«Doña Paz»
Doña Paz era una preciosa paloma blanca que vivía en un viejo palomar abandonado.
Cada mañana, un muchacho del pueblo le llevaba agua, trigo y pan.
Así lo hizo, durante muchos años, hasta que cierto día, sin saber Doña Paz el porqué, aquel muchacho que, con el paso del tiempo, se había convertido en un hombre, dejó de ir al palomar.
Los días fueron pasando y Doña Paz, preocupada por la desaparición de su amigo, preguntó a sus vecinas, las gallinas:
—Vosotras, que de todos los rumores os hacéis eco ¿Sabéis por qué mi amigo ya no viene a verme? ¿Acaso está enfermo?
Las gallinas, extrañadas, le preguntaron:
—¿Es que no te has enterado?
Doña Paz que empezaba a temerse lo peor, les rogó aturdida e impaciente:
—¡Contadme, hacedme el favor de decirme qué es lo que he de saber!
Una de las gallinas le dijo muy seria:
—Tu amigo no puede venir a verte porque ¡ha estallado la guerra! —y agregó—. Ha sido encarcelado por oponerse a luchar.
Doña Paz, estupefacta por aquella noticia, decidió con rapidez que tenía que hacer algo para detener esa guerra y, sin decir más, batió sus alas para emprender lo que sería un largo vuelo.
Voló y voló, durante tres días y tres noches, sin apenas descansar ni comer. En su vuelo esquivó las balas de la sinrazón, observó con gran impotencia cómo algo salvaje se estaba desatando en el interior de las personas y cómo la desgracia y la miseria iban de puerta en puerta.
Absolutamente agotada, por fin al tercer día encontró una prisión. Al llegar al borde de una de sus ventanas se posó, con la misma suavidad con que lo haría un ángel.
Allí escuchó a un hombre que lloraba su desgracia. Al percatarse de su presencia, se abalanzó sobre ella y agarró con entusiasmo su cuerpo debilitado.
—¡Necesito tu ayuda para detener esta guerra! —exclamó la paloma, sin inmutarse por estar apresada y entre las manos de un hombre hambriento. Y agregó—. ¡Necesito la ayuda de un buen hombre que tenga esperanza de paz en tiempos de guerra!
El hombre, incrédulo y sorprendido por la valentía de Doña Paz, se excusó:
—Hace días que no como…y mi esperanza es poder comerte.
La paloma le preguntó con valentía:
—¿Podrías vivir con la vergüenza de no haber intentado evitar esta guerra por llenar antes tu estómago?
Avergonzado, el hombre soltó a Doña Paz, y con la timidez que da el saber que se ha obrado mal, bajó la cabeza.
—¡Adelante! ¡No hay tiempo que perder! —exclamó la paloma y, le ordenó—. Arráncame una pluma y escribe con ella éste mensaje << Luchemos con las armas del amor para conseguir la paz entre la humanidad y, usemos como balas el diálogo y la razón >>.
El hombre, sin comprender el plan ideado por Doña Paz, y algo confuso por la situación, le dijo apenado a la paloma:
—Lo siento mucho, pero no tengo papel, ni tinta…
—Entonces, ¡arráncame todas las plumas! y úsalas para escribir sobre ellas el mensaje. Utiliza como tinta la sangre que brote de mis heridas.
Compadeciéndose del sacrificio de la paloma, el hombre acató las órdenes de Doña Paz y, una a una, le arrancó todas sus plumas, mientras ella le decía:
—No sufras por mí, en cambio, alégrate por todas las personas a las que este mensaje les dará fe y esperanza.
Doña Paz desnuda de su hermoso plumaje blanco, con el color de la sangre cubriendo su piel explicó al hombre:
—Mis plumas son ligeras, apenas sople una brisa suave podrán llevar volando el mensaje.
Incrédulo, el hombre le preguntó:
—¿Un puñado de plumas podrá detener esta guerra?
Doña Paz, comprensiva ante la desconfianza de su compañero le respondió:
—No, lo único que puede detener una guerra son los propios hombres —y siguió explicándole—, sin fe, ni esperanza, es el miedo quien se apodera de los corazones. Un corazón con miedo puede llegar a ser cruel y usar sin razón alguna la violencia y la ira.
El hombre, emocionado ante aquellas palabras, se arrodilló ante la paloma y le preguntó:
—¿Qué más puedo hacer?
Doña Paz, orgullosa de él, le respondió:
—Arroja mis plumas por la ventana y deja que sigan el itinerario de los vientos.
Así, con la ventana abierta de par en par y aprovechando una leve ráfaga de viento, el hombre lanzó las plumas con fe en la fraternidad humana.
Pero cuando el hombre arrojaba las pocas plumas que quedaban en la celda, un soldado furioso entró de forma enérgica por la puerta:
—¿Conque ibas a comértela tú solito eh? —vociferó el soldado al ver a Doña Paz desplumada.
Y apresándola, con la poca delicadeza que da el sentimiento de la ira, se dirigió hacia la cocina de la prisión. Una vez allí, se dirigió al cocinero, con un tono autoritario:
—Esta misma noche, me la sirves con ajo y perejil.
Y sin decir más, se marchó.
El cocinero, acariciando la piel desnuda de la paloma, le susurró:
—Reconocería esos ojos tuyos en cualquier lugar del mundo.
Doña Paz, levantó su mirada y, con lágrimas en los ojos, le dijo:
—¡Muchacho! ¡Cuánto te he echado de menos!
Por supuesto, el soldado esa noche no cenó paloma. Doña Paz, con el paso de los días y el cuidado de su amigo, se fue recuperando. Sus plumas tardaron semanas en volverle a nacer.
La fe y la esperanza dieron la fuerza, suficiente, a la humanidad para cambiar el curso de una guerra por un camino con paz.
Fátima Fernández Méndez
Fátima Fernández Méndez es una escritora a la que además de admirar, tengo un enorme afecto.
En estos últimos meses ha recibido varios premios y ha publicado un hermoso cuento que os aconsejo: «Nora la niña de Sal»
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Información Bitacoras.com…
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Si es precioso lo leí en su blog
Besosssss
Claro, el blog de Fátima es una maravilla. Un beso.
Triana, toda la buena tradición literaria esta en este cuento. La sensibilidad ética no se opone al dramatismo.
Un abrazo palomino
Sergio Astorga
Ya sabes como admiro a Fátima, de acuerdo por completo contigo.
Un abrazo de blanca pluma.