que pueden habitarse…»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: Tú no estarás. Ya no..»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: Marcas de locura, de Discordia de los dóciles»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: En alas del aire, de Del mar bajo los puentes»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: Toda la noche he navegado bajo la lluvia desconocida»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: La claridad te aturde»: AQUÍ
«Rosana Acquaroni: Po-ética»: AQUÍ
Bibliografía poética:
Del mar bajo los puentes – 1987
El jardín navegable – 1990 . Reeditado en 2017.
Cartografía sin mundo – 1994
Discordia de los dóciles – 2012
La Casa grande – 2018
El blog de Rosana Acquaroni: AQUÍ
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