Poesia

Miguel Hernández: Cancionero y romancero de ausencias

octubre 30, 2014

«… No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto…»

MH

Siempre en mi vida, Miguel Hernández…

«Cancionero y romancero de ausencias»

1

Ropas con su olor,
paños con su aroma.
Se alejó en su cuerpo,
me dejó en sus ropas.
Luchas sin calor,
sábana de sombra.
Se ausentó en su cuerpo.
Se quedó en sus ropas.

2

Negros ojos negros.
El mundo se abría
sobre sus pestañas
de negras distancias.
Dorada mirada.
El mundo se cierra
sobre sus pestañas
lluviosas y negras.

3

No quiso ser.

No conoció el encuentro
del hombre y la mujer.
El amoroso vello
no pudo florecer.
Detuvo sus sentidos
negándose a saber
y descendieron diáfanos
ante el amanecer.
Vio turbio su mañana
y se quedó en su ayer.

No quiso ser.

4

Tus ojos parecen
agua removida.
¿Qué son?

Tus ojos parecen
el agua más turbia
de tu corazón.
¿Qué fueron? ¿Qué son?

5

En el fondo del hombre
agua removida.

En el agua más clara
quiero ver la vida.

En el fondo del hombre
agua removida.

En el agua más clara
sombra sin salida.

En el fondo del hombre
agua removida.

6

El cementerio está cerca
de donde tú y yo dormimos,
entre nopales azules;
pitas azules y niños
que gritan vívidamente
si un muerto nubla el camino.
De aquí al cementerio, todo
es azul, dorado, límpido.
Cuatro pasos, y los muertos.
Cuatro pasos, y los vivos.
Límpido, azul y dorado,
se hace allí remoto el hijo.

7

Sangre remota.
Remoto cuerpo,
dentro de todo:
dentro, muy dentro
de mis pasiones,
de mis deseos.

8

¿Qué quiere el viento de encono
que baja por el barranco
y violenta las ventanas
mientras te visto de abrazos?

Derribarnos, arrastrarnos.

Derribadas, arrastradas,
las dos sangres se alejaron.
¿Qué sigue queriendo el viento
cada vez más enconado?

Separarnos.

“Vals de los enamorados y unidos hasta siempre”

9

No salieron jamás
del vergel del abrazo.
Y ante el rojo rosal
de los besos rodaron.

Huracanes quisieron
con rencor separarlos.
Y las hachas tajantes
y los rígidos rayos.

Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron,
por el viento impulsados
entre bocas deshechas.
Recorrieron naufragios,
cada vez más profundos
en sus cuerpos, en sus brazos.
Perseguidos, hundidos
por un gran desamparo
de recuerdos y lunas,
de noviembres y marzos,
aventados se vieron
como polvo liviano:
aventados se vieron,
pero siempre abrazados.

10

Un viento ceniciento
clama en la habitación
donde clamaba ella
ciñéndose a mi voz.

Cámara solitaria,
con el herido son
del ceniciento viento
clamante alrededor.

Espejo despoblado.
Despavorido arcón
frente al retrato árido
y al lecho sin calor.

Cenizas que alborota
el viento que no amó.

En medio de la noche,
la cenicienta cámara
con viento y sin amores.

11

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.
Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.

12

El sol, la rosa y el niño
flores de un día nacieron.
Los de cada día son
soles, flores, niños nuevos.

Mañana no seré yo:
otro será el verdadero.
Y no seré más allá
de quien quiera su recuerdo.

Flor de un día es lo más grande
al pie de lo más pequeño.
Flor de la luz el relámpago,
y flor del instante el tiempo.

Entre las flores te fuiste.
Entre las flores me quedo.

13

Besarse, mujer,
al sol, es besarnos
en toda la vida.
Ascienden los labios,
eléctricamente
vibrantes de rayos,
con todo el furor
de un sol entre cuatro.
Besarse a la luna,
mujer, es besarnos
en toda la muerte.
Descienden los labios,
con toda la luna,
pidiendo su ocaso,
del labio de arriba,
del labio de abajo,
gastada y helada
y en cuatro pedazos.

