«… Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo…»
L. Cernuda
«Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces, ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no lo estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de este modo Ocnos halla en su asno una manera de pasar el tiempo.»
Johann Wolfgang von Goethe
«La ciudad a distancia»
En el esplendor del mediodía estival, iba el barco hacia San Juan, río abajo. Cantaban las cigarras desde las márgenes, entre las ramas de álamos y castaños, y el agua, de un turbio color rosáceo de arcilla, se cerraba perezosa sobre la estela irisada. En la pesadez ardiente del aire, era grato sentir el leve vaivén con que el agua mecía la embarcación, llevándonos con ella, sin un deseo el cuerpo, sin un cuidado el alma.
El pueblo estaba en la ladera de una colina. Las casas blancas, de rejas verdes, quedaban abajo, y por el camino que subía, cortada su pendiente con escalones y rellanos, brillaba el polvo bajo la mancha gris de los olivos.
Arriba estaba la iglesia, y dentro de ella, al fondo, a través de la penumbra, se vislumbraba el huerto: una galería cubierta por verde emparrado que la luz teñía con un viso de oro traslúcido. Al salir afuera, sobre el repecho del terrado, surgía la vega dilatada, la tierra de cálidos tonos que oscurecían los sembrados, el río ancho y tranquilo, sobre cuyas aguas centelleaba el sol.
Más allá, de la otra margen, estaba la ciudad, la aérea silueta de sus edificios claros, que la luz, velándolos en la distancia, fundía en un tono gris de plata. Sobre las casas todas se erguía la catedral, y sobre ella aún la torre, esbelta como una palma morena. Al pie de la ciudad, brotaban desde el río las jarcias, las velas de los barcos anclados.
Junto al muro encalado donde se abría aquel balcón, en la terraza, estaba adosado un banco que ofrecía asiento a la sombra. Todo aparecía allá abajo: vega, río, ciudad, agitándose dulcemente como un cuerpo dormido. Y el son de las campanas de la catedral, que llegaba puro y ligero a través del aire, era como la respiración misma de su sueño.
Luis Cernuda
De «Ocnos»* (1942)
Luis Cernuda Bidón nació en Sevilla, el 21 de septiembre de 1902.
Murió en México DF el 5 de noviembre de 1963
*En la mitología griega, Ocnos es un personaje simbólico habitante del Hades, que está siempre trenzando una cuerda de juncos mientras un asno se los va comiendo según son trenzados.
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