Poesia

Antonio Machado: Campos de Soria

enero 11, 2011


«… He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio…»
AM

Campos de Soria

«Campos de Soria»

Es la tierra de Soria árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa
dejando entre las hierbas olorosas
sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.
Al empezar abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.

II

Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.

En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor —las nuevas hojas—
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas.

III

Es el campo undulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosado.

IV

¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;

y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.

V

La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.

El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y los caminos,
cayendo está como sobre una fosa.

Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.

Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra,
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío
—tal el golpe de un hacha sobre un leño—.

La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.

La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.

VI

¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!

¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas!

¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.

VII

¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!…

VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.

Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.

Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!

Antonio Machado

De: «Campos de Castilla», 1912
Recogido en: Manuel Machado – Antonio Machado – Obras Completas
Ed. Biblioteca Nueva, 1983
ISBN (de la 2ª edición): 978-84-70302-67-1

Recordando hoy mis veranos de niñez en Soria, caminando junto a la orilla del Duero, bajo la sombra de chopos, álamos y olmos, de San Polo a San Saturio. Ya  allí, ascender por aquellas escaleras excavadas dentro de las rocas, y haciendo un alto en el camino, para en un recodo de la escarpada escalera, en las que a través aquellos ventanucos naturales que  horadan la roca, veíamos, majestuoso el Duero,  buscar aquella pequeña Virgen, que en su manto guarda alfileres que las jóvenes cambiábamos por otra que llevábamos preparada, y que según la tradición nos aseguraba encontrar un novio, si la cabeza del alfiler era blanco, el novio sería soltero, si en cambio, nos salía negra, que alguna había, nuestro pretendiente sería viudo;  después terminar de subir hasta lo más alto de la cueva para llegar a la capilla donde está la imagen del Patrón de Soria, San Saturio.
A la vuelta, parada en la cruz románica que hay en medio del camino entre San Polo y San Saturio para reponer fuerzas con los bocadillos que nos había preparado la yeya, nos gustaba a Esther y a mi ir recitando a Machado, viendo en cada uno de sus versos, lo que el había sentido contemplando lo que en ese momento, también nosotras teníamos ante nuestros ojos. Mi abuelo me enseñó a querer a la poesía a través de Juan Ramón Jiménez, esta alameda castellana a hacer de Don Antonio Machado, un compañero inseparable en el viaje de mi vida.
Hoy en recuerdo a Esther, que se fue hace un tiempo estos versos de mi amado poeta sevillano…

Antonio Machado Ruiz nació en Sevilla el 26 de julio de 1875.
Fue el poeta más joven de la Generación del 98′.
Su poesía de raíces modernistas, giró hacia un simbolismo intimista, con tintes románticos, que en su etapa más madura practicó una poesía de un fuerte compromiso social, a la vez que bebía de la sabiduría popular ancestral. Gerardo Diego diría del maestro que «hablaba en verso y vivía en poesía«.
Fue alumno del Institución Libre de Enseñanza, estando siempre comprometido con sus idearios.
En 1927 fue elegido miembro de la Real Academia Española, aunque nunca llegó a tomar posesión de su sillón.
El 22 de enero de 1939, ante la inminente ocupación de la ciudad por las tropas golpistas contra la II República Española, partió en un vehículo de la Dirección de Sanidad, que había conseguido el doctor José Puche Álvarez, salió de Barcelona junto a parte de su familia y unos pocos amigos, entre los que se encontraban: el filósofo Joaquín Xirau, el filólogo Tomás Navarro Tomás, el humanista catalán Carles Riba, el novelista Corpus Barga, además de una larga caravana con cientos de miles de españoles huyendo de su patria.
El día 28 de enero, llegaron a Collioure, hospedándose en el Hotel Bougnol-Quintana. Allí quedaron a la espera de una ayuda que no llegó a tiempo.
Murió a las tres y media de la tarde del día 22 de febrero de 1939; un mes y tres días más tarde moría su madre, que de esta forma cumplió una promesa hecha en voz alta en Rocafort: «Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio».
El 5 de mayo de 1941, fue expulsado post mórtem del Cuerpo de Catedráticos de Instituto. Habría que esperar hasta 1981 para ser rehabilitado como profesor del instituto Cervantes de Madrid.

«Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo. Mi vida está hecha más de resignación que de rebeldía; pero de cuando en cuando siento impulsos batalladores que coinciden con optimismos momentáneos de los cuales me arrepiento y sonrojo a poco indefectiblemente. Soy más autoinspectivo que observador y comprendo la injusticia de señalar en el vecino lo que noto en mí mismo. Mi pensamiento está generalmente ocupado por lo que llama Kant conflictos de las ideas trascendentales y busco en la poesía un alivio a esta ingrata faena. En el fondo soy creyente en una realidad espiritual opuesta al mundo sensible.»
Antonio Machado – Autobiografía

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Bibliografía:

Poesía

1903.- «Soledades: poesías»
1907.- «Soledades, galerías, otros poemas»
1912.- «Campos de Castilla»
1917.- «Páginas escogidas»
1917.- «Poesías completas»
1917.- «Poemas»
1918.- «Soledades y otras poesías»
1919.- «Soledades, galerías y otros poemas»
1924.- «Nuevas canciones»
1928.- «Poesías completas (1899-1925)»
1933.- «Poesías completas (1899-1930)»
1933.- «La tierra de Alvargonzález»
1933.- «Poesías completas»
1936.- «Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo)»
1937.- «Poemas delLa guerra (1936-1937)»
1937.- «Madrid: baluarte de nuestra guerra de independencia»
1938.- «La tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero»

Teatro:

1926.- «Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel»
1927.- «Juan de Maraña»
1928.- «Las adelfas»
1929.- «La Lola se va a los puertos»
1931.- «La prima Fernanda»

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