14

Llegó tan hondo el beso
que traspasó y emocionó los muertos.

El beso trajo un brío
que arrebató la boca de los vivos.

El hondo beso grande
sintió breves los labios al ahondarse.

El beso aquel que quiso
cavar los muertos y sembrar los vivos.

15

Si te perdiera …
Si te encontrara
bajo la tierra.

Bajo la tierra
del cuerpo mío,
siempre sedienta.

16

Cuerpo del amanecer:
flor de la carne florida.
Siento que no quiso ser
más allá de flor tu vida.
Corazón que en el tamaño
de un día se abre y se cierra.
La flor nunca cumple un año,
y lo cumple bajo tierra.

17

En este campo
estuvo el mar.
Alguna vez volverá.
Si alguna vez una gota
roza este campo, este campo
siente el recuerdo del mar.
Alguna vez volverá.

18

Cada vez que paso
bajo tu ventana,
me azota el aroma
que áun flota en tu casa.
Cada vez que paso
junto al cementerio
me arrastra la fuerza
que aún sopla en tus huesos.

19

El corazón es agua
que se acaricia y canta.

El corazón es puerta
que se abre y se cierra.

El corazón es agua
que se remueve, arrolla,
se arremolina, mata.

20

Tierra. La despedida
siempre es una agonía.

Ayer nos despedimos.
Ayer agonizamos.
Tierra en medio.
Hoy morimos.

21

Por eso las estaciones
saben a muerte, y los puertos.
Por eso cuando partimos
se deshojan los pañuelos.

Cadáveres vivos somos
en el horizonte, lejos.

22

Cada vez más presente.
Como si un rayo raudo
te trajera a mi pecho.
Como un lento, rayo
lento.
Cada vez más ausente.
Como si un tren lejano
recorriera mi cuerpo.
Como si un negro barco
negro.

23

Si nosotros viviéramos
lo que la rosa, con su intensidad,
el profundo perfume de los cuerpos
sería mucho más.

¡Ay, breve vida intensa
de un día de rosales secular
pasaste por la casa
igual, igual, igual
que un meteoro herido, perfumado
de hermosura y verdad.

La huella que has dejado es un abismo
con ruinas de rosal
donde un perfume que no cesa hace
que vayan nuestros cuerpos más allá.

24

Una fotografía.
Un cartón inexpresivo,
envuelto por los meses
en los rincones íntimos.

Un agua de distancia
quiero beber: gozar
un fondo de fantasma.

Un cartón me conmueve.
Un cartón me acompaña.

25

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

26

Escribí en el arenal
los tres nombres de la vida:
vida, muerte, amor.
Una ráfaga de mar,
tantas claras veces ida,
vino y nos borró.

27

Cogedme, cogedme.
Dejadme, dejadme,
fieras, hombres, sombras,
soles, flores, mares.
Cogedme.
Dejadme.

28

Tus ojos se me van
de mis ojos, y vuelve
después de recorre
un páramo de ausente.
Tus brazos se desploman
en mis brazos y ascienden
retrocediendo ante esa
desolación que sientes.
Desolación con hielo,
aún mi calor te vence.

29

Ausencia en todo veo:
tus ojos la reflejan.
Ausencia en todo escucho:
tu voz a tiempo suena.
Ausencia en todo aspiro:
tu aliento huele a hierba.
Ausencia en todo toco:
tu cuerpo se despuebla.
Ausencia en todo pruebo
tu boca me destierra.
Ausencia en todo siento:
ausencia, ausencia, ausencia.

30

¿De qué adoleció
la mujer aquella?

Del mal peor:
del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

¿De qué murió
la mujer aquélla?
Del mal peor:
del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

31

Tan cercanos, y a veces
qué lejos los sentimos,
tú yéndote a los muertos,
yo yéndome a los vivos.

32

Tú eres fatal ante la muerte.
Yo soy fatal ante la vida.
Yo siempre en pie quisiera verte,
tú quieres verte siempre hundida.

