Poesia

Arthur Rimbaud: El Aguinaldo de los Huérfanos

diciembre 25, 2015


«… Fuera, el frío y el hambre y el hombre con su juerga:
¡pues, vale! una hora más; después males a miles…»

AR

«El Aguinaldo de los Huérfanos»

I

Habitación en sombra: vagamente
se oyen los murmullos
dulces y tristes de los niños.
Sus cabezas se vencen
abrumadas de sueño
bajo el dosel que tiembla y que se agita…
–Fuera, muertos de frío, los pájaros se apiñan,
y sus plumas se ahuecan bajo el gris de los cielos.
Año Nuevo, envuelto entre la bruma
y arrastrando los pliegues
de su nevada capa,
se sonríe entre lágrimas y canta estremecido…

II

Y mientras tanto, los pequeños
bajo el dosel flotante
hablan bajito, como si de una noche oscura
se tratara, y escuchan, a lo lejos
algo como un murmullo…
Y se estremecen por la clara voz de oro
del timbre matinal que lanza aún más alto
su estribillo metálico
bajo su orbe de cristal.
–El cuarto
está helado y, por el suelo,
esparcidas en torno de las camas
hay vestidos de luto. El cierzo áspero
del invierno, gimiendo
en el umbral, exhala por la casa
su aliento entristecido.

Se nota, en todo esto, que algo falta.
¿No hay una madre para los pequeños,
madre de sonrisa fresca
y triunfante mirada?
La noche, sola y amorosa,
se olvidó de arrancarle a la ceniza
una llama, avivarla,
y arroparles con su edredón de lana
antes de abandonarlos y gritarles: perdón.
¿Acaso no ha previsto el frío matinal
ni trabó bien la entrada contra el cierzo?
El sueño de una madre es una tibia alfombra,
el blando nido en que los niños
agazapados como pájaros entre el ramaje
duermen un sueño de visiones blancas…

Es éste un nido sin calor ni plumas,
en el que los pequeños pasan frío, no duermen
y tienen miedo;
un nido
tal vez helado por el amargo cierzo.

III

Ya vuestro corazón lo entiende todo:
ellos no tienen madre.
¡No hay una madre en casa y su padre está lejos!
Una criada vieja se ha ocupado
de los niños. Los pobres
están solos en una estancia helada,
huérfanos de cuatro años solamente,
y he aquí que despierta
en sus mentes un recuerdo alegre…
al igual que un rosario
que al rezar se desgrana:
–¡Qué mañana tan buena, la mañana
del aguinaldo! Cada uno
hubo soñado aquella noche
un sueño extraño con juguetes,
bombones revestidos
de oro, alhajas deslumbrantes;
corretear, bailar
una danza sonora y esconderse
después tras las cortinas y aparecer más tarde.

Despertaban temprano, mas felices,
con la boca hecha agua, frotándose los ojos…
Iban, con brillo en la mirada,
y aún enredados los cabellos
igual que un día festivo
con sus pies diminutos descalzos por el suelo,
a llamar a la puerta de los padres…
¡Entraban! Y después… ¡las felicitaciones,
los besos repetidos, en pijama,
y la alegría sin reservas!

IV

Qué maravilla esas palabras
por tantas veces pronunciadas.
Pero cómo ha cambiado la casa desde entonces:
un fuego crepitaba, vivo, en la chimenea,
e iluminaba todo el viejo cuarto;
y los reflejos rojos de la hoguera
se divertían al contornear
los muebles barnizados…
¡El armario no tenía llaves;
sin llaves, el armario inmenso!
A menudo, observaban
su puerta oscura y ocre…
¡Sin llaves!… ¡Era extraño! Tantas veces
habrían de soñar con los misterios
que habitaban sus flancos de madera,
y creían oír, tras de la cerradura
abierta, un vago ruido,
un lejano susurro…
–Qué vacío está hoy el dormitorio
de los padres. Ningún reflejo rojo
brilla bajo la puerta;
ya no hay padres, ni fuego o llave alguna.
Al irse, ya no hay besos ni sorpresas.
Qué triste será el día de Año Nuevo
para estos niños, mientras de sus ojos
azules, cae, silenciosa,
una lágrima amarga,
y un murmullo se oye: «¿para cuándo
volverá nuestra madre?».

