Reyes que venís por ellas,
no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas…
Lope de Vega
«La rosa niña»
Cristal, oro y rosa. Alba en Palestina.
Salen los tres reyes de adorar al rey,
flor de infancia llena de una luz divina
que humaniza y dora la mula y el buey.
Baltasar medita, mirando la estrella
que guía en la altura. Gaspar sueña en
la visión sagrada. Melchor ve en aquella
visión la llegada de un mágico bien.
Las cabalgaduras sacuden los cuellos
cubiertos de sedas y metales. Frío
matinal refresca belfos de camellos
húmedos de gracia, de azul y rocío.
Las meditaciones de la barba sabia
van acompasando los plumajes flavos,
los ágiles trotes de potros de Arabia
y las risas blancas de negros esclavos.
¿De dónde vinieron a la Epifanía?
¿De Persia? ¿De Egipto? ¿De la India? Es en vano
cavilar. Vinieron de la luz, del Día,
del Amor. Inútil pensar, Tertuliano.
El fin anunciaban de un gran cautiverio
y el advenimiento de un raro tesoro.
Traían un símbolo de triple misterio,
portando el incienso, la mirra y el oro.
En las cercanías de Belén se para
el cortejo. ¿A causa? A causa de que
una dulce niña de belleza rara
surge ante los magos, todo ensueño y fe.
¡Oh, reyes! ?les dice?. Yo soy una niña
que oyó a los vecinos pastores cantar,
y desde la próxima florida campiña
miró vuestro regio cortejo pasar.
Yo sé que ha nacido Jesús Nazareno,
que el mundo está lleno de gozo por El,
y que es tan rosado, tan lindo y tan bueno,
que hace al sol más sol, y a la miel más miel.
Aún no llega el día… ¿Dónde está el establo?
Prestadme la estrella para ir a Belén.
No tengáis cuidado que la apague el diablo,
con mis ojos puros la cuidaré bien.
Los magos quedaron silenciosos. Bella
de toda belleza, a Belén tornó
la estrella y la niña, llevada por ella
al establo, cuna de Jesús, entró.
Pero cuando estuvo junto a aquel infante,
en cuyas pupilas miró a Dios arder,
se quedó pasmada, pálido el semblante,
porque no tenía nada que ofrecer.
La Madre miraba a su niño lucero,
las dos bestias buenas daban su calor;
sonreía el santo viejo carpintero,
la niña estaba temblando de amor.
Allí había oro en cajas reales,
perfumes en frascos de hechura oriental,
incienso en copas de finos metales,
y quesos, y flores, y miel de panal.
Se puso rosada, rosada, rosada…
ante la mirada del niño Jesús.
(Felizmente que era su madrina un hada,
de Anatole France o el doctor Mardrús).
¡Qué dar a ese niño, qué dar sino ella!
¿Qué dar a ese tierno divino Señor?
Le hubiera ofrecido la mágica estrella,
la de Baltasar, Gaspar y Melchor…
Mas a los influjos del hada amorosa,
que supo el secreto de aquel corazón,
se fue convirtiendo poco a poco en rosa,
en rosa más bella que las de Sarón.
La metamorfosis fue santa aquel día
(la sombra lejana de Ovidio aplaudía),
pues la dulce niña ofreció al Señor,
que le agradecía y le sonreía,
en la melodía de la Epifanía,
su cuerpo hecho pétalos y su alma hecha olor.
Rubén Dario
De: Cantos de vida y esperanza, 1905
Recogido en: Rubén Darío – Poesías Completas
Aguilar Ediciones, 1952
Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío nació en Metapa, Nicaragua, el 18 de enero de 1867.
Poeta, escritor, periodista y diplomático nicaragüense, fue el máximo representante del modernismo literario en lengua española, y quizá, el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispano, y es por ello llamado «Príncipe de las letras castellanas»
Para su formación poética fue determinante la influencia de la poesía francesa. En primer lugar, la de los románticos, y en especial Victor Hugo. Más adelante, fue decisiva la influencia de los parnasianos: Théophile Gautier, Leconte de Lisle, Catulle Mendès y José María de Heredia.
En cuanto a los autores de otras lenguas, sentía una profunda admiración por tres autores estadounidenses: Ralph Waldo Emerson, Edgar Allan Poe y Walt Whitman.
Su influencia fue inmensa en los poetas de principios de siglo XX, tanto en España como en América. Muchos de sus seguidores, sin embargo, cambiaron pronto de rumbo: es el caso de Leopoldo Lugones, Julio Herrera y Reissig, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado.
Llegó a ser un poeta muy popular, cuyas obras se memorizaban en las escuelas de los países hispanohablantes y eran imitadas por cientos de jóvenes poetas. Esto resultó perjudicial para la recepción de su obra. Después de la Primera Guerra Mundial, con el nacimiento de las vanguardias literarias, los poetas volvieron la espalda a la estética modernista, que consideraban anticuada y retoricista.
Murió en León, el 6 de febrero de 1916.
También de Rubén Darío en este blog:
«Rubén Darío: Los cisnes»: AQUÍ
«Rubén Darío: Marcha triunfal»: AQUÍ
«Rubén Darío: Los cisnes»: AQUÍ
«Ruben Darío: Los motivos del lobo»: AQUÍ
«Rubén Darío: Canto de esperanza»: AQUÍ
«Ruben Darío: A Margarita Debayle»: AQUÍ
«Rubén Darío: El Príncipe de las Letras Castellanas – Antología»: AQUÍ
Bibliografía poética:
Abrojos. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1887.
Rimas. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1887.
Azul…. Valparaíso: Imprenta Litografía Excelsior, 1888. Segunda edición, ampliada: Guatemala: Imprenta de La Unión, 1890. Tercera edición: Buenos Aires, 1905.
Canto épico a las glorias de Chile. Editor MC0031334: Santiago de Chile, 1887.58
Primeras notas, [Epístolas y poemas, 1885]. Managua: Tipografía Nacional, 1888.
Prosas profanas y otros poemas. Buenos Aires, 1896. Segunda edición, ampliada: París, 1901.
Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas. Madrid, Tipografía de Revistas de Archivos y Bibliotecas, 1905.
Oda a Mitre. París: Imprimerie A. Eymeoud, 1906.
El canto errante. Madrid, Tipografía de Archivos, 1907.
Poema del otoño y otros poemas, Madrid: Biblioteca «Ateneo», 1910.
Canto a la Argentina y otros poemas. Madrid, Imprenta Clásica Española, 1914.
Lira póstuma. Madrid, 1919.
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