Cuentos

Marqués de Sade: El fingimiento feliz

junio 2, 2016


«La ley solo existe para los pobres; los ricos y los poderosos la desobedecen cuando quieren, y lo hacen sin recibir castigo por que no hay juez en el mundo que no pueda comprarse con dinero.»
M. de S.

Recordando al Marqués de Sade en el aniversario de su muerte.

«El fingimiento feliz»

(o la ficción afortunada)

Hay muchísimas mujeres que piensan que con tal de no llegar hasta el fin con un amante, pueden permitirse, sin ofensa para su esposo, un cierto comercio de galantería, y a menudo esta forma de ver las cosas tiene consecuencias más peligrosas que si la caída hubiese sido completa. Lo que le ocurrió a la Marquesa de Guissac, mujer de elevada posición de Nimes, en el Languedoc, es una prueba evidente de lo que aquí proponemos como máxima.

Alocada, aturdida, alegre, rebosante de ingenio y de simpatía, la señora de Guissac creyó que ciertas cartas de amor, escritas y recibidas por ella y por el barón de Aumelach, no tendrían consecuencia alguna, siempre que no fueran conocidas; y que si, por desgracia, llegaban a ser descubiertas, pudiendo probar su inocencia a su marido, no perdería en modo alguno su favor. Se equivocó… El señor de Guissac, desmedidamente celoso, sospecha el intercambio, interroga a una doncella, se apodera de una carta, al principio no encuentra en ella nada que justifique sus temores, pero sí mucho más de lo que necesita para alimentar sus sospechas, toma una pistola y un vaso de limonada e irrumpe como un poseso en la habitación de su mujer…

─Señora, he sido traicionado -ruge enfurecido─; leed: él me lo aclara, ya no hay tiempo para juzgar, os concedo la elección de vuestra muerte.

La Marquesa se defiende, jura a su marido que está equivocado, que puede ser, es verdad, culpable de una imprudencia, pero que no lo es, sin lugar a duda, de crimen alguno.

─¡Ya no me convenceréis, pérfida! ─responde el marido furioso─, ¡ya no me convenceréis! Elegid rápidamente o al instante este arma os privará de la luz del día.

La desdichada señora de Guissac, aterrorizada, se decide por el veneno; toma la copa y lo bebe.

─¡Deteneos! ─le dice su esposo cuando ya ha bebido parte─, no pereceréis sola; odiado por vos, traicionado por vos, ¿qué querríais que hiciera yo en el mundo? ─y tras decir esto bebe lo que queda en el cáliz.
─¡Oh, señor! ─exclama la señora de Guissac─. En terrible trance en que nos habéis colocado a ambos, no me neguéis un confesor ni tampoco el poder abrazar por última vez a mi padre y a mi madre.

Envían a buscar en seguida a las personas que esta desdichada mujer reclama, se arroja a los brazos de los que le dieron la vida y de nuevo protesta que no es culpable de nada. Pero, ¿qué reproches se le pueden hacer a un marido que se cree traicionado y que castiga a su mujer de tal forma que él mismo se sacrifica? Sólo queda la desesperación y el llanto brota de todos por igual. Mientras tanto llega el confesor…

─En este atroz instante de mi vida ─dice la Marquesa- deseo, para consuelo de mis padres y para el honor de mi memoria, hacer una confesión pública ─y empieza a acusarse en voz alta de todo aquello que su conciencia le reprocha desde que nació.

El marido, que está atento y que no oye citar al barón de Aumelach, convencido de que en semejante ocasión su mujer no se atrevería a fingir, se levanta rebosante de alegría.

─¡Oh, mis queridos padres! ─exclama abrazando al mismo tiempo a su suegro y a su suegra-, consolaos y que vuestra hija me perdone el miedo que le he hecho pasar, tantas preocupaciones me produjo que es lícito que le devuelva unas cuantas. No hubo nunca ningún veneno en lo que hemos tomado, que esté tranquila; calmémonos todos y que por lo menos aprenda que una mujer verdaderamente honrada no sólo no debe cometer el mal, sino que tampoco debe levantar sospechas de que lo comete.

