Poesia

Luis Cernuda: La Adoración de los Magos

enero 6, 2024


«… Junto al vino y las frutas, mi cansancio.
Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha…»

LC

«La Adoración de los Magos»

I

VIGILIA

Melchor

La soledad. La noche. La terraza.
La luna silenciosa en las columnas.
Junto al vino y las frutas, mi cansancio.
Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha,
Perdido su sabor, después amarga,
Y hoy sólo encuentro en los demás mentira,
Aquí en mi pecho aburrimiento y miedo.
Si la leyenda mágica se hiciera
Realidad algún día

La profética
Estrella, que naciendo de las sombras
Pura y clara, trazara sobre el cielo,
Tal sobre faz etíope una lágrima,
La estela misteriosa de los dioses
Ha de encarnarse la verdad divina
Donde oriente esa luz.

¿Será la magia,
Ida la juventud con su deseo,
Posible todavía? Si yo pienso
Aquí, bajo los ojos de la noche,
No es menor maravilla: si yo vivo,
Bien puede un Dios vivir sobre nosotros.
Mas nunca nos consuela un pensamiento,
Sino la gracia muda de las cosas.

Qué dulce está la noche. Cuando el aire
A la terraza trae desde lejos
Un aroma de nardo y, como un eco,
El son adormecido de las aguas,
Siento animarse en mí la forma vaga
De la edad juvenil con su dulzura.

Así al tiempo sin fondo arroja el hombre
Consuelos ilusorios, penas ciertas,
y así alienta el deseo. Un cuerpo solo,
Arrullando su miedo y su esperanza,
Desde la sombra pasa hacia la sombra.

Mas tengo sed. Lágrimas de la viña,
Frescas al labio con frescor ardiente,
Tal si un rayo de sol atravesara
La neblina. Delicia de los frutos
De piel tersa y oscura, como un cuerpo
Ofrecido en la rama del deseo.

Señor, danos la paz de los deseos
Satisfechos, de las vidas cumplidas.
Ser talla flor que nace y luego abierta
Respira en paz, cantando bajo el cielo
Con luz de sol, aunque la muerte exista:
La cima ha de anegarse en la ladera.

Demonio

Gloria a Dios en las alturas del cielo,
Tierra sobre los hombres en su infierno.

Melchor

Sin que su abismo lo profane el alba,
Pálida está la noche. Y esa estrella
Más pura que los rayos matinales,
Al dar su luz palpita como sangre
Manando alegremente de la herida.
¡Pronto, Eleazar, aquí!

Hombres que duermen
y de un sueño de siglos Dios despierta.
Que enciendan las hogueras en los montes,
Llevando el fuego rápido la nueva
A las lindes de reinos tributarios.
Al alba he de partir. Y que la muerte
No me ciegue, mi Dios, sin contemplarte.

II

LOS REYES

Baltasar

Como pastores nómadas, cuando hiere la espada del invierno,
Tras una estrella incierta vamos, atravesando de noche los desiertos,
Acampados de día junto al muro de alguna ciudad muerta,
Donde aúllan chacales; mientras, abandonada nuestra tierra,
Sale su cetro a plaza, para ambiciosos o charlatanes que aún exploten
El viejo afán humano de atropellar la ley, el orden.
Buscamos la verdad, aunque verdades en abstracto son cosa innecesaria,
Lujo de soñadores, cuando bastan menudas verdades acordadas.
Mala cosa es tener el corazón henchido hasta dar voces, clamar por la verdad, por la justicia.
No se hizo el profeta para el mundo, sino el dúctil sofista
Que toma el mundo como va: guerras, esclavitudes, cárceles y verdugos
Son cosas naturales, y la verdad es sueño, menos que sueño, humo.

Gaspar

Amo el jardín, cuando abren las flores serenas del otoño,
El rumor de los árboles, cuya cima dora la luz toda reposo,
Mientras por la avenida el agua esbelta baila sobre el mármol
Y a lo lejos se escucha, entre el aire más denso, un pájaro.
Cuando la noche llega, y desde el río un viento frío corre
Sobre la piel desnuda, llama la casa al hombre,
Hecha voz tibia, entreabiertos sus muros como una concha oscura,
Con la perla del fuego, donde sueño y deseo juntan sus luces puras.
Un cuerpo virgen junto al lecho aguarda desnudo, temeroso,
Los brazos del amante, cuando a la madrugada penetra y duele el gozo.
Esto es la vida. ¿Qué importan la verdad o el poder junto a esto?
Vivo estoy. Dejadme así pasar el tiempo en embeleso.