V

Duermen ahora los pequeños
tristemente. Diríais, al mirarlos,
que lloran al dormir, por su penosa
respiración y sus hinchados ojos.
¡Los pequeños tienen un alma tan sensible!
–Sin embargo, el ángel de las cunas
llega a enjugar sus ojos, y desliza
un sueño alegre entre sus pesadillas,
un sueño tan alegre que sus labios
se entreabren, y ríen
(parece que susurran).
–Sueñan cómo, inclinándose en sus brazos
contorneados, con el dulce
gesto del sueño, alzan
la frente, y su mirada
vaga a su alrededor…
Creen estar en un rosado paraíso…
En el lar, rebosante de destellos,
canta el fuego feliz … por la ventana,
a lo lejos, renace un cielo azul,
y la naturaleza se despierta
y se embriaga de luz…
Y la tierra, feliz por revivir,
semidesnuda, tiembla de alegría
por los besos del sol.
En la maltrecha casa todo es tibio y rojizo:
ya la ropa sombría no reviste
el suelo de la estancia
y, en el umbral, el cierzo
ha amainado por fin… ¡Como si un hada
tuviera algo que ver con todo esto!
–Los niños, jubilosos, dan un grito…
Allí, junto a la cama de su madre,
bajo un hermoso rayo color rosa,
sobre la alfombra, algo resplandece…
son medallones plateados, blancos
y negros, cuyo reflejo titilante
es de nácar y jade;
pequeñas orlas negras, diademas
de cristal, con tan sólo tres palabras
cinceladas en oro:
«a Nuestra Madre».

Arthur Rimbaud

Primera poesía escrita por Rimbaud, aparecida en la Revista «Revue pour tous», en enero de 1870.

Poema original en francés:

«Les étrennes des orphelins»

I

La chambre est pleine d’ombre ; on entend vaguement
De deux enfants le triste et doux chuchotement.
Leur front se penche, encore alourdi par le rêve,
Sous le long rideau blanc qui tremble et se soulève…
– Au dehors les oiseaux se rapprochent frileux ;
Leur aile s’engourdit sous le ton gris des cieux ;
Et la nouvelle Année, à la suite brumeuse,
Laissant traîner les plis de sa robe neigeuse,
Sourit avec des pleurs, et chante en grelottant…

II

Or les petits enfants, sous le rideau flottant,
Parlent bas comme on fait dans une nuit obscure.
Ils écoutent, pensifs, comme un lointain murmure…
Ils tressaillent souvent à la claire voix d’or
Du timbre matinal, qui frappe et frappe encor
Son refrain métallique en son globe de verre…
– Puis, la chambre est glacée… on voit traîner à terre,
Épars autour des lits, des vêtements de deuil
L’âpre bise d’hiver qui se lamente au seuil
Souffle dans le logis son haleine morose !
On sent, dans tout cela, qu’il manque quelque chose…
– Il n’est donc point de mère à ces petits enfants,
De mère au frais sourire, aux regards triomphants ?
Elle a donc oublié, le soir, seule et penchée,
D’exciter une flamme à la cendre arrachée,
D’amonceler sur eux la laine et l’édredon
Avant de les quitter en leur criant : pardon.
Elle n’a point prévu la froideur matinale,
Ni bien fermé le seuil à la bise hivernale ?…
– Le rêve maternel, c’est le tiède tapis,
C’est le nid cotonneux où les enfants tapis,
Comme de beaux oiseaux que balancent les branches,
Dorment leur doux sommeil plein de visions blanches !…
– Et là, – c’est comme un nid sans plumes, sans chaleur,
Où les petits ont froid, ne dorment pas, ont peur ;
Un nid que doit avoir glacé la bise amère…

