Poesia

Gabriel Celaya: El martillo

agosto 8, 2015


«Levanta tu edificio. Planta un árbol.
Combate si eres joven. Y haz el amor, ¡ah, siempre!
Mas no olvides al fin construir con tus triunfos
lo que más necesitas: Una tumba, un refugio.»

GC

«El martillo»

Cuando el trabajo, cuando lo cotidiano
nos va y nos va golpeando,
se abandonan los bellos disfraces con que un día
jugamos a inmortales. Y el alma queda en nada.
Y el hombre es sólo humano, repetible, cualquiera,
anónimo y sagrado.

Cuando el martillo, cuando lo duro y terco
con tacto y metal seco
ataca destellante, declara hasta la estrella,
claro y seco, sonoro, totalmente inmediato,
lo mínimo y precioso del centro diamantino,
señala en mí el destino.
Dando en el clavo, dando en firme verdades
de claridad constante,
pulveriza implacable la ganga de ideales
y el yo que se inflacciona y espesa gasa a gasa
la opacidad que esconde, durísima, en el fondo,
mi pequeñez más pura.
Dando iracundo, dando a luz con coraje,
me forja mi atacante.
Ya no soy quién con nombre. Ya todo lo doliente
-la sombra que me sigue, la vida que aún me cuento-
trabajado, desnuda su principio intangible:
nadie es nadie si es hombre.
Donde se calla, donde las vidas mudas
fielmente se permutan
y dan una por otra continuo testimonio
de aliento sostenido, de corazón perpetuo,
yo pongo mis pequeñas palabras para todos
y una esperanza en alto.

Donde los días, donde lo lento y largo,
cuenta a cuenta es rezado,
nacido para amar, para morir, aún canto
y apenas perceptible mi voz corre en el fondo
del mundo que sí existe, y es fugaz, y es hermoso.
Soy, perdido, un amante.

Canto la muerte. Canto, libre de engaños,
los días y trabajos,
los oficios humildes que rezan los obreros,
la dureza consciente, los héroes cotidianos,
los hombres que se siguen sin alzar la cabeza,
sin bajarla tampoco.

Manda, martillo. Manda, aunque me duelas.
Levanta en mí la estrella.
Contra mí mismo lucho cuando busco ese estado
de radiante conciencia, de humildad trascendente,
y esa luz sin materia ni yo central clamante
de un dolor bien tallado.

Manda, implacable. Manda tú, necesario.
Fórmame con tu rayo.
El aire es un halago cuando muevo los brazos
transporto sin sentarme lo que otros me entregaron
me olvido de mi mismo, tomo y doy -iah!- respiro.
Soy mortal; soy activo.

Duro es mi tiempo. Duro y ciego es mi mundo.
Mas yo seré más duro,
golpeando sin odio, martillando verdades
necesarias, sagradas, salvadores, terribles
como un amor oculto que al fin dice su nombre,
resulta ser combate.
Duro es el sino. Duro, el vivir abrupto.
Duro es también el puño
donde estoy apretando, y ocultando, y formando,
mi voluntad, mi furia, mi decisión de entrega
y el valor de ser hombre.

Contra lo vago, contra lo dulce y triste
que en lo ancho me desvive
y en el agua sin forma de lo total irisa
una leve sonrisa, quizá melancolía,
propongo estrictamente, con una rabia heroica,
lo claro, amargo y frío.

Contra lo blando, contra los mil perdones,
hoy mato corazones.
Soy la luz y el martillo, soy el terco trabajo
de los hombres cualquiera, y ese motor sin pausa
que afirma y más afirma, golpe a golpe labrando
la estatua colectiva.

¡Pobre de ti! ¡Pobre de mi, que a veces,
como tú, siento fiebre.
agiganto mi pulso, me imagino que siempre
durarán por intensos mis mínimos instantes,
lo mío y solo mío, lo ineludible y loco
del verso que ahora apuesto!