Melchor

No hay poder sino en Dios, en Dios sólo perdura la delicia;
El mar fuerte es su brazo, la luz alegre su sonrisa.
Dejad que el ambicioso con sus torres alzadas oscurezca la tierra;
Pasto serán del huracán, con polvo y sombra confundiéndolas.
Dejad que el lujurioso bese y muerda, espasmo tras espasmo;
Allá en lo hondo siente la indiferencia virgen de los huesos castrados.
¿Por qué os doléis, ¡oh reyes!, del poder y la dicha que atrás quedan?
Aunque mi vida es vieja no vive en el pasado, sino espera;
Espera los momentos más dulces, cuando al alma regale
La gracia, y el cuerpo sea al fin risueño, hermoso e ignorante.
Abandonad el oro y los perfumes, que el oro pesa y los aromas aniquilan.
Adonde brilla desnuda la verdad nada se necesita.

Baltasar

Antífona elocuente, retórica profética de raza a quien escapa con el poder la vida.
Pero mi pueblo es joven, es fuerte, y diferente del tuyo israelita.

Gaspar

Si el beso y si la rosa codicio, indiferente hacia los dioses todos,
Es porque beso y rosa pasan. Son más dulces los efímeros gozos.

Melchor

Locos enamorados de las sombras. ¿Olvidáis, tributarios
Como son vuestros reinos del mío, que aún puedo sujetaros
A seguir entre siervos descalzos, el rumbo de mi estrella?
¿Qué es soberbia o lujuria ante el miedo, el gran pecado, la fuerza de la tierra?

Baltasar

Con tu verdad pudiera, si la hallamos, alzar un gran imperio.

Gaspar

Tal vez esa verdad, como una primavera, abra rojos deseos.

III

PALINODIA DE LA ESPERANZA DIVINA

Era aquel que cruzábamos, camino
Abandonado entre arenales,
Con una higuera seca, un pozo, y el asilo
De una choza desierta bajo el frío.
Lejos, subiendo entre unos riscos,
Iba el pastor junto a sus flacas cabras negras.
Cuando tras de la noche larga la luz vino,
Irisando la escarcha sobre nuestros vestidos,
Faltas de convicción las cosas escaparon
Como en un sueño interrumpido.

Padecíamos hambre, gran fatiga.
Aliado de la choza hallamos una viña
Donde un racimo quedaba todavía,
Seco, que ni los pájaros lo habían
Querido. Nosotros lo tomamos:
De polvo y agrio vino el paladar teñía.
Era bueno el descanso, pero
En quietud la indiferencia del paisaje aísla,
y añoramos la marcha, la fiebre de la ida.

Vimos la estrella hacia lo alto
Que estaba inmóvil, pálida como el agua
En la irrupción del día, una respuesta dando
Con su brillo tardío del milagro
Sobre la choza. Los muros sin cobijo
y el dintel roto se abrían hacia el campo,
Desvalidos. Nuestro fervor helado
Se volvió como el viento de aquel páramo.
Dimos el alto. Todos descabalgaron.
Al entrar en la choza, refugiados
Una mujer y un viejo sólo hallamos.

Pero alguien más había en la cabaña:
Un niño entre sus brazos la mujer guardaba,

Esperamos un dios, una presencia
Radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,
y cuya privación idéntica a la noche
Del amante celoso sin la amada.
Hallamos una vida como la nuestra humana,
Gritando lastimosa, con ojos que miraban
Dolientes, bajo el peso de su alma
Sometida al destino de las almas,
Cosecha que la muerte ha de segarla.

Nuestros dones, aromas delicados y metales puros,
Dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda rica
Pudiera hacer al dios. Pero ninguno
De nosotros su fe viva mantuvo.
y la verdad buscada sin valor quedó toda,
El mundo pobre fue, enfermo, oscuro.
Añoramos nuestra corte pomposa,
las luchas y las guerras,
O las salas templadas, los baños, la sedosa
Carne propicia de cuerpos aún no adultos,
O el reposo del tiempo en el jardín nocturno,
y quisimos ser hombres sin adorar a’ dios alguno.

