«¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos…»
LC
Para ti Miguel, este lugar donde hemos compartido ratos de charla y de café, y uno de mis rincones favoritos de mi Sevilla de mi alma; esa que indefectiblemente va unida al nombre de mi poeta más amado y que nació sólo unos pocos metros de aquí.
«Las tiendas»
Estaban aquellas tiendecillas en la Plaza del Pan, a espaldas de la Iglesia del Salvador, sobre cuya acera estacionaban los gallegos, sentados en el suelo o recostados contra la pared, su costal vació al hombro y el manojo de sogas en la mano, esperando baúl o mueble que transportar. Eran unas covachas abiertas en el muro de la iglesia, a veces defendidas por una pequeña cristalera, otras de par en par sobre la plaza el postigo, que sólo a la noche se cerraba. Dentro, tras el mostrador, silencioso y solitario, aparecía un viejo pulcro, vestido de negro, que lleno de atención pesaba algo en una minúscula balanza, o una mujer de blancura lunar, el pelo levantado en alto rodete y sobre él una peina, abanicándose lentamente. ¿Que vendían aquellos mercaderes? Apenas si sobre el fondo oscuro de la tienda brillaba en alguna vitrina la plata de un vaso entre complicadas joyas de filigrana y las lágrimas purpúreas de unos largos zarcillos de corales. Otras la mercancía eran encajes: tiras sutiles de espuma teñida, que sobre el papel celeste o amarillo colgaban a lo largo de la pared.
En la plaza, los gallegos (denominación gremial y no geográfica, porque algunos eran santanderinos o leoneses) se encorvaban soñolientos y fofos, más al peso de los años que al de las cargas ingratasa que su oficio les condenaba. Eran ellos quienes en semana santa, durante los altos de las cofradías, asomaban tras las andas de terciopelo sus caras congestionadas, bajo la masa dorada de esculturas, candelabros y ramilletes, alineados tal esclavos en los bancos de una galera. Al lado de su trabajo trashumante y penoso, sin otro cobijo que el de la acera donde se estacionaban, los mercaderes aristocráticos de las tiendecillas parecían pertenecer a otro mundo. Mas unos y otros se correspondían sutilmente, como vestigios de una sociedad y un tiempo desaparecidos. En las covachas ya no brillaban las piedras preciosas ni las sedas, y apenas si entraban en ellas los compradores. Pero en su reclusión, en su inmovilidad, descendían de los mercaderes y artífices de oriente, a cuya puerta moría el ruido, y el comprador, para llevar a casa el ánfora o el tapiz recién adquirido, debía buscar entre el bullicio de la plaza el jayán que cargase la mercancía sobre sus fuertes espaldas.
En esas tiendecillas de la Plaza del Pan cada uno de los objetos expuestos eran aún cosa única, y por eso preciosa, trabajada con cariño, a veces en la trastienda misma, conforme a la tradición trasmitida de generación en generación, del maestro al aprendiz, y expresaba o pretendía expresar de modo ingenuo algo singular y delicado. Su atmósfera soñolienta aún parecía iluminarse a veces con el fulgor puro de los metales, y un aroma de sándalo o de ámbar flotar en ellas vagamente como un dejo rezagado.
Luis Cernuda
Luis Cernuda Bidón nació en Sevilla, el 21 de septiembre de 1902.
Murió en México DF el 5 de noviembre de 1963
De «Ocnos»
La Primera Edición, publicada en Londres en 1942,se compone de 31 poemas.
La Segunda Edición, publicada en Madrid en 1949, se compone de 46 poemas.
La Tercera Edición, con un total de 63 poemas, se publicó en Xalapa, México, en 1963, unos días después del fallecimiento del poeta.
*La fotografía es de la Plaza del Pan y de la cúpula de Iglesia del Salvador, como está en la actualidad; las covachas que cita Cernuda son los pequeños locales que se ven adosados a los muros traseros de la iglesia.
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