33

Llevadme al cementerio
de los zapatos viejos.

Echadme a todas hora
la pluma de la escoba.

Sembradme con estatuas
de rígida mirada.

Por un huerto de bocas,
futuras y doradas,
relumbrará mi sombra.

34

La luciérnaga en celo
relumbra más.

La mujer sin el hombre
apagada va.

Apagado va el hombre
sin luz de mujer.

La luciérnaga en celo
se deja ver.

35

Uvas, granadas, dátiles,
doradas, rojas, rojos,
hierbabuena del alma,
azafrán de los poros.
Uvas como tu frente,
uvas como tus ojos.
Granadas con la herida
de tu florido asombro,
dátiles con tu esbelta
ternura sin retorno,
azafrán, hierbabuena
llueve a grandes chorros
sobre la mesa pobre,
gastada, del otoño,
muerto que te derramas,
muerto que yo conozco,
muerto frutal, caído
con octubre en los hombros.

36

Muerto mío, muerto mío:
nadie nos siente en la tierra
donde haces caliente el frío.

37

Las gramas, las ortigas
en el otoño avanzan
con una suavidad
y una ternura largas.

El otoño, un sabor
que separa las cosas,
las aleja y arrastra.

Llueve sobre el tejado
como sobre una caja
mientras la hierba crece
como una joven ala.

Las gramas, las ortigas
nutre una misma savia.

38

Atraviesa la calle,
dicen que todo el barrio
y yo digo que nadie.
Pero escuchando, ansiando,
oigo en su mismo centro
el alma de tus pasos,
y me parece un sueño
que, sobre el empedrado,
alza tu pie su íntimo
sonido descansado.

39

Troncos de soledad,
barrancos de tristeza
donde rompo a llorar.

40

Todas las casas son ojos
que resplandecen y acechan.

Todas las casas son bocas
que escupen, muerden y besan.

Todas las casas son brazos
que se empujan y se estrechan.

De todas las casas salen
soplos de sombra y de selva.

En todas hay un clamor
de sangre insatisfechas.

Y a un grito todas las casas
se asaltan y se despueblan.

Y a un grito, todas se aplacan,
y se fecundan, y se esperan.

41

El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.

El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada,
fueron pétreos los labios.

El ansia de ceñir movió la carne,
esclareció los huesos inflamados,
pero los brazos al querer tenderse
murieron en los brazos.

Pasó el amor, la luna, entre nosotros
y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
y se encuentran lejanos.

42

Cuando paso por tu puerta,
la tarde que viene a herir
con su hermosura desierta
que no acaba de morir.

Tu puerta no tiene casa
ni calle: tiene un camino,
por donde la tarde pasa
como un agua sin destino.

Tu puerta tiene una llave
que para todos rechina.
En la tarde hermosa y grave,
ni una sola golondrina.

Hierbas en tu puerta crecen
de ser tan poco pisada.
Todas las cosas padecen
sobre la tarde abrasada.

La piel de tu puerta, ¿encierra
un lecho que compartir?
La tarde no encuentra tierra
donde ponerse a morir.

Lleno de un siglo de ocasos
de una tarde azul de abierta,
hundo en tu puerta mis pasos
y no sales a tu puerta.

En tu puerta no hay ventana
por donde poderte hablar.
Tarde, hermosura lejana
que nunca pude lograr.

Y la tarde azul corona
tu puerta gris de vacía.
Y la noche se amontona
sin esperanzas de día.

43

Rumorosas pestañas
de los cañaverales.
Cayendo sobre el sueño
del hombre hasta dejarle
el pecho apaciguado
y la cabeza suave.

Ahogad la voz del arma,
que no despierte y salte
con el cuchillo de odio
que entre sus dientes late.

Así, dormido, el hombre
toda la tierra vale.

44

Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.

Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió de tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer
más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena ante los mares.

Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.

45

“Vida solar”

Cuerpo de claridad que nada empaña.
Todo es materia de cristal radiante,
a través de ese sol que te acompaña,
que te lleva por dentro hacia adelante.