La Marquesa tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para recobrarse de su estado; se había sentido envenenada hasta tal punto que el vuelo de su imaginación le había ya hecho padecer todas las angustias de muerte semejante. Se pone en pie temblorosa, abraza a su marido; la alegría reemplaza al dolor y la joven esposa, bien escarmentada por esta terrible escena, promete que en el futuro sabrá evitar hasta la más pequeña apariencia de infidelidad. Mantuvo su palabra y vivió más de treinta años con su marido sin que éste tuviera nunca que hacerle el más mínimo reproche.

Marqués de Sade

Donatien Alphonse François de Sade, Marqués de Sade, nació en París, 2 de junio de 1740.
En sus obras son característicos los antihéroes, protagonistas de violaciones y de disertaciones en las que justifican sus actos, según algunos pensadores, mediante sofismas. La expresión de un ateísmo radical, además de la descripción de parafilias y actos de violencia, son los temas más recurrentes de sus escritos, en los que prima la idea del triunfo del vicio sobre la virtud.
Su filosofía es la de la libertad extrema, sin el freno de la moral, la religión o las leyes, con la búsqueda del placer personal como principio más elevado.
Fue encarcelado bajo el Antiguo Régimen, la Asamblea Revolucionaria, el Consulado y el Primer Imperio francés, pasando veintisiete años de su vida encerrado en diferentes fortalezas y «asilos para locos». También figuró en las listas de condenados a la guillotina. En 1803 escribió, refiriéndose a su largo encierro: Los entreactos de mi vida han sido demasiado largos.
Le es atribuida también la famosa novela Los 120 días de Sodoma o la escuela de libertinaje, que fue publicada recién en 1904 y que sería su obra más famosa. Fue adaptada al cine en 1975 por el autor y cineasta neorrealista italiano Pier Paolo Pasolini, quien sería asesinado después por filmarla ese mismo año.
De su nombre procede la palabra sadismo.
Escribió la mayor parte de sus obras durante los 29 años de su vida que pasó en prisión.
En vida, y después de muerto, le han perseguido numerosas leyendas. Sus obras estuvieron incluidas en el Index librorum prohibitorum (Índice de libros prohibidos) de la Iglesia católica.
André Breton y los surrealistas lo proclamaron «Divino Marqués» en referencia al «Divino Aretino», primer autor erótico de los tiempos modernos (siglo XVI). Aún hoy su obra despierta los mayores elogios y las mayores repulsas. Georges Bataille, entre otros, calificó su obra como «apología del crimen».
Su nombre ha pasado a la historia convertido en sustantivo. Desde 1834, la palabra «sadismo» aparece en el diccionario en varios idiomas para describir la propia excitación producida al cometer actos de crueldad sobre otra persona.
Murió en Charenton-Saint-Maurice, Val-de-Marne, el 2 de diciembre de 1814.

También del Marqués de Sade en este blog:

«Marqués de Sade: El aparecido»: AQUÍ

«Marqués de Sade: El fingimiento feliz»: AQUÍ

*La imagen es un óleo de Oskar Kokoschka

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No Comments

  • Reply Bitacoras.com junio 2, 2013 at 3:04 pm

    Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: “La ley solo existe para los pobres; los ricos y los poderosos la desobedecen cuando quieren, y lo hacen sin recibir castigo por que no hay juez en el mundo que no pueda comprarse con dinero.” M. de S. Recordando al Marqu……

  • Reply Michel Houellebecq: So long | Trianarts julio 9, 2014 at 12:04 am

    […] llegó a compararse con “El extranjero” de Albert Camus. Se le ha observado la influencia del Marqués de Sade, Aldous Huxley, Howard-Phillips Lovecraft y Louis-Ferdinand Céline. La enorme presión mediática […]

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