IV

SOBRE EL TIEMPO PASADO

Mira cómo la luz amarilla de la tarde
Se tiende con abrazo largo sobre la tierra
De la ladera, dorando el gris de los olivos
Otoñales, ya henchidos por los frutos maduros;

Mira allá las marismas de niebla luminosa.
Aquí, año tras año, nuestra vida transcurre,
Llevando los rebaños de día por el llano,
Junto al herboso cauce del agua enfebrecida;

De noche hacia el abrigo del redil y la choza.
Nunca vienen los hombres por estas soledades,
y apenas si una vez les vemos en el zoco
Del mercado vecino, cuando abre la semana.

Esta paz es bien dulce. Callada va la alondra
Al gozar de sus alas entre los aires claros.
Mas la paz, que a las cosas en ocio santifica,
Aviva para el hombre cosecha de recuerdos.

Tiempo atrás, siendo joven, divisé una mañana

Cruzar por la llanura un extraño cortejo:
Jinetes en camellos, cubiertos de ropajes
Cenicientos, que daban un destello de oro.

Venían de los montes, pasados los desiertos,
De los reinos que lindan con el mar y las nieves,
Por eso era su marcha cansada sobre el polvo
y en sus ojos dormía una pregunta triste.

Eran reyes que el ocio y poder enloquecieron,
En la noche siguiendo el rumbo de una estrella,
Heraldo de otro reino más rico que los suyos.
Pero vieron la estrella pararse en este llano,

Sobre la choza vieja, albergue de pastores.
Entonces fue refugio dulce entre los caminos
De una mujer y un hombre sin hogar ni dineros:
Un hijo blanco y débil les dio la madrugada.

El grito de las bestias acampando en el llano
Resonó con las voces en extraños idiomas,
y al entrar en la choza descubrieron los reyes
La miseria del hombre, de que antes no sabían.

Luego, como quien huye, el regreso emprendieron.
También los caminantes pasaron a otras tierras
Con su niño en los brazos. Nada supe de ellos.
Soles y lunas hubo. Joven fui. Viejo soy.

Gentes en el mercado hablaron de los reyes:
Uno muerto al regreso, de su tierra distante;
Otro, perdido el trono, esclavo fue, o mendigo;
Otro a solas viviendo, presa de la tristeza.

Buscaban un dios nuevo, y dicen que le hallaron.
Yo apenas vi a los hombres; jamás he visto dioses.
¿Cómo ha de ver los dioses un pastor ignorante?
Mira el sol desangrado que se pone a lo lejos.

V

EPITAFIO

La delicia, el poder el pensamiento
Aquí descansan. Ya la fiebre es ida.
Buscaron la verdad, pero al hallarla
No creyeron en ella.

Ahora la muerte acuna sus deseos,
Saciándolos al fin. No compadezcas
Su sino, más feliz que el de los dioses
Sempiternos, arriba.

Luis Cernuda

De: La realidad y el deseo (1924-1962) – VII Las nubes, (1937-1940)
Recogido en: Luis Cernuda – Poesía completa – Volumen I
Ed. Siruela 1993©
ISBN: 978-84-7844-185-5 (Del volumen I)