Carne de limpidez enardecida,
hueso más transparente si más hondo,
piel hacia el sur del fuego dirigida.
Sangre resplandeciente desde el fondo.

Cuerpo diurno, día sobrehumano,
fruto del cegador acoplamiento,
de una áurea madrugada del verano
con el más inflamado firmamento.

Ígnea ascensión, sangrienta hacia los montes,
agua sólida y ágil hacia el día,
diáfano barro lleno de horizontes,
coronación astral de la alegría.

Cuerpo como un solsticio de arcos plenos,
bóveda plena, plenas llamaradas.
Todos los cuerpos fulgen más morenos
bajo el cenit de todas tus miradas.

Cuerpo de polen férvido y dorado,
flexible y rumoroso, tuyo y mío.
De la noche final me has enlutado,
del amor, del cabello más sombrío.

Ilumina el abismo donde lloro
por la consumación de las espumas.
Fúndete con la sombra que atesoro
hasta que en la transparencia te consumas.

46

Entusiasmo del odio,
ojos del mal querer.
Turbio es el hombre,
turbia la mujer.

47

¿Qué pasa?
Rencor por tu mundo,
amor por mi casa.

¿Qué suena?
El tiro en tu monte,
y el beso en mis eras.

¿Qué viene?
Para ti una sola,
para mí dos muertes.

48

Corazón de leona
tienes a veces.
Zarpa, nardo del odio,
siempre floreces.

Una leona
llevaré cada día
como corona.

49

La vejez en los pueblos.
El corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?
En el ataúd.

El árbol solo y seco.
La mujer como un leño
de viudez sobre el lecho.
El odio sin remedio.
¿Y la juventud?
En el ataúd.

50

Llueve. Los ojos se ahondan
buscando tus ojos: esos
dos ojos que se alejaron
a la sombra cuenca adentro.
Mirada con horizontes
cálidos y fondos tiernos,
íntimamente alentada
por un sol de íntimo fuego
que era en las pestañas, negra
coronación de los sueños.

Mirada negra y dorada,
hecha de dardos directos,
signo de un alma en lo alto
de todo lo verdadero.

Ojos que se han consumado
infinitamente abiertos
hacia el saber que vivir
es llevar la luz a un centro.

Llueve como si llorara
raudales un ojo inmenso,
un ojo gris, desangrado,
pisoteado en el cielo.

Llueve sobre tus dos ojos
que pisan hasta los perros.
Llueve sobre tus dos ojos
negros, negros, negros, negros,
y llueve como si el agua
verdes quisiera volverlos.

Pero sus arcos prosiguen
alejándose y hundiendo
negrura frutal en todo
el corazón de lo negro.

¿Volverán a florecer?
Si a través de tantos cuerpos
que ya combaten la flor
renovaran su ascua … Pero
seguirán bajo la lluvia
para siempre mustios, secos.

51

Era un hoyo no muy hondo.
Casi en la flor de la sombra.
No hubiera cabido un hombre
en su oscuridad angosta.
Contigo todo fue anchura
en la tierra tenebrosa.

Mi casa contigo era
la habitación de la bóveda.
Dentro de mi casa entraba
por ti la luz victoriosa.

Mi casa va siendo un hoyo.
Yo no quisiera que toda
aquella luz se alejara
vencida, desde la alcoba.

Pero cuando llueve, siento
que las paredes se ahondan,
y reverdecen los muebles,
rememorando las hojas.

Mi casa es una ciudad
con una puerta a la aurora,
otra más grande a la tarde,
y a la noche, inmensa, otra.

Mi casa es una ataúd.
Bajo la lluvia redobla.
Y ahuyenta las golondrinas
que no la quisieran torva.

En mi casa falta un cuerpo.
Dos en nuestra casa sobran.

52

«A mi hijo»

Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
su color coronado de junios, ya es rocío
alejándose a ciertas regiones matutinas.

Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
precipitado octubre contra nuestras ventanas,
diste paso al otoño y anocheció los mares.

