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Domenico Zampieri «Domenichino»
Domenico Zampieri, conocido como Domenichino, nació en Bolonia, Italia, el 21 de octubre de 1581.
Pintor notable del clasicismo dentro del barroco romano-boloñés.
Fue uno de los que más se significaron en lo que se llamó bello ideal, y en el paisaje clásico durante el siglo XVII en Italia.
Trabajó junto a grandes contemporáneos como Francesco Albani y Guido Reni, y junto a los que serían encarnizados rivales, sobre todo Giovanni Lanfranco.
Su apodo de Domenichino, se lo debe a su baja estatura, (pequeño domingo).
Inició su formación en el taller del pintor flamenco Denys Calvaert.
Posteriormente, hacia 1595 ingresó en la Academia de los Incamminati de los Carracci, siendo uno de los alumnos más aventajados, distinguiéndose por sus dotes portentosas para el dibujo.
Para llevar a cabo su obra partió del seguimiento ferviente de las enseñanzas de los Carracci, sobre el estudio atento de los maestros del pasado, especialmente el ejemplo supremo de Rafael Sanzio, sin dejar de contrastarlo con la experiencia de la naturaleza.
Su arte es por tanto, reflejo de una personalidad concentrada en la labor artística que dio lugar a una de las más elevadas muestras de la elaboración teórica del clasicismo pictórico; ideas que complementó con las teorías del ideal clásico en pintura que había redactado Giovanni Battista Agucchi, en colaboración con el propio Domenichino.
En 1602 marchó a Roma para intervenir junto a Annibale Carracci en la decoración del Palacio Farnesio; aunque siguió los esquemas del maestro, este le permitió desarrollar y llevar a cabo trabajos propios.
En esta época conoció al noble de Bolonia Giovanni Battista Agucchi, hermano del cardenal Girolamo y secretario del cardenal Pietro Aldobrandini, trasladándose a su palacio en 1604. Sus importantes amistades le reportarían importantes encargos.
Realizó para el Cardenal Agucchi sus Escenas de San Jerónimo y de San Onofre, entre 1604 y 1605; para el cardenal Farnesio, recomendado por Carracci, los importantes frescos de la abadía de Grottaferrata en 1608, así mismo gracias al maestro el fresco de La Flagelación de San Andrés, en 1609, para el cardenal Borghese.
Fue Agucchi un magnífico guía para Domenichino en el conocimiento del arte antiguo y la arquitectura, la historia y la poesía como reflexión del paisaje clásico, de lo que es un claro ejemplo, el Arco de triunfo, albergado en el Museo del Prado de Madrid. El cuadro que probablemente perteneció inicialmente a Agucchi, formaba parte de la colección del pintor Carlo Maratta, otro de los puntales posteriores del clasicismo, siendo adquirido por Felipe V.
A la muerte de Annibale Carracci ya gozaba de un enorme prestigio, por lo que le fue encargada la finalización de los trabajos en el Palacio Farnesio, inconclusos.
En 1614 y retomando el ideal pictórico del clasicismo que desarrolló Agostino Carracci, pintó una de sus mejores obras, La comunión de San Jerónimo, para el que Domenichino se inspiró en un cuadro de tema idéntico, pintado diez años antes por Agostino Carracci.
Gracias al dominio en la expresión de los afectos de los personajes, la monumentalidad de la arquitectura, el delicado paisaje del fondo, hasta la reproducción tonal de los colores y la luz con una armonía casi musical, esta obra se convirtió en una de las más admiradas por los teóricos del bello ideal, entre estos, Giovanni Pietro de Bellori; Nicolas Poussin diría que no encontraba superior sino La Transfiguración de Rafael Sanzio.
En 1617 marchó a Fano, donde realizó los frescos de La vida de la Virgen, mientras que continuaba pintando obras de gran formato para distintos altares de Bolonia.
En 1621 regresó a Roma, donde Gregorio XV le nombró arquitecto papal, sin embargo el pontífice murió al poco tiempo, no dando lugar a que Zampieri ejecutara obra alguna.
En esa década de 1620 decoró las pechinas de iglesia de San Andrés del Valle, trabajo en el que compitió con su rival Lanfranco, que se encargó de la cúpula.
En 1631 viajó a Nápoles donde pasaría casi el resto de su vida, alternándolo con estancias por trabajos en otras ciudades, como en la Villa Aldobrandini de Frascati, en 1634.
Sin embargo no logró triunfar en Nápoles, este fracaso agudizó su carácter neurótico que le había llevado a aislarse, siempre obsesionado y celoso de que otros pintores pudieran copiar sus pinturas.
El Museo del Prado, posee otras obras de Domenichino: Exequias de un emperador, pintado en Nápoles, y que formaba parte de una serie de temas romanos que llevó a cabo para el palacio del Buen Retiro de Madrid.
El resto de su obra se encuentra diseminado por los más importantes museos italianos y del resto del mundo, L’Hermitage de San Petersburgo y el Louvre de París, entre otros.
Murió en Nápoles, el 15 de abril de 1641.
*Entrada publicada en este blog el 23 de enero de 2013. Ha sido actualizada y ampliada el 21 de octubre de 2024.
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