«El destino se abre sus rutas.»
Mi recuerdo al poeta italiano que nació un día como hoy de hace más de dos mil años.
Virgilio
A cada cual le vence su pasión.
¡Ah, si Júpiter me volviera a traer los años ya pasados!
Ahora los bosques están cubiertos de hojas; ahora el año está en su más bella estación.
Aprended justicia, ¡oh vosotros advertidos! Y a no despreciar a los dioses.
Aun la virtud es más hermosa en un cuerpo hermoso.
Aunque tuviera cien bocas y cien lenguas, y mi voz fuese de hierro, no podría enumerar todas las formas del crimen.
Buscad a vuestra madre antigua.
Cada cual es arrastrado por sus propios placeres.
¿Cómo es posible que quepa tan grande ira en ánimos celestiales?
¡Cómo pasamos entre mentidos gozos la suprema noche!
De los tiempos, el que más corre es el alegre.
Descubro el rescoldo de la antigua pasión.
El espíritu permanece inconmovible y deja que las lágrimas corran en vano.
El miedo descubre las almas innobles.
El sueño es hermano de la muerte.
El tiempo de vivir es para todos breve e irreparable.
El tiempo huye irreparablemente.
En cuerpos pequeños se agitan almas muy grandes.
Entretanto, la aurora había traído a los desgraciados su luz pura, llevándoles nuevamente trabajos y fatigas.
Fácil es la bajada a los infiernos.
Feliz el hombre que ha pisoteado todos sus temores y puede reír ante la proximidad de la muerte que todo lo vence.
Fuera de mí empuño las armas y una vez con ellas en la mano, me falta la prudencia necesaria.
¡Funesto amor, a qué cosas no precipitas al corazón humano!
La bajada al Averno es fácil y suave; las puertas de Dite están de par en par abiertas noche y día. Pero dar un paso atrás y volver a ver el cielo ¡eso si que es tarea y empeño difícil!
La serpiente se esconde bajo la hierba.
La suerte ayuda a los osados.
La única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna.
Las cosas humanas mueven a llanto, y sus males tocan el corazón.
Los números impares son gratos a los dioses.
Mas si tanto deseo tienes de saber nuestras tristes aventuras y de oír brevemente el supremo trance de Troya, aunque el ánimo se horroriza a su solo recuerdo y retrocede espantado, empezaré.
No confiéis en el caballo, troyanos. Sea lo que sea, temo a los dánaos, aunque traigan regalos.
No es el Destino quien nos abruma. Mortales somos y mortal es el enemigo que nos acosa. Vidas y manos tenemos tantas cuantas él.
No siento envidia, sino más bien admiración.
No te inclines ante la adversidad; más bien oponte audazmente a ella tanto cuanto tu suerte te lo permita.
No todos lo podemos todo.
Nuestra raza es resistente por su linaje.
¡Oh, cuánto el labrador fuera dichoso si los bienes preciara de su estado!
Pequeño es el campo del trabajo, pero no es pequeña la gloria.
Pueden los que creen que pueden.
¿Qué cosa hay a que no arrastres a los humanos corazones, oh execrable hambre de oro?
¿Quién podría engañar a un amante?
Si no puedo persuadir a los dioses del cielo, moveré a los de los infiernos.
Sin tardanza y sin descanso.
Todo lo vence el amor; cedamos, pues, también al amor nosotros.
Tu honor, tu nombre y tu gloria perdurarán eternamente.
Virgilio
Publio Virgilio Marón nació en Andes, actual Virgilio, cerca de Mantua, región de Venetia, hoy Lombardía italiana, el 15 de octubre de 70 a. C.
Uno de los más grandes poetas romanos, de toda la antigüedad y de la literatura universal, fue el autor, entre otras obras, de «La Eneida» ( consta con XII libros), las «Bucólicas» y las «Geórgicas».
Para Dante Alighieri, fue su guía a través del Infierno y del Purgatorio en «La Divina Comedia».
Murió en Brundisium, actual Brindisi, el 21 de septiembre de 19 a. C.
También de Virgilio en este blog:
«Virgilio: Sicelides Musae»: AQUÍ
«Virgilio: La Eneida, Libro II»: AQUÍ
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