Te ha devorado el sol, rival único y hondo
y la remota sombra que te lanzó encendido;
te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
tragándote; y es como si no hubieras nacido.

Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
atardeció tu carne con el alba en un lado.

El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
carne naciente al alba y al júbilo precisa;
niño que sólo supo reir, tan largamente,
que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.

Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.

Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
de llegar al más leve signo de la fiereza.
Vida como una hoja de labios incipientes,
hoja que se desliza cuando a sonar empieza.

Los consejos del mar de nada te han valido…
Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
de echar sobre unos ojos un puñado de nada.

Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
los latentes colores de la vida, los huertos,
el centro de las flores a tus pies destinado,
de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
la noche continúa cayendo desolada.

53

«Orillas de tu vientre»

¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como a una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.

Clavellina del valle que provocan tus piernas.
Granada que has rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.

Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.

Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.

Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco
de la lúcida muerte.

Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.

En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son tantos siglos de muerte, de locura
como te han sucedido.

Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.

Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.

Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla.

En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.

Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
En ti nos acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
mortalmente abrazados.

54

Todo está lleno de ti,
y todo de mí está lleno:
llenas están las ciudades,
igual que los cementerios
de ti, por todas las casas,
de mí, por todos los cuerpos.

Por las calles voy dejando
algo que voy recogiendo:
pedazos de vida mía
venidos desde muy lejos.

Voy alado a la agonía,
arrastrándome me veo
en el umbral, en el fondo
latente del nacimiento.

Todo está lleno de mí:
de algo que es tuyo y recuerdo
perdido, pero encontrado
alguna vez, algún tiempo.

Tiempo que se queda atrás
decididamente negro,
indeleblemente rojo,
dorado sobre tu cuerpo.

Todo está lleno de ti,
traspasado de tu pelo:
de algo que no he conseguido
y que busco entre tus huesos.

55

Callo después de muerto.
Hablas después de viva.
Pobres conversaciones
desusadas por dichas,
nos llevan a lo mejor
de la muerte y la vida.

Con espadas fraguadas
en silencio, fundidas
en miradas, en besos,
en pasiones invictas
nos herimos, nos vamos
a la lucha más íntima.
Con silencio te ataco.
Con silencio tú vibras.
Con silencio reluce
la verdad cristalina.
Con silencio caemos
en la noche, en el día.

56

La libertad es algo
que sólo en tus entrañas
bate como el relámpago.

57

Cuerpo sobre cuerpo,
tierra sobre tierra:
viento sobre viento.

58

Bocas de ira.
Ojos de acecho.
Perros aullando.
Perros y perros.
Todo baldío.
Todo reseco.
Cuerpos y campos,
cuerpos y cuerpos.

¡Qué mal camino,
qué ceniciento
corazón tuyo,
fértil y tierno!

59

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.

60

Los animales del día
a los de la noche buscan.

Lejos anda el sol,
cerca la luna.

Animal del mediodía,
la medianoche te turba.

Lejos anda el sol.
Cerca la luna.

Miguel Hernández

De: “Cancionero y romancero de ausencias” – 1938-1941  (Poemas del 1 al 60)
Recogido en “Miguel Hernández – Obra Completa I”
Ed. Espasa – Clásicos
Edición publicada con motivo del centenario del nacimiento de Miguel Hernández en 2010.
ISBN: 978-84-670-3294 (del tomo I)

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, Alicante, el 30 de octubre de 1910.
Aunque tradicionalmente se le encuadra en la generación del 36, Miguel Hernández estuvo más próximo a la generación anterior, siendo considerado por Dámaso Alonso como “genial epígono de la generación del 27″.
En febrero de 2011, la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo de España denegó la posibilidad de un recurso extraordinario de revisión de la condena solicitado por la familia.
Murió el 28 de marzo de 1942, en la enfermería de la prisión alicantina, siéndole negado su traslado a un hospital para tratar la tuberculosis que padecía, y que contrajo como complicación, tras una bronquitis y un brote de tifus mal tratado. Eran las 5:32 de la madrugada del 28 de marzo de 1942; sólo tenía 31 años de edad.
Se dice que no pudieron cerrarle los ojos, sobre lo que él que fue su gran amigo Vicente Aleixandre, compuso un poema.
Fue enterrado en el nicho número 1009 del cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante, el día 30 de marzo.