III

Votre coeur l’a compris : – ces enfants sont sans mère.
Plus de mère au logis ! – et le père est bien loin !…
– Une vieille servante, alors, en a pris soin.
Les petits sont tout seuls en la maison glacée ;
Orphelins de quatre ans, voilà qu’en leur pensée
S’éveille, par degrés, un souvenir riant…
C’est comme un chapelet qu’on égrène en priant :
– Ah ! quel beau matin, que ce matin des étrennes !
Chacun, pendant la nuit, avait rêvé des siennes
Dans quelque songe étrange où l’on voyait joujoux,
Bonbons habillés d’or, étincelants bijoux,
Tourbillonner, danser une danse sonore,
Puis fuir sous les rideaux, puis reparaître encore !
On s’éveillait matin, on se levait joyeux,
La lèvre affriandée, en se frottant les yeux…
On allait, les cheveux emmêlés sur la tête,
Les yeux tout rayonnants, comme aux grands jours de fête,
Et les petits pieds nus effleurant le plancher,
Aux portes des parents tout doucement toucher…
On entrait !… Puis alors les souhaits… en chemise,
Les baisers répétés, et la gaîté permise !

IV

Ah ! c’était si charmant, ces mots dits tant de fois !
– Mais comme il est changé, le logis d’autrefois :
Un grand feu pétillait, clair, dans la cheminée,
Toute la vieille chambre était illuminée ;
Et les reflets vermeils, sortis du grand foyer,
Sur les meubles vernis aimaient à tournoyer…
– L’armoire était sans clefs !… sans clefs, la grande armoire !
On regardait souvent sa porte brune et noire…
Sans clefs !… c’était étrange !… on rêvait bien des fois
Aux mystères dormant entre ses flancs de bois,
Et l’on croyait ouïr, au fond de la serrure
Béante, un bruit lointain, vague et joyeux murmure…
– La chambre des parents est bien vide, aujourd’hui
Aucun reflet vermeil sous la porte n’a lui ;
Il n’est point de parents, de foyer, de clefs prises :
Partant, point de baisers, point de douces surprises !
Oh ! que le jour de l’an sera triste pour eux !
– Et, tout pensifs, tandis que de leurs grands yeux bleus,
Silencieusement tombe une larme amère,
Ils murmurent : » Quand donc reviendra notre mère ? »

V

Maintenant, les petits sommeillent tristement :
Vous diriez, à les voir, qu’ils pleurent en dormant,
Tant leurs yeux sont gonflés et leur souffle pénible !
Les tout petits enfants ont le coeur si sensible !
– Mais l’ange des berceaux vient essuyer leurs yeux,
Et dans ce lourd sommeil met un rêve joyeux,
Un rêve si joyeux, que leur lèvre mi-close,
Souriante, semblait murmurer quelque chose…
– Ils rêvent que, penchés sur leur petit bras rond,
Doux geste du réveil, ils avancent le front,
Et leur vague regard tout autour d’eux se pose…
Ils se croient endormis dans un paradis rose…
Au foyer plein d’éclairs chante gaîment le feu…
Par la fenêtre on voit là-bas un beau ciel bleu ;
La nature s’éveille et de rayons s’enivre…
La terre, demi-nue, heureuse de revivre,
A des frissons de joie aux baisers du soleil…
Et dans le vieux logis tout est tiède et vermeil
Les sombres vêtements ne jonchent plus la terre,
La bise sous le seuil a fini par se taire …
On dirait qu’une fée a passé dans cela ! …
– Les enfants, tout joyeux, ont jeté deux cris… Là,
Près du lit maternel, sous un beau rayon rose,
Là, sur le grand tapis, resplendit quelque chose…
Ce sont des médaillons argentés, noirs et blancs,
De la nacre et du jais aux reflets scintillants ;
Des petits cadres noirs, des couronnes de verre,
Ayant trois mots gravés en or:
«a Notre Mére»