Luis Cernuda Bidón nació en la calle Acetres de Sevilla, el 21 de septiembre de 1902.
Aún Sevilla, su tierra natal no le ha hecho justicia.
Fue sin duda uno de los más grandes poetas de la Generación del 27′, tantos años olvidado, o peor, ignorado por muchos, mas no en el corazón y en la memoria de los que amamos su poesía.
Estudió Derecho en la Universidad de Sevilla, carrera que terminó en 1926.
En 1925 conoció a Juan Ramón Jiménez y publicó sus primeros poemas en Revista de Occidente.
En 1927 publicó su primer libro lírico, Perfil del aire.
En 1928, tras morir su madre, marcha a Madrid, donde ese mismo año conoció a Vicente Aleixandre; en noviembre Pedro Salinas, que había sido profesor suyo en Sevilla, le ayuda a conseguir un lectorado de español en la Universidad de Toulouse; viaja también a París.
Volvió a Madrid en 1929 y desde 1930 trabajó en la librería de León Sánchez Cuesa, asistió a diversas tertulias en compañía de Vicente Aleixandre y de Federico García Lorca.
Así mismo se involucró en el proyecto de las Misiones Pedagógicas, primero en la sección Bibliotecas y más tarde en el Museo ambulante; con ellos recorrió los pueblos de Castilla y Andalucía y conoció a Ramón Gaya y al pintor Gregorio Prieto; colaboró además en la revista Octubre de Rafael Alberti, en 1933.
En 1936, poco antes de estallar la Guerra Civil, intervino en el homenaje a Valle-Inclán y publicó la primera edición de su obra poética completa hasta entonces, bajo el título de La realidad y el deseo.
Se entera del asesinato de Federico García Lorca y le escribe una sentida elegía, A un poeta muerto (F. G. L.), cuyos dos últimos párrafos fueron censurados.
Pasó dos meses como agregado de la Embajada Española en París y volvió a Madrid, donde se alistó en el Batallón Alpino; con él fue enviado a la Sierra de Guadarrama. En abril de 1937 se trasladó a Valencia, donde colaboró con Hora de España y publica la citada elegía a Lorca.
El día 14 de abril de 1938, Cernuda abandonó España para siempre huyendo de la Guerra Civil, nunca más volvería a ella.
Cedamos la voz al poeta:
«Atrás quedaba tu tierra sangrante y en ruinas. La última estación al otro lado de la frontera, donde te separaste de ella, era sólo un esqueleto de metal retorcido, sin cristales, sin muros un esqueleto desenterrado al que la luz postrera del día abandonaba.
¿Que puede el hombre contra la locura de todos? Y sin volver los ojos ni presentir el futuro, saliste al mundo extraño desde tu tierra en secreto ya extraña.”
(LC)
Junto a esas pertenencias, lleva como bien más preciado el manuscrito de varios poemas que serían el germen de uno de sus más grandes libros, “Las nubes”, «Noche de Luna», “A un poeta muerto” (FGL), “Elegía Española” (I), “Scherzo para un elfo”, “Soñando la muerte”, “Sentimiento de otoño”, “A Larra con unas violetas” (1837-1937) y “Lamento y esperanza”. Son poemas que formarían parte del libro en el que se incluyen textos tan desolados como “Un español habla de su tierra”.
Murió tras sufrir un infarto de miocardio, en su exilio de México, DF, el día 5 de noviembre de 1963.

También de Luis Cernuda en este blog:

«Luis Cernuda: No quiero, triste espíritu volver…»: AQUÍ

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«Luis Cernuda: Un español habla de su tierra»: AQUÍ

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«Luis Cernuda: La Universidad, en Ocnos» 

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«Sevilla, el Alcázar en invierno y Cernuda: Escondido en los muros»: AQUÍ

«Sevilla, Luis Cernuda: El otoño, de Ocnos»: AQUÍ

«Luis Cernuda «Ocnos su Sevilla – El magnolio»:AQUÍ  

«Luis Cernuda: La Poesía»: AQUÍ 

«Luis Cernuda – El viento y el alma»: AQUÍ

«Luis Cernuda: Tarde oscura, de Como quien espera el alba»: AQUÍ

«Luis Cernuda: Peregrino, de La Realidad y el Deseo»: AQUÍ

«Luis Cernuda: Déjame esta voz»: AQUÍ 

«Luis Cernuda: Lamento y esperanza»: AQUÍ 

«Luis Cernuda: Deseo»: AQUÍ

«Luis Cernuda: No decía palabras de La realidad y el deseo»: AQUÍ

«Luis Cernuda – Contigo – A donde el corazón te lleve»: AQUÍ

«Luis Cernuda: A un poeta muerto (FGL)»: AQUÍ 

«Luis Cernuda… Como llenarte, soledad»: AQUÍ

«Luis Cernuda: Elegía anticipada»: AQUÍ

«Luis Cernuda: Lectura de su poesía hoy en Sevilla»: AQUÍ

Bibliografía:

Perfil del aire – 1927
Égloga, elegía, oda – 1927-28
Los placeres prohibidos, – 1929-1931
Donde habite el olvido – 1934
Las nubes – 1940 – 1943
Ocnos – 1942 1.ª ed. (Ampliada en 1949 y 1963)
Como quien espera el alba – 1947
Vivir sin estar viviendo – 1944–1949
Variaciones sobre tema mexicano – 1952
Con las horas contadas, de 1950–1956
Poemas para un cuerpo – 1957
Desolación de la Quimera – 1962.
Estudios sobre poesía española contemporánea, 1957, o Poesía y literatura, I y II, 1960 – 1964 (En este estudio, Cernuda reivindica a Ramón de Campoamor, manifiesta su admiración por su amigo Federico García Lorca y enjuicia con severidad la poesía de Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Jorge Guillén.
Luis Cernuda – Poesía completa. Obras completas, Volumen I. Ediciones Siruela.1993.
Luis Cernuda, Antología – Cátedra, 1984.
Luis Cernuda, Intermedio, (antología) – Pre-Textos, 2004.

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