También de Miguel Hernández en este blog:

«Miguel Hernández: Llamo a la juventud»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Antes del odio»: AQUÍ

«Miguel Hernández: A Federico Garcia Lorca, Elegía primera»: AQUÍ

«Miguel Hernández: El último rincón»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Guerra»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Campesino de España»: AQUÍ

«Miguel Hernández: El labrador de más aire (Fragmento)»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Camposanto»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Madre España»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Hijo de la luz y de la sombra»: AQUÍ

«Miguel Hernández: En mi barraquica»: AQUÍ 

«Miguel Hernández: El Rayo que no cesa» AQUÍ 

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«Miguel Hernández: Hoy hace 70 años le murieron en Alicante – Nanas de la cebolla»: AQUÍ 

«Miguel Hernández: Soneto Final»: AQUÍ 

«Miguel Hernández: El silbo de afirmación en la Aldea»: AQUÍ

«Miguel Hernández, vivo en nuestra memoria: Huerto mio» AQUÍ 

«Miguel Hernández: Llamo al toro de España»: AQUÍ 

«Miguel Hernández: Vientos del pueblo» AQUÍ 

 «Miguel Hernández: Sentado sobre los muertos» AQUÍ 

«Miguel Hernández: Aceituneros (Andaluces de Jaén)»: AQUÍ 

«Miguel Hernández: «Poemas sociales de guerra y de muerte»: «Nuestra juventud no muere»: AQUÍ

«Miguel Hernández: España en ausencia»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Canción del esposo soldado, de Viento del pueblo»: AQUÍ

«Miguel Hernández: El hambre, de El hombre acecha»: AQUÍ

«Miguel Hernández: El niño Yuntero, de Viento del pueblo»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Sonreídme»: AQUÍ

«Miguel Hernández: Las cárceles, de El hombre acecha»: AQUÍ

Bibliografía:

Perito en lunas, Murcia, La Verdad – 1933 (Prólogo de Ramón Sijé).
Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras – 1933.
El rayo que no cesa, Madrid, Héroe – 1936.
Viento del pueblo. Poesía en la guerra, Valencia, Socorro Rojo Internacional – 1937
El labrador de más aire, Madrid – Valencia, Nuestro Pueblo – 1937.
Teatro en la guerra – 1937.
El rayo que no cesa, Ediciones Héroe – 1936.
Seis poemas inéditos y nueve más, Alicante, Col. Ifach – 1951.
Obra escogida, Madrid, Aguilar – 1952 (Incluye poemas inéditos).
Cancionero y romancero de ausencias – 1938–1941 – Buenos Aires, Lautaro, 1958.
Antología, Buenos Aires, Losada – 1960 (Selec. y Prólogo de Mª de Gracia Ifach. Incluye poemas inéditos).
Obras completas, Buenos Aires, Losada – 1960.
Obra poética completa, Madrid, Zero – 1979
El hombre acecha, Santander, Diputación – 1981
24 sonetos inéditos, Alicante, Instituto de estudios Juan Gil-Albert, 1986 (Edición de José Carlos Rovira).
Miguel Hernández – Obra Completa – Edición conmemorativa del centenario del poeta – 2 Tomos – Ed. Espasa – Clásicos – 2010.

*La imagen es una obra de  Josemi, para “Miguel Hernández – 25 poemas ilustrados”, editado por la Editorial Kalandraka, ganador del Premio Nacional de Edición (Libro de Arte), en 2010. ISBN: 978-84-92608-29-4

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  • Reply Bitacoras.com octubre 30, 2014 at 11:10 pm

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  • Reply Miguel Hernández: Las cárceles | Trianarts diciembre 11, 2014 at 10:47 pm

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