Arthur Rimbaud

Jean Nicolas Arthur Rimbaud nació en Charleville, Departamento de Las Ardenas, Francia, el 20 de octubre de 1854.
Fue uno de los más grandes poetas franceses, que practico alternando en su poesía los dictados del movimiento simbolista, con Stéphane Mallarmé , y otras al decadentista, junto a Paul Verlaine.
Con sólo ocho años de edad realizó su primero trabajos en prosa y con diez dio, apuntando una gran madurez intelectual empezó a escribir poesía: Sin embargo, dejó la literatura a con nada más 19 años de edad, dando muestras de cierto desequilibrio mental.
En los inicios de la década de 1870, comenzó a criticar  la poesía romántica y parnasiana, y a alabar la poesía de Charles Baudelaire, a quien incluso llamó «un dios, el rey de los poetas».
En 1872, cuando contaba 17 años de edad, ya llevaba una salvaje vida de vagabundo, totalmente disoluta, adicto al ajenjo y al hachís.
Todo esto escandalizó a la élite literaria parisina, indignada en particular por su comportamiento, se había convertido en el auténtico arquetipo del «enfant terrible». A lo largo de este período continuó escribiendo sus contundentes y visionarios versos modernos.
Un incidente con Étienne Carjat, eminente fotógrafo de la época, fue la gota que derramó el vaso, Rimbaud, totalmente borracho hirió al fotógrafo con una vara metálica. Para salvar a su amigo y tranquilizar a la comunidad, Verlaine, en casa del cual residía acogido, envió a Rimbaud de regreso a Charleville.
Tras unos cuantos meses volvio a París, iniciando con Verlaine una tormentosa relación amorosa, que los llevó a Londres en septiembre de 1872. Verlaine abandonó a su esposa e hijo pequeño (a quienes solía maltratar en extremo durante los ataques de ira causados por el alcohol). Rimbaud y Verlaine vivieron en un lamentable estado de pobreza en Bloomsbury y en Camden Town, manteniéndose con algunas clases de francés y de una pequeña mensualidad que les llegaba de la madre de Verlaine.
En 1873, Verlaine abandonó a Rimbaud y marchó a Bruselas, adonde este le siguió y tras una fuerte discusión, el primero le disparó hiriéndole en la muñeca. Verlaine fue arrestado, y este hecho sumado a las acusaciones de la esposa de Verlaine respecto a las relación entre los dos hombres, hizo que el juez, a pesar de que Rimbaud retiró la denuncia, Verlaine fuese condenado a dos años de prisión.
Rimbaud regresó a Charleville, recluyéndose en la granja familiar, donde escribió la única obra que publicaría él mismo, «Una temporada en el infierno», reconocida como una de las obras pioneras del simbolismo moderno.
En 1874 volvió a Londres junto al poeta Germain Nouveau, donde terminó de escribir sus controvertidas «Iluminaciones»
Rimbaud y Verlaine se encontraron en Alemania por última vez en 1875, tras haber recuperado este  la libertad.
Murió tras serle amputada una pierna por un carcinoma el 10 de noviembre de 1891, en Marsella, sólo tenia 37 años de edad.
Ejerció una fuerte influencia sobre poetas posteriores, entre ellos,  los surrealistas, como André Bretón, Pier Paolo Pasolini, y Joe Strummer,  incluso en algunos de los poetas beats.

 *La imagen es un óleo de Sir John Everett Millais

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Libros de poesía:

Poesías – (1863-1869).
Cartas del vidente — (1871).
Una temporada en el infierno — (1873).
Iluminaciones — (1874).
Cartas completas — (1870-1891)

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3 Comments

  • Reply Bitacoras.com diciembre 25, 2015 at 1:11 am

    Información Bitacoras.com

    Valora en Bitacoras.com: Arthur Rimbaud: El Aguinaldo de los Huérfanos La entrada Arthur Rimbaud: El Aguinaldo de los Huérfanos aparece primero en Trianarts.

  • Reply Mi recuerdo a Paul Verlaine: Serenata - Trianarts enero 8, 2016 at 12:26 am

    […] clara la influencia de Charles Baudelaire. Poco después de casarse con Mathilde Mauté, conoció a Arthur Rimbaud, dando un vuelco radical a su vida, éste se mudó a vivir con ellos, y poco después se […]

  • Reply Arthur Rimbaud: Partida - Trianarts febrero 24, 2016 at 1:46 am

    […] “Arthur Rimbaud: El Aguinaldo de los Huérfanos”: AQUÍ […]

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