¡Pobre de mí! ¡Pobres de los que, pobres,
lloramos los sudores,
creyéndonos divinos, gota a gota acabando
en esa cristalina verdad que transparenta
lo mucho que debemos, lo poco que valemos,
la nada de los nombres!

Canta, martillo. Canta tú hasta matarme.
Contra mí, sé constante,
hasta hacerme y hacerme notar qué poco importo,
y hacerme ver qué poco soy si soy quien se explica,
y cómo cuanto existe se vuelve en mí plausible,
y es en mí, sin yo, vida.

Canta, martillo. Canta claro verdades.
Canta lo irremediable.
He abrazado el difícil destino que me cumple.
Soy como tú. Soy nadie. Soy un hombre clavado.
Mas no cejes, martillo, por mucho que me queje.
Sé mi estampa fulgente.

Gabriel Celaya

Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta nació en Hernani, Guipúzcoa, el 18 de marzo de 1911.
Fue uno de los más destacados representantes de la conocida como poesía comprometida o poesía social.
Entre 1927 y 1935 vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde conoció a Federico García Lorca, entre otros intelectuales que lo llevaron al mundo de la literatura, decidiendo dedicarse a tiempo completo a la poesía.
Durante la Guerra Civil Española combatió en el bando republicano, siendo detenido y recluido en un campo de concentración en Palencia.
En 1946 fundó en San Sebastián, con su inseparable Amparo Gastón, la colección de poesía Norte, desde entonces abandonó su profesión de ingeniería y su trabajo en la empresa de su familia.
En la década de 1950 se integró en la estética del compromiso, muestra de ello son sus libros Lo demás es silencio, de 1952 y Cantos Iberos, de 1955, considerado como la verdadera biblia de la poesía social.
Junto a Eugenio de Nora y Blas de Otero, defendió la idea de una poesía no elitista: «al servicio de las mayorías, para transformar el mundo».
En 1956 obtuvo el Premio de la Crítica por su libro De claro en claro.
Fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas por el Ministerio de Cultura en 1986.
Murió en Madrid, el 18 de abril de 1991.

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Bibliografía poética:

Marea del silencio, 1935
La soledad cerrada, 1947
Movimientos elementales, 1947
Tranquilamente hablando, 1947 (firmado como Juan de Leceta)
Objetos poéticos, 1948
El principio sin fín, 1949
Se parece al amor, 1949
Las cosas como son, 1949
Deriva, Alicante, 1950
Las cartas boca arriba, 1951
Lo demás es silencio, 1952
Paz y concierto, 1953
Ciento volando (con Amparo Gastón), 1953
Vía muerta, 1954
Cantos iberos, 1955
Coser y cantar (con Amparo Gastón), 1955
De claro en claro, 1956
Entreacto, 1957
Las resistencias del diamante, 1957
Música celestial (con Amparo Gastón), 1958
Cantata en Aleixandre, 1959
El corazón en su sitio, 1959
Para vosotros dos, 1960
Poesía urgente, 1960
La buena vida, 1961
Los poemas de Juan de Leceta, 1961
Rapsodia eúskara, 1961
Episodios nacionales, 1962
Mazorcas, 1962
Versos de otoño, 1963
Dos cantatas, 1963
La linterna sorda, 1964
Baladas y decires vascos, 1965
Lo que faltaba, 1967
Poemas de Rafael Múgica, 1967
Los espejos transparentes, 1968
Canto en lo mío, 1968
Poesías completas, 1969
Operaciones poéticas, 1971
Campos semánticos, 1971
Dirección prohibida, 1973
Función de Uno, 1973
El derecho y el revés, 1973
La hija de Arbigorriya, 1975
Buenos días, buenas noches, 1978
Parte de guerra, 1977
Poesías completas (Tomo I-VI), 1977-80
Iberia sumergida, 1978
Poemas órficos, 1981
Penúltimos poemas, 1982
Cantos y mitos, 1984
Trilogía vasca, 1984
El mundo abierto, 1986
Orígenes – Hastapenak, 1990
Poesías completas, 2001-04

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  • Reply Bitacoras.com agosto 8, 2015 at 1:29 am

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